sábado, 30 de marzo de 2013

Efecto Francisco. Por Gonzalo Neidal


Hay que adjudicar al influjo benéfico de la designación de Jorge Bergoglio como Papa, el surgimiento de un atisbo de bondad, comprensión y buena disposición hacia la paz que muestran algunos políticos.

Es prematuro calificarlos como milagros pero resultan hechos sumamente significativos e impensables un par de semanas atrás. Provisoriamente podríamos denominar estos fenómenos como “efecto Francisco”. Ya hemos dicho que el primero de todos ellos ha sido la conversión de nuestra presidenta hacia la fe papal. Cristina cambió sus anteojos y comenzó a ver las cosas de un modo distinto: el abominable procesista Bergoglio pasó a ser poco menos que Gardel. La consagración de Bergoglio, ha ido paralela a su “gardelización”. Este proceso no estuvo exento de nervios y candor:  Cristina le explicó al Papa, nacido en Flores, qué es un mate y cómo se utiliza.
Afortunadamente, apareció el filósofo José Pablo Feinmann para explicarnos que con esta borocotización, “Cristina intenta disputarle el Papa a la derecha”. Como vivimos tiempos de0 misericordia, la presidenta queda perdonada. Y Feinmann, también.
Los intelectuales del kirchnerismo son irreductibles: ellos nos se dejan conmover por el júbilo popular ni por la dimensión del formidable acontecimiento histórico. Pero esta disidencia con la cúspide del poder no hará que renuncien a sus cargos y sueldos del estado. En eso son también intransigentes. Los principios son los principios.  
Pero los que están en la lucha y tienen ambiciones políticas, deben recoger aceleradamente su barrilete anti-Bergoglio. Ahora, con el ejemplo presidencial, todos se han dado cuenta de que, en realidad, siempre fueron “bergoglistas” de la primera hora. Y está bien que así sea: era verdaderamente ridículo continuar desairando a Bergoglio y menos ahora que es Papa y es aclamado por el mundo entero, incluso por los más importantes líderes latinoamericanos, como Dilma Rouseff y Rafael Correa. La Cámpora ya no silba al Papa e incluso Luis D’Elía ya no lo acusa de ser un agente del imperialismo.
En la política doméstica, el efecto más impactante quizá haya sido la decisión de Eduardo Duhalde de tocar el timbre en el departamento de Carlos Menem para, según él mismo ha contado, “darle un abrazo” y, de ese modo, cerrar varios lustros de desacuerdos, enfrentamientos y zancadillas recíprocas.
Es muy probable que Carlos Menem nunca hubiera accedido a la presidencia si no fuera porque Duhalde le abrió las puertas de la provincia de Buenos Aires, en la interna justicialista de 1988, cuando ambos enfrentaron y derrotaron a la dupla Antonio Cafiero – José Manuel de la Sota.
Luego Duhalde, razonablemente, aspiraba a relevar al riojano en 1995. Pero Menem consiguió la reelección. La hora del bonaerense llegó recién en 1999 pero Menem se encargó de esmerilar su chance presidencial todo lo que pudo. Primero, presentando una imposible re-re, en Córdoba, vía De la Sota. Luego, desmejorando las cuentas públicas y haciendo lo imposible para que Duhalde fuera derrotado por De la Rúa, que fue lo que finalmente ocurrió.
El capítulo siguiente se desencadenó en 2002/2003, cuando Duhalde puso sus fichas en De la Sota para la candidatura presidencial. Luego, al no favorecer las encuestas al gobernador de Córdoba, orientó su apoyo hacia Néstor Kirchner. Lo decisivo fue su determinación para que el PJ no realizara internas partidarias (que muy probablemente hubiera ganado Menem) sino que concurriera a elecciones con tres candidatos distintos. Lo que sucedió es historia reciente: ganó Menem pero perdió; Kirchner fue presidente. Duhalde se tomó revancha de las atenciones recibidas por Menem durante años.
Y ahora, vino el abrazo. Los abrazos y perdones llegan cuando las rivalidades ya se han extinguido por el paso del tiempo y los cambios en la realidad política. Ya Menem y Duhalde carecen de peso político para imponer nada a nadie.
En tal sentido, se trata de un abrazo inocuo. Cumplir con el mandato de Francisco no tiene ningún costo para ninguno de ellos. Es, apenas, una mano de miel sobre conciencias ya abatidas y políticos en retirada.
Más difícil sería, por ejemplo, que Cristina toque el timbre de la casa de Daniel Scioli y lo abrace en son de paz y fraternidad.
Si eso sucediera, será inevitable que el Papa Francisco ocupe un lugar en el santoral católico.


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