Al
momento de la primera visita realizada por Cristina Kirchner antes de su plena
asunción como Papa, el todavía Cardenal Bergoglio le obsequió a nuestra
presidenta, a cambio del mate y el termo, un documento del Consejo Episcopal
Latinomericano (CELAM).
Se trataba del texto de la declaración de la V
Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, realizado en
Aparecida (Brasil), en 2007. Cristina acotó algo así como “Ah, qué bueno! Para
los discursos”. Es probable que, de una jefa de estado, hubiera sido mejor
escuchar: “Gracias. Ya lo conozco. Lo he leído y analizado. Aprovecharé esta
copia para volverlo a repasar y buscaré alumbrar las coincidencias que tenemos”.
sábado, 30 de marzo de 2013
Aparecida, el documento que el Francisco le entregó a Cristina Kirchner. Por Daniel. V. González
Porque,
efectivamente, el documento de Aparecida, -como toda la Doctrina Social de la
Iglesia- en sus aspectos sociales, culturales y económicos, tiene muchas zonas
comunes con el ideario peronista, incluso en su versión actual, la del gobierno
kirchnerista. Lo que sucede es que Néstor primero y Cristina después han
ejercido su relación con la Iglesia Católica con criterios de agrupación
estudiantil de izquierda, con fraseología vacua y gran desconocimiento de sus
pronunciamientos, que son los que configuran su ideología a lo largo del
tiempo.
El
olfato electoral de la presidenta la ha llevado a mudar raudamente su posición.
Del desdén pasó al amor. No hemos de cuestionar este súbito rapto de simpatía
hacia la Iglesia. En todo caso señalamos su liviandad cosmética, su manifiesto
y confesado carácter utilitario.
El
CELAM ha producido hasta el momento cinco documentos, Río de Janeiro (1955),
Medellín (1968), Puebla (1979), Santo Domingo (1992) y el de Aparecida (2007).
A lo largo de medio siglo, la Iglesia latinoamericana ha desplegado en esos
documentos, la evolución de sus ideas sobre política, economía y sociedad,
además de su pensamiento referido a los temas específicamente religiosos.
Medellín
y Puebla
Es
bueno recordar los particulares contexto en los que los documentos fueron
elaborados. Cuando se produce la conferencia de Medellín, en los sesenta, el
mundo y muy especialmente América Latina, vivían en gran efervescencia. Golpes
de estado, asonadas militares, rebeliones populares, refriegas estudiantiles,
huelgas, estaban a la orden del día en cada país. La democracia estaba lejos de
ser un bien político consolidado en la región. A cada paso aparecían gobiernos
nacionalistas muchas veces encabezados por las Fuerzas Armadas, intentando
torcer el rumbo de sus países, hasta entonces sumidos en el atraso y el
subdesarrollo. El escenario de la Guerra Fría, además, difundía por el mundo
los enfrentamientos entre la URSS y los Estados Unidos, multiplicando las
fricciones y difundiendo los conflictos. Hacía pocos años que había ocurrido la
revolución en Cuba, que era vista como un foco esperanzador y un camino viable
para que la región pudiera sortear con eficacia su grave atraso relativo.
En
ese tiempo, la causa de los padecimientos latinoamericanos era adjudicada a la
opresión ejercida por los países desarrollados sobre los subdesarrollados. De
ese intercambio comercial desigual, provenían los problemas de América Latina y
allí apuntaban los teóricos del desarrollo y también la teoría marxista, actualizada
por Lenin.
En
nuestros países tenía gran predicamento la CEPAL (Comisión Económica para
América Latina, de las Naciones Unidas), que desde fines de los años ’40 estaba
conducida por un argentino, Raúl Prebisch. La CEPAL elaboró y difundió su teoría
del “deterioro de los términos del intercambio” según la cual los precios de
los productos primarios se deterioraban a lo largo de los años, respecto de los
productos industriales y esto impedía a los países atrasados acceder a la
industrialización, acrecentando así la brecha respecto de las naciones
industrializadas.
Ese
fenómeno, ya enunciado en la Populorum Progressio de Pablo VI (1967), es tomado
en el documento de Medellín en un lugar central. Al tratar el tema de económico,
dice:
“Aspecto económico. Analizamos aquellos
factores que más influyen en el empobrecimiento global y relativo de nuestros
países, constituyendo por lo mismo una fuente de tensiones internas y externas.
Distorsión creciente del comercio
internacional. A causa de la depreciación relativa de los términos del
intercambio, las materias primas valen cada vez menos con relación al costo de
los productos manufacturados. Ellos significa que los países productores de
materias primas –sobre todo si se trata de monoproductores- permanecen siempre
pobres, mientras que los países industrializados se enriquecen cada vez más.
Esta injusticia, denunciada claramente por la “Populorum progressio” malogra el
eventual efecto positivo de las ayudas externas; constituye, además, una
amenaza permanente para la paz, porque nuestros países perciben cómo una mano
les quita lo que la otra les da”.
El
documento de Medellín también hablaba de fuga de capitales económicos y
humanos, evasión de impuestos y fuga de ganancias y dividendos, endeudamiento progresivo,
monopolios internacionales e imperialismo internacional del dinero.
El
documento producido en Puebla (1979) mantiene, en líneas generales, puntos de
vista similares a los de Medellín, respecto de las argumentaciones y
explicaciones acerca de las causas del atraso de América Latina. La situación
en la región había dado un giro. Al momento de este documento, ya habían
quedado atrás gobiernos que, de un modo u otro, habían intentado corregir las
situaciones de atraso y pobreza en varios países. Salvador Allende había sido
derrocado en Chile, el movimiento encabezado por Velasco Alvarado en Perú había
fracasado y similar destino habían tenido los gobiernos de Ovando Candia y Juan
José Torres en Bolivia, el de Torrijos en Panamá y el de Perón en la Argentina.
La rebelión estudiantil de Francia se había disipado sin pena ni gloria, había
sido sofocado el intento de democratizador en Checoslovaquia y los EE UU
debieron abandonar presurosamente Vietnam.
El
documento de Puebla, con palabras más moderadas reitera, aproximadamente, los
conceptos de Medellín. Eleva una condena tanto a la economía de mercado como al
socialismo:
“La economía de mercado libre, en su
expresión más rígida, aún vigente como sistema en nuestro continente y
legitimada por ideologías liberales, ha acrecentado la distancia entre ricos y
pobres por anteponer el capital al trabajo, lo económico a los social. Grupos
minoritarios nacionales, asociados a veces con intereses foráneos, se han
aprovechado de las oportunidades que le abren estas viejas formas de mercado,
para medrar en su provecho y a expensas de los intereses de los sectores
mayoritarios”.
Y
agrega:
“Las ideologías marxistas se han
difundido en el mundo obrero, estudiantil, docente y otros ambientes con la
promesa de una mayor justicia social. En la práctica, sus estrategias han
sacrificado muchos valores cristianos y por ende, humanos o han caído en
irrealismos utópicos, inspirándose en políticas que, al utilizar la fuerza como
instrumento fundamental, incrementan la espiral de violencia”.
Reitera
también la convicción de un intercambio comercial desfavorable para los países
subdesarrollados:
“El hecho de la dependencia económicoa,
tecnológica, política y cultural: la presencia de conglomerados multinacionales
que muchas veces velan sólo por sus propios intereses a costa del bien del
paísque los acoge; la pérdida de nuestras materias primas comparado con el
precio de los productos elaborados que adquirimos”.
Repite
así, en lo central, las argumentaciones anteriores que adjudican el atraso
relativo de América Latina a un orden internacional que lo perjudica y que
tiene uno de sus ejes más importantes en la vigencia de un intercambio
desigual, ruinoso para nuestros países.
Un
nuevo orden mundial
Al
momento de la elaboración del documento de Santo Domingo (1992), el panorama
mundial había cambiado en muchos aspectos importantes. En 1986, Mijail
Gorbachov había comenzado con su plan de reformas en la Unión Soviética,
respondiendo a una demanda de la realidad. La URSS había entrado en crisis por
la propia dinámica de su sistema económico-social. En 1989 cae el Muro de
Berlín y dos años más tarde se desploma la Unión Soviética. Los países de
Europa del Este ya habían sucumbido en los años previos, víctima de su propia
impotencia productiva y de la ausencia prolongada de libertades políticas y
democracia.
Estos
hechos son tenidos en cuenta con plena conciencia por parte de la Conferencia
de Río de Janeiro, que en su documento expresa:
“Concientes de que se está gestando un
nuevo orden económico mundial que afecta a América Latina y el Caribe, la
Iglesia desde su perspectiva está obligada a hacer un serio esfuerzo de
discernimiento. Tenemos que preguntarnos: ¿hasta dónde debe llegar la libertad
de mercado? ¿Qué característica debe tener para que sirva al desarrollo de las
grandes mayorías”.
Como
puede verse, ya el foco de la cuestión económica está puesto en otro lado. La
Iglesia toma como una realidad palpable el giro que la economía mundial había
dado hacia el mercado, lo que significa también la admisión de su reverso: el
completo fracaso de las economías basadas en la planificación central y en la
amplia y excluyente presencia del estado. Al respecto, cita la Encíclica
Centesimus Annus en relación a que “es
lícita la libre actividad de los individuos en el mercado” aunque advierte
que, si se absolutizan, se corre el riesgo de perjudicar a los más pobres.
En
el plano político, y también a tono con la nueva época abierta tras el derrumbe
del Muro de Berlín, el documento dice:
“La Iglesia respeta la legítima
autonomía del orden temporal y no tiene un modelo específico de régimen
político. ‘La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que
asegura la participación de los ciudadanos
En las opciones políticas y garantiza a
los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes,
o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica’”.
Insiste
también la Iglesia en su visión sobre el intercambio comercial internacional ya
que el fenómeno aún persistía:
“La relación de los precios a nivel
internacional entre las materias primas y los productos terminados fue cada vez
más desigual y discriminativa, afectando muy desfavorablemente a la economía de
nuestros países. Esta situación persiste y tiende a agravarse”.
La
hora de Aparecida
En
la reunión episcopal de Aparecida (2007), los cambios en la economía mundial ya
se habían hecho evidentes y eran notables. La situación había cambiado en
muchos aspectos decisivos. Y este fenómeno fue percibido por la Iglesia, que lo
refleja en sus reflexiones y posicionamientos sobre los temas de la economía y
la sociedad.
Para
2007 ya era claro que había desaparecido el problema del intercambio desigual.
La teoría de la CEPAL había sido tragada por la historia. Los precios de los
productos primarios (petróleo, alimentos, minerales) se habían disparado en
beneficio de los países atrasados. Ahora, los términos del intercambio
funcionaban, desde hacía ya un lustro, a favor de los países más postergados en
su nivel de desarrollo. Este cambio en el escenario mundial no podía permanecer
ajeno a la observación y análisis de la Iglesia latinoamericana.
Se
vive en pleno el fenómeno de la globalización y el CELAM plantea con toda
claridad los cambios habidos entre el anterior pronunciamiento y el de
Aparecida. Dice, en uno de sus párrafos más decisivos:
“ (…) las altas tasas de crecimiento de
nuestra economía regional y, particularmente, su desarrollo urbano, no serían
posibles sin la apertura del comercio internacional, sin acceso a las
tecnologías de última generación, sin la participación de nuestros científicos
y técnicos en el desarrollo internacional del conocimiento y sin la alta
inversión registrada en los medios electrónicos de comunicación”.
Ya
en su discurso inaugural de la Conferencia, Benedicto XVI había advertido que “Después de la IV Conferencia general, en
Santo Domingo, muchas cosas han cambiado en la sociedad”. Y agrega a
continuación: “En el mundo de hoy se da
el fenómeno de la globalización como un entramado de relaciones a nivel
planetario”.
Tanto
el Papa en su discurso, como la CELAM en su declaración advierten contra los
problemas que la globalización podría acarrear a los países y pueblos más
débiles, en caso de que sea implementada con omisión de la preservación de las
economías y culturas locales. Dice: “Lamentablemente,
la cara más extendida y exitosa de la globalización es su dimensión económica,
que se sobrepone y condiciona las otras dimensiones de la vida humana”. Y
en seguida, advierte sobre la extensión de la pobreza que podría derivar de un
intercambio comercial sin restricciones y cuestiona el debilitamiento de los
estados “por aplicación de ajustes
estructurales en la economía, recomendados por organismos financieros internacionales”.
En
estos cuestionamientos a la globalización fundados en los peligros que puede
acarrear a las economías locales y a los sectores más vulnerables de la
economía, existen muchos puntos de contacto entre la doctrina de la Iglesia y las políticas vigentes a partir de 2003.
Las permanentes alusiones de los documentos del CELAM al rol de los organismos
financieros internacionales y sus objeciones al lucro desmedido y la avidez de
ganancia por parte de los más poderosos, son también una zona común de
coincidencias potenciales entre el gobierno y el nuevo Papa.
Pero
el documento de Aparecida también alude otras cuestiones que sin duda serán
odiosas de considerar por parte de Cristina. Por un lado, el llamado permanente
a luchar contra la corrupción pública y privada, que alcanza también al poder
judicial, que es específicamente aludido por esta declaración. En el terreno
estrictamente político, el CELAM dice haber constatado “un cierto progreso democrático que se demuestra en diversos procesos
electorales. Sin embargo, vemos con preocupación el acelerado avance de
diversas formas de regresión autoritaria por vía democrática que, en ciertas
ocasiones, derivan en regímenes de corte neopopulista”.
Otro
de los temas en que la posición del
CELAM difiere de la del gobierno actual es el de la guerrilla que asuela a una
parte del territorio continental. En tal sentido, el párrafo del documento de
Aparecida es muy claro: “Si bien en
algunos países se han logrado acuerdos de paz, superando así conflictos de vieja
data, en otros continúa la lucha armada con sus secuelas (muertes violentas,
violaciones a los Derechos Humanos, amenazas, niños en la guerra, secuestros,
etc.), sin avizorar soluciones a corto plazo. La influencia del narconegocio en
estos grupos dificulta aún más las posibles soluciones”.
La
sola existencia de un Papa argentino nos convoca a releer estos
pronunciamientos pues ellos se han nutrido del pensamiento y las esperanzas de
una franja importante de hombres y mujeres de América Latina. La mirada de la
Iglesia está atenta a los cambios que registra la economía mundial, toma nota
de ellos y va afinando su pensamiento en función de esas mutaciones.
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