lunes, 1 de noviembre de 2010

El riesgo de fabricar otro mito mal curado. Por Adrián Simioni

(Publicado en La Voz del Interior el jueves 28 de octubre de 2010)

¿Qué determina la historia y va moldeando la sociedad en que vivimos? ¿Los hombres –individuales o colectivos– o fuerzas más amplias que los superan (otros países, la naturaleza, la tecnología, fuerzas sociales que trascienden a las personas concretas)? El debate es eterno e inconcluso por definición.
Pero hay casos en que la importancia de un individuo queda patente. La muerte de Néstor Kirchner es uno de esos casos. Fue la piedra angular sobre la que se estructuró la política argentina de los últimos siete años. Él tenía el teléfono rojo que podía determinar la quiebra de una empresa o el ahogo de un gobernador. Y encarnó la voluntad de poder que condujo al país en estos años. Todos esos puestos buscan un candidato.


Sin esa figura, todas las demás piezas se reacomodarán o se desmoronarán. Y esas piezas no son sólo los demás actores políticos: Julio Cobos, Daniel Scioli, Ricardo Alfonsín, Mauricio Macri y un largo etcétera. Involucran claramente a las alianzas sociales y políticas (el gremialismo sindical y empresario, el universo de los organismos de derechos humanos) y a las propias políticas públicas.
La muerte de Kirchner llega en un momento en que se balanceaban fuertes dudas sobre sus políticas. Por dar sólo un ejemplo: ¿es sustentable mantener uno de los niveles de inflación más altos entre todos los países del mundo, negarlo y disimularlo con subsidios fiscales crecientes al transporte, la energía y los servicios públicos, que además se distribuyen con total discrecionalidad según la concentración del voto y los aliados políticos y tienen serias consecuencias fiscales que no se ven en lo inmediato?
El dueño de ese modelo (también el del fuerte crecimiento, obedezca a las razones que obedezca) era Kirchner. Y ahora el debate sobre ese esquema queda obturado, cercenado. Todos pueden patear la pelota afuera.
Para seguir con el ejemplo, si la inflación se acelerara en este fin de año, como ya lo venían previendo muchos analistas, ¿cuántos segundos demoraría el kirchnerismo en culpar de ello a un “golpe de mercado” motorizado por “sectores empresarios” interesados en desestabilizar a un gobierno shockeado? Y si la Presidenta se viera obligada a cambiar algunas de sus políticas, ¿la oposición admitirá que es una mujer inteligente y capaz o se limitaría a mortificarla diciendo que eso constituye la prueba de que quien gobernaba antes era Néstor y no ella?
La muerte del ex presidente nos arroja en el limbo de “lo que hubiese pasado si Kirchner estuviera vivo”. Por eso, Kirchner y sus políticas tienen todas las chances, ahora, de convertirse en un mito. Parecido al del primer Perón.
Cuando el gobierno iniciado en 1945 empezaba a pagar los platos rotos de sus políticas (que por otro lado tuvieron muchas consecuencias positivas) por la vía de una inflación perenne y creciente que señalaba los límites de ese esquema, la derecha antidemocrática cometió el peor error de su historia: lo volteó. Ignorantes y golpistas, libraron a Perón de culpas y cargos. Ese mito, así gestado, vertebró la política argentina durante más de 18 años. Hasta hundirla en una decadencia que estalló a toda orquesta con la hiperinflación de fines de la década de 1980.
Con Kirchner, puede pasar lo mismo. Él también partió a la sociedad en dos, fue el eje indiscutido del poder y desaparece de la escena en un punto culminante. Sólo Kirchner y Perón compartieron esas características. Sería el segundo caso en la historia argentina de los últimos 70 años. Hebe de Bonafini dijo ayer a periodistas de radio Mitre que intentaban entrevistarla: “Lo mataron ustedes”. La construcción del mito ya empezó.
La muerte de Kirchner es lamentable por tratarse de un semejante y de alguien que encarnó un liderazgo para cientos de miles de personas que confiaron en él. Pero también es lamentable por el riesgo de que Argentina construya uno más de sus mitos mal curados. De esos que no somos capaces de evaluar sin apasionamiento y que nos llevan a escribir tan mal nuestra historia.

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