martes, 12 de junio de 2012

¿Cuándo se jodió Argentina? Por Abel Posse

Periódicamente, más o menos cada diez años, cuando la estupidez política nos arroja otra catástrofe como la que hoy ya sufrimos, resurge ese tema de café que invariablemente nos queda sin respuesta definitiva: ¿desde cuándo se jodió la Argentina?
Solemos responder buscando en el pasado lo que no sabemos resolver desde el presente y para el futuro. Casi invariablemente también arrogamos responsabilidades o culpas a los personajes políticos o influencias externas. Buscamos en el archivo unitarios y federales, Rosas y los caudillos, los pelucones extranjerizantes, la oligarquía vacuna, el radicalismo, Perón (sobre todo Perón). En algún hecho o personaje sospechamos el comienzo de la fatalidad argentina, nunca en nosotros mismos. Son muy pocos los que murmuran o sospechan que somos un pueblo culturalmente enfermo y que las manifestaciones políticas y económicas, con sus recurrentes catástrofes, no son más que la consecuencia de un desajuste cultural básico que Martínez Estrada en su Radiografía de la Pampa ubica desde los primeros tiempos coloniales como “la tierra de Trapalanda”. Desde un comienzo esos desiertos eran la nada. Y en la nada todo está permitido. No se sabía qué había. Salvo los aborígenes, éramos de ninguna parte. Nacidos fuera del mundo con mapas, no teníamos “mundo”. Sólo tierra de nadie en los confines del Occidente ibérico. A los conquistadores suceden los criollos. La oligarquía gaucha. Los ilustrados fundadores de la modernidad (desde Buenos aires). La inmigración masiva que crea una etnia argentina y una europeización no ya institucional sino de cultura profunda y hasta original. Lo cierto es que en cuarenta años nos fabricamos un país admirable y mundialmente admirado. El milagro de Sarmiento y el poder de Roca consolidaron en apenas una década la matriz de privilegio educativo y cultural que fue la curiosa distinción de nuestro país en Iberoamérica y ante el mundo. Argentina se deslizó a lo largo del terrible siglo XX sin pagar la cuota de horrores y exterminios de los “países centrales”, pero los argentinos, sentimentales y llorones, osan hablar de su “década infame” de los años 30 (tal vez la muerte de Gardel fue el hecho público más grave que tuvieron que soportar). Grandes vividores pero con mucho tango y nostalgia del dolor. Piénsese lápiz en mano en las cifras negras del siglo XX (y especialmente en los años 30): el Gulag y los procesos stalinistas de Moscú, en china la Larga Marcha, los exterminios de Shanghai y Nankin, la demolición de Alemania y el incendio de la Segunda Guerra Mundial, el Holocausto, el desastre económico de Estados Unidos desde 1929 y hasta Pearl Harbor, Hiroshima, Dresde. En los días del feroz bombardeo de Londres en los 40, los porteños escuchábamos a Marino en el Marzotto de la calle Corrientes cantando el reciente estreno de Discepolín, Uno (“Uno va arrastrándose entre espinas...”). Qué lujo. En Crítica o en la quinta de La Razón nos habíamos enterado que al tomar Badajoz las fuerzas de Queipo de Llano fusilaron a diez mil republicanos y rojos en la Plaza de Toros (de la cual, como me dijeron los de allí, “nunca se fue el olor...”).
Los países centrales vivieron la experiencia y la enseñanza de millones de muertos. Nosotros hemos vivido una felicidad inconsciente, de kindergarten. No éramos extraterrestres, éramos extrahistóricos. El mundo estaba allá lejos y hace tiempo y el residuo inmigracional nos inclinaba a seguir en el margen, en la paz colonial.
La llama creadora de Argentina pareciera que duró un siglo. Diría que hasta la madrugada siniestra en que Illia bajó la escalinata de la Rosada y se fue en taxi a la casa del hermano. Entre el pesimismo de la Trapalanda de Martínez Estrada y el sueño de Lugones en La Grande Argentina, capaz de la pasión por un “gran destino” nacional al punto de creernos capaces de crear “una civilización, una moral y hasta un culto”, fuimos a los bandazos sin alcanzar la sensatez de un país mayor de edad. De allí esa recurrente pregunta falsa: ¿desde cuándo se jodió la Argentina? Falaz porque conlleva la búsqueda de culpables a un pasado, autoexculpándonos. Ahora y aquí es la respuesta. Cuando estamos entrando en un nuevo abismo, con un desgobierno a contraeconomía y a contramundo.
Hay que embestir contra la enfermedad que privilegia la viveza, esa hija bastarda de la inteligencia y apaña la corrupción como subcultura incurable.
Es la gran batalla de todos y exige una total movilización metapolítica, educativa y reeducativa.

*Escritor y diplomático.

1 comentario:

Anónimo dijo...

en un Todo de acuerdo con Abel,yo renegaba de los que decian que la causa era moral y de vivos;este Pais es muy joven,nuestros dirigentes actuales estan a siglos Luz de Roca,Pelegrini,Ramos ,Peron,etc,y nosotros nos falta un poquito mas de Hambre y miseria para que tomemos conciencia del valor de la politica

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