domingo, 21 de noviembre de 2010

"Mamma mia". Por Tomás Abraham

Cuando hace treinta años J.F. Lyotard anunciaba el fin de los grandes relatos, no podía imaginar que si bien su diagnóstico era válido para las grandes ideologías del siglo XX, no era aplicable para todo el mundo. En un alejado rincón austral del planeta, en una república sudamericana, los grandes relatos no sólo resistían a “los vientos huracanados de la historia”, sino que se prolongaban como en las Mil y una noches.

No hay duda de que las masas están entusiasmadas. Al menos lo están en algunas asambleas de la Facultad de Ciencias Sociales de Parque Centenario y en la falange que acompaña a los administradores actuales de la Biblioteca Nacional. Lo están los que leen Página/12, también quienes se ofrecen como redactores de periódicos distribuidos gratuitamente, o en folletines bancados por el Gobierno, los televidentes de los programas oficiales y oficialistas, todos ellos tienen derecho a su entusiasmo. Batallar contra Ricardo Alfonsín, Eduardo Duhalde y Mauricio Macri es verdaderamente estimulante. Un par de guantes y a pegarle a la bolsa de arena. Lo que sorprende es que se hayan vuelto tan religiosos, que crean vivir algo inédito, que digan con fervor bíblico que “un flaco y desgarbado muchachito de Santa Cruz vino a catalizar fuerzas visibles y subterráneas de una realidad en estado de intemperie”, y que la presidencia de Cristina inaugura “el espacio del amor generoso materno en el campo patriarcal piadoso”. Desde aquellos cursillos de la cristiandad que arrasaban con los carritos de la costanera, cerraban hoteles alojamiento, perseguían hippies y echaban a los profesores de la universidad que no se ve una avanzada de teología política de esta intensidad.
Es comprensible que en una historia en la que su tercera parte se nutre de un mito inacabable, que tuvo sus momentos de tragedia y otros de farsa, cualquiera que quiera estar a la altura del pasado pretenda al menos llegar a empardarle la inmortalidad a Perón y Evita. Y si como está de moda decirlo: “¡Vamos por más!”, con el corazón inflado la grey aún se proponga ganarle la partida al mito heredado y apostar por más de sesenta y cinco años de kirchnerismo. Que por primera vez en décadas nuestro país viva nuevamente de su campo, que nuestro vecino ahora gigante nos compre autopartes, que la cesación de pagos nos habilite a no pagar deudas por un tiempo, que el dinero fresco de hoy permita realizar política social aunque fuera mínima, son detalles prosaicos, ordinarios, la mera apariencia de una realidad celestial que unos pocos elegidos visitan.
Las Madres y las Abuelas son el símbolo vivo de esta nueva fe. No está bien visto pensar que los torturadores y asesinos deben ser juzgados sin adherir al relato setentista. Es poco compromiso asumir una posición que no parece ser más que un recurso jurídico. No alcanza con esa convicción demasiado laica. La conversión debe ser total, así lo establece la Madre Superiora: “Con las nuevas madres y abuelas argentinas ha vuelto a ocupar la escena política esa primera mujer-madre corporal, gozosa y generosa que todos –hombres y mujeres– hemos tenido para poder llegar a la existencia y ahora a la vida política de la que el terror de Estado nos había distanciado”, dice el filósofo León Rozitchner.
Volvió mamá, y con todo. Los polluelos bajo su sombra. El que se aleja será excomulgado: ¿por quién? Mejor preguntarle a Melanie Klein, que inventó eso de la madre devoradora. Pasa con estos personajes consagrados a la nueva fe que cuando uno se los cruza y afloja tanta tensión condensada, hace un chiste, una bromita, toma un poco de distancia respecto del tabernáculo sagrado, siente que comete un pecado. Nos alertan de que hay cosas con las que no se jode. En seguida salta la recriminación condenatoria en nombre de la muerte, del martirio, de los desaparecidos, de los torturados, y nos vamos al infierno por desacato.
Para quien está acostumbrado a que cada vez que se toma el atrevimiento de criticar la política israelí le arrojen seis millones de cuerpos de las víctimas del Holocausto al grito de “¡traidor!”, este resurgir de la melancólica “idishe mame” ahora fortalecida es un poco preocupante. Tanto amor da espanto. Y si a esta remembranza Rozitchner agrega: “Por eso, tantas mujeres sumisas y ahítas de alta y media clase, tan finas y delicadas ellas, no nos ahorran sus miserias cuando se muestran al desnudo al dirigirle (a Cristina) sus obscenas diatribas: no ven lo que muestran. Son mujeres esclavas del hombre que las ha adquirido –o ellas lo hicieron– y al que se han unido en turbias transacciones, donde el tanto por ciento y las glándulas se han fusionado (…) ¿Y el odio de sus maridos? De esos machos viriles que ven en Cristina, mezclados con sus maduros atractivos femeninos que les hacen cosquillas desde el cerebro hasta sus partes pudendas, a esa mujer que un flaco feo y bizco ha conquistado, no se la tragan”.
Me doy cuenta de que Rozitchner se ha inspirado en la Las viudas de los jueves, pero amigo León: yo te juro que sí me la trago, no pienses mal de mí, nos conocemos hace mucho, yo me la trago y bien doblada, para seguir con tus imágenes místicas. Y mi mujer de clase media te promete borrar de su mente todas las miserias del mundo y no tener más turbias transacciones conmigo. Vivamos en paz. Empujemos el carro para adelante que los melones se acomodan solos, según el refrán de un conocido pensador de onda corta y amplitud modulada. Con un crecimiento chino desconocido en toda nuestra historia, con un porvenir cristilino por años, y tantas bendiciones más, podemos discurrir en armonía. Como lo dice en sus epifanías el doctor Forster: “Kirchner, su nombre, habilitó, bajo nuevas condiciones, de lenguajes emancipatorios extraviados entre las derrotas y los errores; hizo posible una lectura en espejo de otras circunstancias históricas al mismo tiempo que nos desafió a que encontráramos las palabras que pudieran nombrar lo que permanecía sin nombre de este giro de la historia”. El doctor –que no parece distinguir entre “creersela” y creer en algo– las encontró, y son unas cuantas.
Los que tenemos más de un par de años de vida hemos conocido muchos momentos proféticos en la Argentina. Nos han prometido el ingreso al paraíso si éramos católicos sumisos al Escorial Rosado. Tuvimos la posibilidad de tener una patria socialista al grito de Perón o Muerte. Vinieron luego los que nos auguraron la paz, la reconciliación argentina y la liberación de islas sojuzgadas. Disfrutamos de la modernidad democrática en la que se come y se dialoga con tolerancia y espíritu pluralista. Un señor otrora muy querido nos ofreció el salto al progreso, la definitiva estabilidad de precios y la integración al Primer Mundo ante el aplauso de la platea de Davos. Y ahora esta nueva santidad femenina y la imagen del loco del sur, que nos llevan hacia… La verdad es que no sé, no soy escéptico por naturaleza, no quiero tener el destino de Moisés que muere antes de llegar a la tierra prometida, no me resigno a ser un posmoderno relativista burgués, Dios me libre de ser de derecha. Yo también quiero tener una Pachamama de izquierda, seguro que debe haber algo bien grande detrás de la cortina del presente, el Bien de Platón al salir de la caverna, un sol bien amarillo quizás, grabado en un yuan reluciente.
*Filósofo, www.tomasabraham.com.ar.

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