sábado, 30 de marzo de 2013
No es el dólar, es la inflación. Por Gonzalo Neidal
El
dólar rozó los 9 pesos por unidad y ayer, aparentemente por una intervención de
la autoridad monetaria, retrocedió a 8,50.
Era
inevitable que apareciera alguien del gobierno a explicarnos. Esta vez fue el
viceministro de economía, Roberto Feletti que nos indicó que ese hecho carece
completamente de importancia. En apariencia, no pudo convencer a la gente del
propio gobierno, que la noche del miércoles se reunió de urgencia en Olivos
para enfrentar el problema.
En
realidad, el problema no es el dólar libre sino la inflación, que ha dejado el
valor del dólar oficial en una cifra ridícula. El precio más barato de la
economía es el de ese dólar y este hecho está aumentando la presión de toda la
economía. ¿Qué ha ocurrido? Que la inflación se ha disparado en los últimos
años y el tipo de cambio no ha acompañado la evolución de los precios internos
de la economía.
Este
hecho provoca dos complicaciones: los bienes importados se tornan baratos y los
exportadores cada vez reciben menos dinero por lo que venden al exterior. La
situación de quienes exportan se vuelve cada vez más complicada. Hace algunos
meses un riojano exportador de aceitunas desde hace muchos años, José Nucete,
nos dio una clara explicación sobre los problemas que, por primera vez en
décadas, estaba enfrentando. Hace pocos días, hemos tenido la noticia que la
empresa brasileña VALE, que estaba realizando una importante inversión para la
extracción de potasio en Mendoza, decidió abandonar el proyecto en razón del
retraso cambiario, que vuelve antieconómico todo el proyecto. Es que los
precios internos, que forman los costos, suben por el ascensor y el valor del
tipo de cambio oficial, lo hace por la escalera. Y esto es una bomba a plazo.
Como
ocurre casi siempre en estos casos, los gobiernos piensan en introducir
controles, medidas burocráticas que buscan disciplinar a los operadores
económicos y a los mercados. Pero su éxito es efímero y, con el tiempo, no
hacen más que agravar el problema pues la presión aumenta y las expectativas
crecen.
En
cierto modo, tiene razón Feletti: el dólar paralelo no tiene por qué importarle
a la economía en su conjunto. Se trata de un mercado pequeño, que mueve poco
dinero. En los hechos, la situación actual equivale a un desdoblamiento del
mercado en tres segmentos: el oficial (para exportadores e importadores), el
turístico (para paquetes de viajes al exterior) y el paralelo (para pequeños
ahorristas y gastos excedentes en turismo).
El
problema no es el dólar libre, salvo por las expectativas que provoca. El
problema real es la brecha creciente entre la devaluación leve y la inflación
alta.
Martínez
de Hoz, el regreso
En
este tema, el gobierno no ha inventado nada. Esta política que está llevando a
cabo ya ha sido desplegada entre fines de los años setenta y el momento en que
abandonó el ministerio, por José Alfredo Martínez de Hoz, durante los años
innombrables. En ese tiempo, el objetivo era principalmente anti inflacionario.
Era “la tablita”. Una devaluación programada, publicada en los diarios e
inferior a la inflación. De ese modo, se acumuló una brecha cambiaria
importante, que estalló cuando Martínez de Hoz abandonó el ministerio y llegó
Lorenzo Sigaut para decirnos que “el que apuesta al dólar, pierde”.
Ahora
no se publica una tablita devaluatoria pero la pérdida de valor del peso es muy
predecible: el gobierno devalúa pausadamente, por debajo de la inflación. ¿Por
qué este ritmo moroso? Por razones similares a las de los tiempos del Proceso:
temor al impacto inflacionario que podría ocasionar una devaluación mayor. Y el
gobierno tiene razón en esto, sin duda alguna: una devaluación importante no
haría más que ratificar el proceso inflacionario en marcha, potenciándolo. Eso
está claro. El tema es: entonces… ¿cómo se sale de este callejón? Con ajustes
diversos. Principalmente, limitando la emisión monetaria. Pero esta no es una
vía elegible para el gobierno y menos aún en un año electoral, donde cualquier
aprendiz de Maquiavelo aconseja aumentos en el gasto público. O sea, emisión. O
sea, más inflación.
En
otras palabras: el peso va perdiendo valor en relación con el dólar, debido a
la inflación. Esto es lo que refleja el mercado, al dispararse el precio de la
moneda norteamericana. Pero esta situación no ha sido reconocida por el
gobierno que, respecto del precio del dólar oficial, actúa como si la inflación
fuera la que publica el INDEC.
Es
cierto que en todos los países emergentes han sufrido, durante estos años
prósperos, una revaluación de sus respectivas monedas. Es lo que se ha dado en
llamar el “mal holandés” o “enfermedad holandesa”: una abundancia de dólares
por un mayor ingreso en exportaciones. Esto es verdad. Esa presión hacia la
baja de las monedas locales, existe. Pero en el caso de la Argentina está
potenciada por la inflación, que alcanza niveles que no se dan en los países
vecinos. Es la inflación el rasgo singular de nuestra problemática económica.
El
precio del dólar paralelo es apenas un síntoma de un proceso más grave que,
desde hace varios años, está carcomiendo los equilibrios macroeconómicos que en
otro tiempo llenaban de orgullo al gobierno nacional.
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