sábado, 9 de marzo de 2013

La izquierda argentina: del odio a Perón al amor a Chávez. Por Daniel V. González

Las simpatías políticas que ha desencadenado Hugo Chávez durante la última década, actualizadas ahora con motivo de su muerte, nos invitan a reflexionar acerca de los nuevos alineamientos de la izquierda tradicional y el progresismo argentinos.
En tiempos del surgimiento del peronismo, a mediados de la década del 40 del siglo pasado, la izquierda argentina tradicional (Partido Socialista, Partido Comunista, grupos trotskistas, progresismo genérico), militaban con fervor en la vereda opuesta. Sus objeciones al movimiento popular que irrumpía en el escenario político nacional eran de lo más variadas:


a)     Se cuestionaba su carácter “burgués”, es decir, no socialista. El peronismo era un intento –se argumentaba- de distraer a la clase trabajadora de su destino histórico: la toma del poder y la instalación del socialismo, objetivo final inexorable, determinado por la Historia y las escrituras sagradas del marxismo.
b)    Se cuestionaba su estilo dictatorial, carente de vocación democrática, negador de la división de poderes y de los valores de la convivencia democrática.
c)     Se impugnaba también su alineamiento internacional y su distancia filosófica tanto del capitalismo liberal como del marxismo.
d)    Sus políticas sociales fueron cuestionadas por demagógicas. Las nacionalizaciones, calificadas de adquisición de “hierro viejo”. Su política era caracterizada como conservadora. Su enfoque cultural, era visto como reaccionario.
e)     El nacionalismo, componente central del peronismo, recibía una andanada de críticas en nombre del “internacionalismo proletario”. El progresismo, afincado preferentemente en las clases medias, abominaba del “aluvión zoológico” que expresaba el ascenso social de los pobres.

En el último tramo del peronismo, en los años setenta, la izquierda tradicional profesaba inocultables simpatías hacia las formaciones armadas del peronismo, a quienes Perón enfrentó a sangre y fuego con su último aliento. Apenas un pequeño grupo, la Izquierda Nacional de Jorge Abelardo Ramos, acompañaba al peronismo, lo explicaba e interpretaba su significado histórico. Y era acusado de hereje y violador de los dogmas.

Cualquiera de nosotros que haya vivido una suficiente cantidad de años se habrá encontrado, con sorpresa, que numerosos militantes de izquierda, antiperonistas de toda la vida, ahora han descubierto, en su otoño, las grandes bondades del peronismo, aunque siguen rechazando a su fundador.
La versión tradicional del peronismo les ha parecido siempre horrible. Pero ahora adoran esta variante creada por Néstor y Cristina Kirchner.

El grueso de esta izquierda ha preferido a Raúl Alfonsín a comienzos de los ochenta, rechazando a Luder y a Lorenzo Miguel. Luego demonizaron a Carlos Menem y más tarde integraron con entusiasmo el gobierno de Fernando de la Rúa. Ahora proclaman la eternidad de Cristina y el carácter revolucionario de Hugo Chávez.

¿Qué ha pasado para que lo que antes era condenado con energía ahora sea abrazado con fervor?

Ha desaparecido el bloque socialista. Y, lo que es peor: ha desaparecido –al menos por un tiempo prolongado- la perspectiva y la ilusión de una sociedad que reproduzca los contextos inaugurados con la Revolución Rusa de 1917. El socialismo fracasó de un modo inapelable. Fue ineficaz para acumular capital, desarrollar la sociedad, generar prosperidad e igualdad, sacar a los pobres de su condición y difundir la libertad.

En esa situación, los antiguos socialistas y comunistas, han vuelto sus ojos hacia el otrora despreciado nacionalismo burgués, el populismo. Aceptan que se trata de una versión light de la dictadura del proletariado pero encuentran en él la posibilidad de continuar con sus luchas del siglo pasado, omitiendo el cambio de los contextos históricos. Se ilusionan en un “crescendo” populista que, en algún momento reinstale, con otro nombre y otras particularidades, una sociedad sin mercado ni capitalistas. Pero, sobre todo, adoran el discurso de tono vibrante e impugnador de los países poderosos, a los que le adjudican todas nuestras postergaciones y fracasos.

Pero al abdicar del socialismo y abrazar el populismo que antes rechazaban, no marchan hacia un espejismo: uno y otro comparten una visión del mundo, de la Argentina y de las causas de nuestros problemas económicos y políticos. En cierto modo, el populismo es lo que ha quedado del socialismo tras la caída del Muro de Berlín. El populismo, ellos lo ven así y así lo ha dicho su numen ideológico Ernesto Laclau, es el socialismo posible en esta etapa histórica.

Pero hay algo más. El peronismo de los cuarenta fue un intento de quebrar el esquema agro exportador que regía desde el fondo de la historia argentina y poner al país en la ruta de la industrialización, conforme a los parámetros más avanzados de la época. Sacudió las raíces del país pastoril y promovió la industria con toda la fuerza de la acción de un estado conducido por un estratega militar que vislumbraba un escenario futuro de guerra y pugna económica entre los países. Ese peronismo fue el que provocaba rechazo en la izquierda argentina.

Hoy, por el contrario, el populismo no aporta nada al quiebre del status quo económico argentino y latinoamericano. Al contrario: despilfarra una de las coyunturas más favorables para el despegue definitivo del país. Los formidables ingresos provenientes de la multiplicación de los precios de nuestros productos de exportación nos permitiría dar grandes pasos para emprender con fuerza y consolidar en forma definitiva un proceso de modernización que logre incorporar crecientemente a quienes hoy vegetan en la pobreza. Pero el populismo, en su obsesión de acrecentar y conservar el poder, está despilfarrando esta posibilidad y, pese a su discurso impregnado de frases heroicas y beligerantes, mantiene al país en su condición de debilidad, fragilidad y retraso relativo.

Ayer como hoy, la izquierda argentina acierta en posicionarse del lado del status quo económico que, a la larga, termina consolidando los padecimientos de una franja de la sociedad. Tal la coherencia de los odios y amores de la izquierda argentina, anclada en un sistema de ideas que ya ha probado sobradamente su impotencia.


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