sábado, 30 de marzo de 2013

El populismo: las ideas embalsamadas. Por Daniel V. González


¿Qué se busca al detener la degradación de un cadáver? ¿Preservar su efecto iconográfico sobre quienes fueron sus devotos en vida o mantener en el tiempo las ideas que el muerto simboliza?


El embalsamamiento confiere al difunto una sensación vital de la que en realidad carece. Todos saben que está muerto pero todos aceptan la representación. Todos participan del juego de la simulación de una eternidad que, saben, no existe.

Pero no sólo la mera carne es arrasada por Cronos. Las ideas también lo son aunque su corrupción sea menos evidente. Aún cuando sean formuladas con pretensión de Teoría Para Siempre, las ideas son producto de un instante de la Historia, de una circunstancia social determinada, de un cruce de precisas coordinadas históricas.

El populismo latinoamericano tiene una versión sobre la naturaleza de los problemas que aquejan a nuestros países, un estilo, un discurso y propuestas políticas y económicas que se repiten a lo largo de los años.

Están como embalsamadas, pese a que han demostrado su ineficacia en forma reiterada. No han verificado ser útiles para la solución de los problemas que enfrenta. Una y otra vez han fracasado en distintos escenarios de América Latina pero continúan ofreciéndose como un recetario apto para las dificultades de diversa índole que se nos presentan.

Este populismo específico, el de la primera década del siglo XXI, surge de una curiosa circunstancia, producto de una secuencia no exenta de matices irónicos. En 1978 China da un giro histórico de la mano de Deng Xiaoping: decide abrir grandes áreas de su economía al horrendo capitalismo. La ganancia privada vuelve a la escena como una necesidad ante la baja performance del socialismo. A partir de esa decisión, la producción estalla y ese hecho hizo cambiar la historia del mundo. Son los tiempos de “no importa si el gato es blanco o negro; lo importante es que cace ratones”.

Este hecho trastocó los precios de la economía mundial en una dirección impensada. Los productos primarios, siempre postergados, comenzaron a ser valorados y sus precios se multiplicaron. Así subieron los precios del petróleo, de los alimentos, del cobre, del mineral de hierro. Esta circunstancia derramó miles de millones de dólares sobre los países subdesarrollados, entre ellos Venezuela y la Argentina. Los rasgos esenciales del populismo en ambos países no hubieran sido posibles sin este cambio en la economía mundial. Es gracioso: el nuevo escenario se origina en un abandono por parte de China de las políticas que ahora se implementan como salvadoras en los países beneficiados. Una broma de la historia.

El populismo siempre crea una ficción de abundancia redistributiva en los primeros años de gobierno. El problema es que no puede sostenerla y, además, despilfarra una oportunidad inmejorable para aportar soluciones permanentes y eficientes a la economía, que sólo podrían venir de la mano del desarrollo económico capitalista, si hacemos caso de las enseñanzas de la historia mundial reciente.

Alguna línea de pensamiento crítica del gobierno actual e incluso vindicativa de las reformas de mercado introducidas por Carlos Menem en la Argentina, encuentran algunos “aspectos positivos” en la política desenvuelta por Chávez en sus años de gobierno. Ponen como testigo irrefutable las inmensas muestras de genuino dolor expresadas por el pueblo venezolano en ocasión de su muerte y posterior sepelio. No compartimos ese punto de vista. Al respecto, nos sentimos más identificados con el duro párrafo escrito por Mario Vargas Llosa en su nota “La muerte del caudillo”, publicada en El País (Madrid) el sábado pasado:

 No hay que dejarse impresionar demasiado por las muchedumbres llorosas que velan los restos de Hugo Chávez; son las mismas que se estremecían de dolor y desamparo por la muerte de Perón, de Franco, de Stalin, de Trujillo, y las que mañana acompañarán al sepulcro a Fidel Castro”.

Aunque Vargas Llosa incluye a Perón en su lista, vale la pena aclarar que el líder argentino intentó, en su segundo mandato, rectificar claramente algunos errores de su primer gobierno, que es el que quedó más fincado en la memoria colectiva. En efecto, Perón tomó conciencia de las limitaciones de su política de los primeros años y, en su segundo período presidencial enderezó su rumbo: convocó a la inversión extranjera, se preocupó por la productividad de la industria, tomó nota de la impotencia productiva de la empresa pública (caso de YPF) y estimuló la producción agropecuaria.

Como fuere, Chávez no dio muestras de rectificación alguna hasta el momento mismo de su muerte. Mantuvo el verbo elevado contra los países desarrollados, en especial contra los Estados Unidos, a quien hizo responsable de todos los males sufridos por América Latina. La colosal renta petrolera derramada sobre Venezuela durante una década, deja amplios márgenes para políticas sociales de distribución directa que, por supuesto, son ampliamente valoradas por los sectores beneficiados, postergados durante décadas por un país que se debatía –y aún hoy lo hace-en la impotencia productiva.

 Estas políticas, es lógico, convocan adhesiones masivas en amplios sectores de la sociedad. El caso de la Argentina es casi un calco de lo que ha ocurrido en Venezuela con Chávez. Aquí ha sido la renta agraria la que ha permitido las llamadas políticas sociales que también generan apoyos y respaldo electoral.

El problema es que estas políticas significan, en los hechos, un gran despilfarro de los recursos económicos y la satisfacción temporaria de situaciones de postergación que únicamente el desarrollo puede solucionar de un modo permanente.

Pero, mientras las políticas populistas no tengan una manifestación dramática de quiebre, todo sigue bien en apariencia. Sucede que los recursos siguen fluyendo pero, aún así, aún con ese torrente de dinero que continúa ingresando al país, se van acumulando problemas que pretenden ser solucionados con una creciente incursión del estado en diversos sectores de la economía, para apropiarse de sus recursos a fines de continuar financiando el proyecto. De este modo, el estado propaga su ineficiencia a toda la economía, multiplicando los problemas.

Luego, cuando el sistema fracasa por su propia dinámica, se identificará a oscuras fuerzas como las responsables de la debacle. Es el sino del populismo.

Es el drama de embalsamar las ideas cuando es harto evidente que han sido devoradas por la realidad.


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