lunes, 15 de noviembre de 2010

Progresistas... ¿somos todos? Por Daniel V. González


Que Cristina Kirchner haya necesitado la muerte de su marido para subir en las encuestas es un hecho duro de asumir y molesto para explicar por parte del oficialismo. Pero sus implicancias políticas y la vinculación entre la muerte y la mejora en el pronóstico de los oráculos también resultan incómodos de analizar para la oposición.
Más allá de la natural conmiseración que casi todo el país siente hacia la reciente viudez de la presidenta, la convicción del gobierno acerca de que esta simpatía se extenderá en el tiempo y abarcará también los aspectos políticos de su gestión, no tiene fundamentos demasiado alocados.
Era la figura de Néstor Kirchner la que se alzaba como un colosal obstáculo –por su estilo, por su autoritarismo, por su humor, por las claras señales de su corrupción- para acercar al gobierno a aquellos sectores partidarios de varios colores que, algunos más y otros menos, tienen profundas y esenciales coincidencias generales con la idea que los Kirchner tienen del país y de lo que un gobernante debe hacer con él en este momento.
En otras palabras: ha sido la torpeza política de los Kirchner, uno de cuyos aspectos más decisivos es el monocorde estilo confrontativo, lo que le ha impedido al gobierno capitalizar políticamente el ancho consenso que su concepto sobre la economía y la política tiene en vastas franjas de los partidos políticos tradicionales y, por ende, en la misma sociedad argentina.
El gobierno no estuvo solo cuando se aprobó en el parlamento la disolución del sistema de AFJP (hecho que no había logrado el apoyo de los afiliados) y la estatización de Aerolíneas Argentinas y de la ex fábrica de aviones. Tampoco el consumo desaforado de las reservas de gas y petróleo –sin la debida exploración para reponer- ha recibido un rechazo unánime desde la oposición. Ni el sistema de subsidios generalizados, de gran endeblez en el largo plazo. Ni mucho menos la revisión tuerta del terrorismo de los años setenta.
Sólo la tosquedad brutal de los Kirchner ha hecho que, en una situación económica con impulsos extraordinarios para el país, les haya sido imposible capitalizar en su beneficio el apoyo explícito y tácito que tienen –especialmente en una situación de holgura y viento a favor como la que se vive- las políticas que ellos impulsan, que eluden las tareas de acumulación, planificación y estímulo a la producción que han realizado todos los países que han logrado quebrar el atraso de un modo decisivo.
Desaparecido Néstor se ha disuelto, por un lado, el mayor obstáculo para un deslizamiento hacia el gobierno de algunas franjas que encontraban en el ex presidente la razón básica para no sumarse a políticas con las que tienen fuertes puntos de coincidencia. Por otro lado, ha quitado a la oposición un elemento unificador esencial e insustituible.
Los efectos más notables en el poco tiempo transcurrido han sido la ratificación de fidelidad por parte de Daniel Scioli, la deserción de Reutemann de la mesa del Peronismo Federal, que se suma a las cavilaciones de Felipe Solá y Mario Das Neves y el natural desdibujamiento de Eduardo Duhalde, que había centrado su programa en la figura de Néstor Kirchner. Es el caso también de las dudas de Eduardo Buzzi, el dirigente rural de la FAA, a quien se le adjudican presiones hacia los diputados ruralistas para que éstos respalden la posición del gobierno nacional en relación con el presupuesto.
En otras palabras: el discurso oficial acerca de la necesidad de dar batalla contra los monopolios, los grandes empresarios nacionales, las empresas de capital extranjero, los prósperos ruralistas, y a favor de la recuperación del rol empresario del estado, tiene una ancha base de consenso en la sociedad argentina, más allá de los Kirchner. Y ha sido, en todo caso, la torpeza de ellos lo que ha hecho que, hasta la muerte de Néstor Kirchner, el gobierno se desplazara firme pero inexorablemente hacia una derrota electoral.
El “viento de cola”, es decir el rol protagónico de la demanda China en la economía mundial durante los últimos años, es una gran oportunidad para el país sólo si sabemos aprovecharla.
Y puede ser una gran ocasión perdida si, como está ocurriendo, se adjudica al “modelo productivo” los beneficios que en realidad provienen de una beneficiosa situación internacional cuya permanencia en el tiempo no podemos prever.
Esta holgura probablemente transitoria crea en nosotros la ficción de que el esfuerzo de acumulación, la inversión y, en general, todo sacrificio productivo no son más que exigencias de un capitalismo salvaje centrado en la avaricia de las corporaciones de poderosos. El discurso oficial construye la ilusión de que las leyes de la economía pueden burlarse sine die, sin mayores consecuencias para la economía nacional y que podemos ahorrarnos la tediosa tarea del esfuerzo educativo, la investigación y todas las tareas que llevan décadas como la exploración petrolera o la colaboración permanente con el sector privado en el desarrollo de grandes proyectos nacionales.
En esa política subyace el concepto juvenil setentista de que nuestros padecimientos económicos provienen de una conspiración internacional de vastos alcances, del saqueo imperial más que de nuestros errores e insuficiencias.
Y si bien esta idea directriz tiene por propagandista esencial al gobierno nacional también tiene cultores diseminados en todos los partidos políticos. Casi podría decirse que es uno de los componentes más persistentes de eso que llamamos el alma argentina, el ser nacional.



1 comentario:

Anónimo dijo...

Ni siquiera somos originales. Compartimos el sentimiento y las fantasías de paranoia expoliadora con buena parte de América Latina.

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