martes, 16 de octubre de 2012

De Grecia a la Argentina. Por Gonzalo Neidal

Si alguien quiere hacerse una idea clara acerca de lo que sucedió en Grecia, de sus avatares políticos, económicos y sociales, uno de los métodos con que cuenta es instalarse en esa lejana e histórica tierra durante un tiempo y embeberse de la trama y los conflictos de aquél país donde nació, en gran medida, la civilización de esta parte del mundo.
El otro modo de capturar aquella realidad es un tanto más rústico pero más accesible en estos tiempos de cepo cambiario: pelar la tarjeta de crédito, dirigirse a la librería del amigo Corcho y comprar por casi 100 pesos un libro breve y formidable: La espada de Damocles, de Petros Márkaris. Con afán aclaratorio, ya que el autor es principalmente novelista y no ensayista, se subtitula: La crisis de Grecia y el destino de Europa.

No es un pesado libro de economía lleno de cifras asfixiantes e inconducentes. Más bien es una crónica que incluye datos precisos y que revela conocimiento y reflexión sobre Grecia país donde el autor, turco de nacimiento, vive desde hace cuarenta años. El libro ha sido editado en el país hace apenas pocos días y recupera notas periodísticas recientes de Márkaris publicadas en diversos diarios europeos.
La idea central del autor es que la crisis griega no es un rayo en cielo sereno sino que reconoce un largo, extenso, dilatado proceso formativo que, durante décadas, creó las condiciones para que el país desembocara en la complicada situación actual. Largos años de consumo estatal y privado sostenido por endeudamiento terminaron por generar una situación insostenible. Derecha e izquierda contribuyeron de igual modo a expandir el gasto público hasta niveles imposibles de sostener en el tiempo. Los bancos europeos financiaron el gasto estatal y privado de los griegos durante décadas, en algunos casos ignorando el verdadero estado de las cuentas públicas, ocultado prolijamente por las autoridades.
Dice Márkaris que “Grecia es, de hecho, el último país europeo donde se practica el socialismo real. Son muchos los que lo aseguran; lo que no mencionan es que este Estado ‘socialista’ no ha sido construido por el Partido Comunista, sino por los partidos derechistas del Gobierno de Grecia”.
El aumento del gasto público y privado fundado en endeudamiento ha sido el comportamiento griego durante las últimas décadas, tal la tesis de Márkaris: “(los griegos) consideran los créditos bancarios que obtienen para cualquier cosa no como un dinero prestado, sino como parte de sus ingresos”, afirma. Y remacha: “Para los griegos, los banqueros son unos simpáticos conciudadanos cuando autorizan un crédito para el consumo o una hipoteca, pero se convierten en especuladores y en tiburones si exigen la devolución de su dinero”.
No puede decirse que Grecia haya padecido del “neoliberalismo”. Si de algún modo pueden llamarse la política económica que disfrutó durante todos estos largos años, es de prolífica en políticas activas, de indudable estímulo de la demanda. Podríamos decir que exageradamente… keynesiana. Por eso, cuando se compara la crisis de Grecia con la de Argentina de 2001, en realidad se escamotea la verdad. Es exactamente al revés: ahora, desbordado el gasto público, saturados de un endeudamiento que ha sido producto de sucesivos déficits presupuestarios, es que llega la hora de reformar el estado y poner en caja las cuentas públicas.
El libro de Márkaris podría ser leído también como un espejo que adelanta la situación de la Argentina actual, donde el formidable gasto público ha generado ya niveles de inflación que son una clara señal de advertencia hacia el gobierno, que opta por mirar hacia otro lado. La incorporación de Grecia a la CEE en 1981 es señalado por Márkaris como el punto de partida de un interminable flujo de préstamos externos que permitieron a Grecia sostener un nivel de vida elevado, no acorde con su real nivel de producción.
Cada partido que accedía al gobierno incorporaba a sus militantes, amigos y familiares al presupuesto público. Los agricultores “se han asegurado una vida mucho mejor, gracias a las subvenciones agrícolas de la Unión Europea”. Las pensiones fueron aumentadas hasta niveles insostenibles, financiadas por préstamos. El gobierno organizó las Olimpíadas de 2004, añadiendo cifras colosales a su deuda pública. En un reportaje publicado hace algunos años, Márkaris ya había anticipado su impresión: “Los griegos no quieren invertir su dinero en las empresas. Prefieren construirse una casa de campo. Soy pesimista. Gastan mucho e invierten poco. En algún momento esto se acabará”.  Su profecía resultó cierta. Largos años de gasto, consumo y crecimiento económico asentado en endeudamiento terminaron por desembocar en una situación de sobredimensionamiento del estado y cuentas públicas al borde del default.
En este clima, relata el autor, los partidos tradicionales (Nueva Democracia y PASOK) entraron en crisis y surgieron, a izquierda y derecha, partidos ultras que cambiaron el mapa político de Grecia. El rechazo a las antiguas fuerzas encierra una crítica a su desempeño complaciente durante décadas, incapaces de advertir que más tarde o más temprano, los despilfarros deben pagarse con medidas no exentas de dolor.
Por lo que cuenta Márkaris, Grecia no vive su 2001 sino que está llegando al final de las largas décadas de un estatismo agobiante como el que existió antes de las reformas de los años noventa, como el que se está construyendo durante estos años.
El país helénico sabe de tragedias. Nosotros deberíamos aprender, al menos, a evitarlas.


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