sábado, 30 de marzo de 2013

Fervor por el Papa. Por Gonzalo Neidal


Los efectos del cimbronazo ocasionado por la designación de Jorge Bergoglio como Papa, están muy lejos de disiparse. Desde el miércoles pasado el país está conmovido por el acontecimiento y cada noticiario, cada radio, cada canal de TV, cada diario mantiene la noticia y sus secuelas en un lugar destacado.
Tras la consagración de hoy, podría esperarse, el tema se irá diluyendo día tras día, hasta languidecer y retornar a la normalidad, esto es, que las noticias del Vaticano nos sean completamente ajenas. Pero esto no será así para la Argentina: seguramente viviremos la información que emana desde la cúspide de la Iglesia Católica como nunca antes lo hicimos. Es probable que nos transformemos en expertos en temas de la fe.
La gran pregunta, que nadie está en condiciones de responder, es si la designación de Bergoglio tendrá efectos palpables en la política local. Hasta ahora, ha podido verse una suerte de sacudón interno en las filas oficialistas. Por un lado, desde el periodismo oficialista, sostenido con dineros del presupuesto nacional, partió una andanada crítica desorbitada. Acompañaron desde las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y otros agrupamientos menores de la estructura kirchnerista.
Pero la propia presidenta tomó una iniciativa que parece obligada: solicitó prestamente una audiencia, que le fue concedida, y ayer ya tuvo su entrevista con el Papa, antes que ningún otro jefe de estado. Quienes pudieron observarla seguramente habrán tenido una sensación extraña, vecina de la piedad y la vergüenza ajena. Muchos se habrán preguntado si esa señora vestida de negro, que se mostraba muy amable y simpática ante el Papa, era la misma que le negó 14 veces un pedido de audiencia a quien tenía en frente en ese momento.
¿Por qué cambió tanto la presidenta respecto de la Iglesia? Quizá pensó que debía abandonar una actitud que, a partir de la designación de Bergoglio como Papa, se tornaba ridícula. Una cosa es humillarlo en casa, aunque fuere el más alto dignatario de la Iglesia Católica, y otra muy distinta es caer en el ridículo universal de hostilizarlo ahora, cuando se trata de una figura mundial.
Quizá el pensamiento íntimo de la presidenta esté reflejado en las notas periodísticas que Horacio Verbitsky viene perpetrando durante estos días. Pero resultaría sumamente imprudente y carente de realismo político continuar agrediendo a una figura que ahora es motivo de orgullo de la casi totalidad de los argentinos. Los mohines presidenciales en la entrevista de ayer constituyen un rápido reacomodamiento hacia la realidad, algo que la presidenta no acostumbra hacer en otros terrenos.
Sin embargo, el paso de la presidenta por Roma no terminó tras el show de simpatía extemporánea que brindó en su entrevista con Francisco. Para que el mundo vea que tenemos una presidenta combativa, cometió una torpeza diplomática grosera: declaró que le pidió al Papa para que interceda en el conflicto que Argentina sostiene con Gran Bretaña por Malvinas. Semejante tontería ya fue muerta antes de nacer, como bien definió el ex vice canciller Andrés Cisneros, pues Cameron ya anticipó la negativa de su gobierno.
Si lo que se buscaba era, efectivamente, establecer algún tipo de negociación con los británicos, con mediación papal, la operación fue abortada por la presidenta. Si, en cambio, se intentaba mostrarse combativa ante los ojos del mundo y comprometer al nuevo Papa, Cristina hizo lo más conveniente aunque sin ningún efecto benéfico sobre los intereses argentinos en Malvinas, sino más bien al contrario.
El tsunami Francisco ha sido tan vigoroso que el oficialismo no ha podido mantener una posición unificada. Los intelectuales de Carta Abierta tomaron distancia de la adhesión de Cristina al Papa. Es lógico, ellos profesan un culto distinto al católico, mucho más dogmático e inmóvil: el marxismo. De todos modos, deberán tomar nota del gesto presidencial. Sobre todo si es que éste se prolonga y extiende en la Argentina hacia los dignatarios locales de la Iglesia Católica. ¿Cambiará Cristina su relación con la Iglesia? ¿Le regalará un mate también a los curas locales, en búsqueda de un beso?
No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que, tratándose de la Iglesia, suelen operar los milagros.


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