No
por anunciada, la muerte del presidente de Venezuela Hugo Chávez es menos impactante.
Ha muerto el líder político más prominente de una visión política con largo
arraigo en América Latina: la que intenta explicar nuestro atraso a partir de
los oscuros designios de maléficos poderes mundiales, interesados en someter a
nuestros países y mantener a nuestros pueblos en la indigencia y la
postergación.
Chávez
ha sido quizá, junto a Fidel Castro, el dirigente político con mayor
predicamento en América Latina, tras la muerte de Perón. Con su desaparición se
abre la incógnita de la supervivencia o no de un proyecto político y económico
que está en discusión en varios países de esta región del mundo, incluida la
Argentina.
sábado, 9 de marzo de 2013
Murió Chávez ¿Sobrevivirá su proyecto? Por Daniel V. González
Con
matices, la visión del mundo y de la política que irradiaba el militar
venezolano provenía desde los umbrales de la Segunda Guerra Mundial. En esa
primera ola de nacionalismo popular, fue Perón, junto a Getulio Vargas y Carlos
Ibáñez, quienes marcaron un rumbo para los países que intentaban quebrar el
atraso del subdesarrollo y acceder a la industrialización y la modernidad a
través de un recetario que otorgaba al Estado un rol determinante en la
acumulación de capital y la expansión productiva.
Luego,
hacia fines de los años sesenta y durante la década siguiente, América Latina
vivió un rebrote de ese nacionalismo con los gobiernos de Velasco Alvarado en
Perú, Omar Torrijos en Panamá, Ovando Candia y Juan José Torres en Bolivia, en
un marco distinto al de la posguerra. Esta vez el reverdecimiento nacionalista
se presentaba en un escenario influido por la Guerra Fría, la presencia de un
–en apariencia- sólido bloque socialista liderado por la Unión Soviética, el
influjo de la revolución cubana y la presencia de grupos guerrilleros en varios
países de América Latina.
La
aparición de Chávez, sin embargo, se presenta en un nuevo contexto,
completamente diferente a los anteriores. El venezolano entra en escena cuando
ya había sido derrumbado el Muro de Berlín, la Unión Soviética había
implosionado y China reorientaba su política volcándose crecientemente hacia
una economía de mercado. Se trata de un marco desfavorable en muchos aspectos:
las políticas de planificación centralizada y excluyente presencia estatal
habían demostrado su ineficacia y su fracaso. Y al revés: el mercado y la
democracia ganaban espacio como mecanismos aptos para sacar a los pueblos de la
miseria y, a la vez, asegurarles entornos de mayor libertad y derechos.
En
cierto modo, Chávez y el populismo fueron sobrevivientes azarosos de la debacle
del socialismo. Y fueron también beneficiarios de los cambios mundiales
provocados por el vuelco de China a la economía de mercado y el consecuente
aumento de los precios internacionales de los commodities. Durante los años de
Chávez, el petróleo pasó de 17 dólares por barril a un techo de 140, a partir del cual
descendió hacia los valores actuales. Al igual que en la Argentina, esos
ingresos formidables, de ningún modo asignables al modelo en vigencia, crearon
la ilusión de un éxito que en realidad no se correspondía con la realidad.
Pero
ese impresionante contexto benéfico no logró consolidar un clima de
productividad y solidez económica. Al contrario: la economía venezolana fue
desmejorando con el paso de los años sin lograr resolver los problemas que
habitualmente conlleva el populismo: baja en el nivel de productividad, caída
de la inversión, propagación de las ineficiencias en la economía, presencia de
la inflación, generalización de los controles, desaliento de la actividad
productiva. En otras palabras: la economía venezolana ya presenta, al momento
de la desaparición de Chávez, graves problemas de salud, de no fácil solución.
El
discurso estentóreo no se correspondió con el éxito económico ni, mucho menos,
con la vigencia plena de un estado de derecho ni con la existencia de un
sistema republicano con división de poderes. Chávez no logró resolver ese drama
crucial del populismo: el crecimiento de un estado que propaga su ineficiencia
y avanza sobre la democracia y los derechos individuales.
Son
estos problemas políticos y económicos la herencia que deja Chávez al pueblo
venezolano y al mundo político latinoamericano que lo tiene como referente.
Chávez, de haberlo querido, podía mirarse en el espejo de su amada Cuba: este
país, aunque mantiene su tono crítico a los imperios y al capitalismo, no ha
tenido más remedio que avanzar hacia una economía de mercado, es decir, en la
dirección contraria a la que marchaba el líder venezolano.
Chávez
muere en el momento en que su proyecto y sus ideas están siendo puestos a
prueba por la realidad. Una realidad que crece en adversidad y cuyos parámetros
determinantes no deben ser buscados en oscuros e insólitos designios
inoculadores de pestes sino en la propia lógica perversa e impotente del
populismo al que Chávez consagró toda su energía. Y su propia vida.
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