domingo, 14 de noviembre de 2010

En la hora inquietante. Por Abel Posse


La muerte de Néstor Kirchner acelera los tiempos de nuestra carreta política. Todos se preparaban para un verano casi escolar antes de las definiciones de candidatos y programas a partir de marzo o abril. El kirchnerismo necesita el tiempo para consolidar posiciones económicas y políticas con su pool de amigos, y la oposición para sacudirse su melancolía de tribu sin cacique, perdida en el desierto. La Presidenta quedó abocada sorpresivamente a tener que asumir la suprema investidura cuyo comando estaba en manos de su cónyuge. La realidad del poder hace que todos se sientan viudos, o viudas, en la soledad de la decisión. Y seguramente en el espíritu de Cristina Fernández se libra la gran batalla de este país enfermo.


País enfermo que deprime a sus ciudadanos y lleva a la sonrisa a los extranjeros que no pueden comprender nuestra autodemolición (Me pasaron esta frase de un periodista inglés: “Veo a la Argentina como un enorme hotel en donde todos sus huéspedes se quejan del servicio, sin darse cuenta de que son los dueños del hotel”.).
Le toca ahora a la administradora del hotel decidir el camino decisivo: o repetir las efusiones de nostalgias perdidas, o conciliarse con la realidad del mundo que ubica a la Argentina entre los privilegiados de la Tierra; de hecho, por las sinuosidades de los ciclos económicos, esta vez absolutamente favorables. Los términos de intercambio mundial, los precios, nos ponen en lo alto de la ola. Muchos estiman que por más de una década flotaremos en petróleo verde, en el mar de proteínas que podríamos asegurar a un mundo que las reclama, al punto que China nos ubica entre los cinco países más importantes para su estrategia alimentaria (Tenemos un horizonte productivo como para doblar las exportaciones, gozamos del privilegio del agua, de la tecnología y la capacidad humana mayor en la materia, nuestra especialidad y tradición de granero mundial.). ¿Aprovechamos este ciclo como todos los países de nuestra América? ¿O seremos como el chico que no quiere ser rico y rompe a pedradas los cristales de la mansión paterna?
Los argentinos hemos alentado una curiosa insubordinación estéril (opuesta a la idea de “insubordinación fundante” del profesor Marcelo Gullo). Nos hemos plegado a formas negativas y fracasadas, contrariando la voluntad de afirmación nacional, de hedonismo, de consumismo y productividad. Resultamos como un Kindergarten de gorditos revoltosos que no quieren ser lo que quieren ser. Nos fabricamos una mitología revolucionaria de pega, que en realidad termina en desplantes de violencia gestual sin asomo alguno de revolución. Desde el punto de vista nacional, sin adherirse a las ideas o filosofías que pueden sostener el sistema económico y político mundializado, debemos reconocer nuestra posibilidad de mecernos en la onda que hoy pone a Brasil como una potencia mundial, cuando hace pocas décadas nuestro producto bruto era tres veces mayor que el brasileño.
Aprovechar la realidad externa para solventar nuestra increíble deuda interna acumulada es lo revolucionario, seguir empleando el lenguaje de los vencidos de la historia es lo reaccionario. Es dejar que prevalezca el adolescente interior que tantos argentinos confunden con progresismo, sin comprender la esencia del resentimiento que padecen. El progresismo es forma anémica, consuelo costumbrista de una sociedad que no sabe adaptarse a la realidad. En 1970, cuando la Presidenta era una adolescente que se iniciaba en las ideas políticas, Mao era el jefe absoluto de la destrucción de Occidente y su cultura; la URSS estaba gobernada por Brezhnev, último estalinista y Cuba disimulaba su fracaso económico con propaganda ideológica. Los socialismos, para horror de los huesos de Marx en su cementerio de Londres, perdieron la batalla justamente en lo económico. En 2010, la dictadura del proletariado chino se asocia y sostiene la crisis del sistema occidental. Rusia es potencia capitalista y Cuba languidece.
Ojala la Presidenta comprenda lo realmente revolucionario de esta Argentina que puede ser reencaminada económica e institucionalmente hacia su mayor hora de éxito. La construcción de una nueva y justa socialidad la crearán los que producen riquezas en tal cantidad como para absorber el lastre de pobreza y marginalidad y fundar una nueva forma de convivencia y espiritualidad. La voluntad nacional espera la respuesta y la libertad creadora, tanto del Gobierno como de toda la dirigencia. La decisión de la Presidenta tiene el significado, personal y nacional, de un verdadero ser o no ser. A veces pasa en eso que llamamos historia.
*Escritor y diplomático.

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