miércoles, 3 de octubre de 2012

El INDEC de los seis pesos. Por Gonzalo Neidal


Cuando pasen los años será visto como una curiosidad digna de figurar en todas las antologías que se realicen en el mundo sobre hechos insólitos. Ahora, los contemporáneos, miramos las mentiras estadísticas del INDEC casi sin darle importancia. Como un simple capricho del gobierno para mostrar al país y al mundo cifras económicas mejores que las reales.

En el principio, hacia mediados de 2007, la razón de la mentira estadística habría sido la intención de ahorrar dinero público mediante el ardid de denunciar una inflación menor a la real. En efecto, uno de los títulos públicos que se emitieron en 2005 al momento de la renegociación y repudio de una parte de la deuda estatal, son ajustados por el índice de precios al consumidor del INDEC. Esos títulos, por recomendación del entonces ministro Roberto Lavagna, fueron a parar a manos de las AFJP, para preservar los fondos de los jubilados.
Pasados los meses, Néstor Kirchner se dio cuenta de que si mentía el índice, el estado ahorraba dinero. Y optó por hacer eso. Algunos comentarios de la época registran que el entonces presidente se jactaba en privado de su picardía.
En un comienzo, los funcionarios salieron a defender el índice oficial. El principal argumento era técnico: ninguna organización cuenta con los recursos,  la organización y los profesionales que tiene el INDEC para tomar las muestras y medir la evolución de los precios. El único que puede hacer esto en la Argentina es el INDEC. Pero todos percibíamos que los índices oficiales no se correspondían con nuestras respectivas experiencias y, pasados los meses, esto se hacía más y más evidente.
Aparecieron las consultoras (profesionales de la economía), las asociaciones de consumidores y los departamentos de estadísticas de las provincias y universidades. Todos fueron unánimes: las estadísticas de precios del INDEC no eran realistas. Ocho universidades presentaron un dictamen al gobierno en tal sentido. La reacción oficial consistió en desechar esas observaciones y multar duramente a las consultoras, apelando a una ley del tiempo de la dictadura militar.
Pasado el tiempo nos fuimos acostumbrando a las mentiras del INDEC. Ya ni los funcionarios defendían esos números apócrifos. Y la gente los tomaba para la chacota: cuando en cualquier orden una cifra era dudosa o trucha, se decía que era del INDEC. El propio gobierno, a su más alto nivel, desechaba esos números manifiestamente mentirosos. Gremios y asociaciones empresarias pactaban aumentos del 30% anual con cifras de inflación oficiales que rondaban el 8%. Semejante distancia hubiera convocado a economistas de todo el mundo para develar el misterio semejante avance en la distribución del ingreso. Y esto es sólo un ejemplo. Las tasas de interés tampoco eran acordes con los números del INDEC. Casi todas las variables y datos de la economía quedaban contaminadas por la mentira oficial. Por ejemplo, los indicadores de pobres e indigentes, que se establecen sobre la base de sus ingresos y su relación con una cesta de alimentos y otros bienes.
Y así hemos llegado, tras largos años de mentiras, inexactitudes, errores, distracciones y diversos modos de prolija mendacidad, a la situación ridícula que vivimos hoy, donde el organismo oficial encargado de medir las estadísticas y proporcionar información certera sobre la marcha de la economía, nos dice que un argentino puede alimentarse con… ¡6 pesos por día! Una insultante cifra africana que deja en evidencia, blanco sobre negro, la degradación de un organismo técnico que pretende encubrir la realidad como si ésta no fuera percibida por los habitantes que cada día meten la mano en sus bolsillos y constatan de ese rústico modo cómo es que crecen los precios.
Hace pocas horas, el INDEC acaba de decretar que los argentinos que puedan contar con 13 pesos por día, no son pobres. De este modo, las estadísticas de pobreza señalarán cuánto vamos progresando día a día en la eliminación de tan ominoso flagelo.
También hace horas el FMI ha formulado una severa advertencia a la Argentina acerca de la falsedad de sus estadísticas económicas. Esto hará, claro está, que quienes las cuestionamos nos veamos transformados de la noche a la mañana en despreciables agentes del imperialismo y de los organismos financieros internacionales.
El problema es que puede ocurrirnos, como en un conocido cuento de Cortázar, que terminemos creyéndonos nuestras propias mentiras.

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