jueves, 25 de octubre de 2012

La ficción del relato único. Por Gonzalo Neidal


Con problemas complejos en varios frentes, el gobierno parece obsesionado por un único tema: golpear al Grupo Clarín con toda la fuerza que se pueda. Si fuera posible, destruirlo. No hay asunto que lo preocupe más, ni causa que mueva tanto su fibra combativa.

Es curioso, muchos de los militantes K ignoran que el Grupo Clarín fue gran amigo del gobierno durante cada día del mandato de Néstor Kirchner y que los conflictos con el gobierno irrumpieron durante la crisis del campo en marzo de 2008, porque a Néstor no le gustaron las opiniones de Clarín e interpretó que eso perjudicaba al gobierno de su esposa, recién asumido.
Y ahí empezó la guerra.
Antes de eso, Clarín y los Kirchner eran grandes amigos. A punto tal que Néstor reservaba para Clarín las mejores primicias del gobierno. Por ejemplo, en enero del fatídico 2008, Roberto Lavagna, que había salido segundo en los comicios que consagraron a Cristina, le había pedido una audiencia al ex presidente y, a la sazón, titular del PJ para incorporarse a la conducción del partido. Era una noticia muy importante. Néstor, hábil en el manejo mediático, lo convocó para un sábado y avisó únicamente a Clarín quien en su edición del día siguiente, la más vendida de la semana, publicó en tapa esa nota exclusiva. La furia del resto de los medios fue grande. Noticias hizo su nota de tapa, la semana siguiente con el título “El pacto Kirchner-Clarín”, donde denunciaba ese hecho y otros similares.
Luego sobrevino la crisis del campo y la historia que todos conocemos, con algunos hitos increíbles: la exhumación del caso Papel Prensa, un viejo asunto pergeñado durante el gobierno militar pero olvidado incluso por los medios que quedaron en desventaja ante La Nación y Clarín, propietarios de una parte importante de la empresa. El relato que se intentaba imponer era sumamente burdo: que la familia propietaria de una parte de las acciones había sido obligada a vender bajo amenazas, hecho éste desmentido por miembros de la propia familia.
El punto de mayor degradación de esta batalla fue el vinculado a los hijos de la presidenta del Grupo, Ernestina de Noble, acerca de quien se insistía que eran hijos de desaparecidos. Los niveles de indignidad a los que llegaron algunos jueces, políticos y medios oficialistas fueron macabros. Se sometió a los jóvenes a presiones y manoseos propios de un gobierno dictatorial. Se procuró su ADN, extraído inicialmente mediante mecanismos ofensivos al pudor, con violencia y métodos ajenos a las más elementales normas de convivencia democrática. Tampoco esto resultó, pues los cotejos científicos demostraron que los jóvenes nada tenían que ver con los datos existentes de personas desaparecidas.
La presidenta se queja casi a diario que los diarios no oficialistas deforman la información en perjuicio del gobierno. ¿Y cuál es el problema con eso? ¿Por qué no pueden existir medios que opinen distinto al gobierno? ¿O que recluyan a rincones escondidos información que favorezca al gobierno? ¿O que tengan, incluso, intención de perjudicar al gobierno con su enfoque informativo? Es lo que ha hecho, por ejemplo, algún diario hoy oficialista durante el gobierno de Carlos Menem, que no era de su agrado.
El gobierno está preocupado por dar una gran batalla el 7 de diciembre, cuando se cumpla un plazo fijado por la Corte Suprema en relación con un fallo sobre la Ley de Medios. El gobierno parece pensar que, ese mismo día, podrá ocupar las instalaciones del Grupo Clarín con legitimidad. Y  está preparando el clima propicio para eso. Pero, al hacerlo, va construyendo –si llega a darse- una victoria al estilo Pirro. Se enfrenta con una parte del Consejo de la Magistratura e  incluso con la Corte Suprema. Su obsesión exacerba los ánimos de sus opositores y le vuelve adversa la opinión de los algunos indecisos e incluso de no pocos otrora seguidores.
La aspiración a un relato único, a un único modo de mirar la realidad, es una utopía propia de dictadores, carente de realismo y, quizá, producto de los fantasiosos microclimas que se generan alrededor del poder. Es una estupidez completa por donde se lo mire. La argumentación elegida no podría ser más patética: otorgar medios de difusión a “los pueblos originarios”, cuando en realidad lo que verdaderamente se pretende es consolidar un formidable monopolio estatal de medios sostenidos con dineros públicos, que canten loas al gobierno. La prensa oficialista, ya lo sabemos, genera personajes patéticos y genuflexos como los que pueden verse a diario en 678 o pueden leerse en las decenas de publicaciones colgadas del presupuesto. Todo ello es absolutamente ineficaz para sostener y convencer a un pueblo como el argentino, acostumbrado a la diversidad y al uso de márgenes amplios de libertad.
En la búsqueda de este objetivo inalcanzable, de una visión unificada, el gobierno va dejando jirones de su poder electoral y de movilización.
Es un toro enceguecido que marcha rumbo a embestir un paredón.
Dios ciega a quienes quiere perder.


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