jueves, 25 de octubre de 2012

Si lo dice Stiglitz... Por Gonzalo Neidal


Uno no pudo menos que sorprenderse al leer en su momento las insólitas declaraciones de Amado Boudou, a la sazón Ministro de Economía, acerca de que la inflación no perjudica a los pobres sino a los ricos, a la clase media alta e incluso al escalón más encumbrado de la escala de ingresos.

Con algunas variaciones, la especie fue repetida después por el enérgico y gesticulante Axel Kicillof, que afirmó más o menos lo mismo: que la inflación afectaba a los rentistas que, como se sabe, es una suerte de mítico habitante de los escalones más elevados de la pirámide social.
En ese momento pensamos que una afirmación tan arriesgada debía obedecer a la situación de poder de ambos, al compromiso militante con la causa kirchnerista, que obliga a los funcionarios a jugarse con opiniones controvertidas e incluso con dictámenes sobre economía que van a contramarcha de la realidad verificable a simple vista.
En la Argentina siempre se ha dicho que la inflación perjudica a los más pobres pues son éstos los que carecen de capacidad para actualizar sus ingresos por propia determinación. Los empresarios, por el contrario, modifican los precios de venta de sus productos y se sacan de encima el problema. Todo esto, en ciertas condiciones, claro está.
Ha habido casos específicos en los que la inflación perjudicó a los más poderosos en beneficio de quienes integraban un escalón menor en la distribución del ingreso. En el primer gobierno de Perón, con inflación y a veces con control de precios, los salarios subían más rápido que los precios. Además, el congelamiento de los alquileres y arrendamientos beneficiaron a quienes alquilaban que, en el caso de los campos, pudieron hacerse de la propiedad con facilidad. Pero luego el propio Perón fue quien tuvo que rectificar. A punto tal que fue él quien inventó la conocida frase que afirma que, con inflación, “los precios suben por el ascensor y los salarios lo hacen por la escalera”.

La madre del borrego
Pero acabamos de verificar que la afirmación de los funcionarios de economía tiene un fundamento ilustre. Jerarquizado. Si alguien les reclama que están equivocados, Boudou y Kicillof podrán responder que ellos no hacen otra cosa que repetir lo que sostiene el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz.
En efecto, releyendo su libro Caída Libre publicado en 2010, después de la crisis, encontramos el siguiente párrafo: “(los banqueros) decían que la inflación perjudica especialmente a los pobres. Uno debería desconfiar cuando oye a los banqueros defender la causa de los pobres. La auténtica verdad es que los que más pierden (con la inflación) son los que tienen obligaciones que ven que el valor real de sus títulos disminuyen”.
¡Ahí está la madre del borrego! ¡Lo dijo Stiglitz, el numen teórico e ídolo máximo del ministerio de economía actual! El chico malo de la economía mundial, que recorre el mundo despotricando contra los banqueros, obsesionado por lo mucho que ganan y echándole la culpa de todos los males del universo. Y es en esa obsesión que JS, “pour épater les bourgeois” utiliza el espantajo de la inflación, que verdaderamente disgusta a todo financista.
Pero es evidente que la frase de Stiglitz está dicha para una realidad distinta de la nuestra. Una realidad distante, un contexto completamente ajeno. En primer lugar, cuando JS habla de inflación, no habla de los niveles argentinos (20/25/30%) sino de los que resultan aceptables para Estados Unidos y el mundo superdesarrollado: 2/3/5%, como cifra máxima.
En la Argentina, con las subas actuales de precios, con los porcentajes de inflación que vivimos, difícilmente el Premio Nobel se atreviera a afirmar lo que escribió en su penúltimo libro. Pero a los empecinados funcionarios de quienes depende hoy por hoy la economía nacional, el texto de JS le ha caído como anillo al dedo. Estarán diciendo que, si lo dice Stiglitz… es correcto y no admite ninguna discusión.
Este gobierno se ha caracterizado por exaltar el nacionalismo y los valores autóctonos. Desde los pueblos originarios hasta nuestra aptitud para “vivir con lo nuestro”, esto es nuestro elevado margen de autonomía. La independencia económica es un valor que cotiza alto en el canon K. Hemos cancelado con orgullo la deuda con el FMI, lo que resultó ciertamente un pésimo negocio. Pues bien, tanto folklore nacionalista vino finalmente a derrapar feo por limitarse a repetir el pensamiento de un economista foráneo, que piensa para un contexto extranjero.
Lo menos que puede esperarse de nuestros pensadores locales, tan patrióticos en sus expresiones, es que revisen cuanto viene de afuera y que, de tanto en tanto, piensen con cabeza propia, mirando nuestra realidad local.
Mientras tanto, la inflación progresa día a día y el tipo de cambio se atrasa cada vez más, acumulando tensiones que son incompatibles con los equilibrios macroeconómicos sobre los que se sostiene el propio “modelo” en curso.



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