jueves, 7 de junio de 2012

Periodismo, espíritu crítico y libertad. Por Daniel V. Gonzàlez

Hacia comienzo de los noventa, durante la presidencia de Menem, el diario Página 12 publicó como “pirulo” de tapa un chiste que circulaba en medios políticos y que se refería a la línea editorial del diario. Palabras más, palabras menos, decía así: “Se realiza un acto protocolar en la Fragata Libertad, que estaba anclada a cien metros de la costa. Los funcionarios se trasladaban en botes hacia el navío y Carlos Menem permanecía en tierra, inmutable, desdeñando las invitaciones a abordar los botes.
Cuando se completó el traslado de funcionarios, todos los ojos se concentraron en el presidente, que permanecía en la orilla. En ese momento, Menem comenzó a caminar tranquilamente sobre las aguas hasta llegar al barco, donde se incorporó a la ceremonia. ¿Cómo tituló Página 12 su edición del día siguiente? MENEM NO SABE NADAR”.

El diario tomaba en broma su rol opositor al gobierno y aceptaba, con humor, que veía los actos del gobierno y del presidente con su particular prisma aún en aquellas situaciones que ameritaban, cuanto menos, una postergación temporaria de su espíritu crítico.
La celebración del Día del Periodista, cada 7 de junio, recuerda la publicación del primer número de La Gaceta de Buenos Aires, apenas ocurrida la Revolución de Mayo, y a su creador Mariano Moreno. Nuestro primer diario fue oficial, financiado y escrito por miembros del primer gobierno y destinado a difundir los ideales del movimiento revolucionario. Periodismo y política nacían entrelazados.
Para no dejar lugar a dudas, el propio Mariano Moreno en su Plan de Operaciones daba claras directivas acerca de cómo debía moverse el gobierno respecto de la prensa y las noticias. Decía Moreno: “(…) la doctrina del Gobierno debe ser con relación a los papeles públicos muy halagüeña, lisonjera y atractiva, reservando en la parte posible, todos aquellos pasos adversos y desastrados, porque aun cuando alguna parte los sepa y comprenda, a lo menos la mayor no los conozca y los ignore, pintando siempre éstos con aquel colorido y disimulo más aparente”.
Sorprende la vigencia de estas directivas de Moreno respecto de la prensa. Pero hay más. Sigue diciendo: “… y para coadyuvar a este fin debe disponerse que la semana que haya de darse al público alguna noticia adversa, además de las circunstancias dichas, ordenar que el número de Gacetas que hayan de imprimirse, sea muy escaso, de lo que resulta que siendo su número muy corto podrán extenderse menos (…)”.
En lenguaje más actual: los hechos desfavorables al gobierno debían comunicarse de modo tal que sea escasa la cantidad de gente que llegue a conocerlos. Para lograr esto debía, incluso, imprimir menos ejemplares de La Gaceta. Pintar las noticias con pluma favorable e imprimir pocos diarios cuando haya que dar malas nuevas.
El periodismo argentino nació mezclado con la política. Y los diarios oficiales debían estar al servicio del gobierno, sin contemplaciones. Una marca de nacimiento. Una impronta fundacional.
Doscientos años después, el concepto sobrevive aunque las circunstancias sean completamente diferentes. No vivimos un dramático tiempo de revolución ni de combate armado con alguna potencia que intenta sojuzgarnos, aunque el discurso oficial, en su intento de construir una épica a su medida, pueda sugerirlo.
Todos los gobiernos, de cualquier color político, por alguna razón distante de la sensatez, intentan controlar la prensa y se enojan ante la crítica periodística. Le adjudican un poder del que en verdad carece: manipular a la opinión pública, enderezarla hacia cualquier creencia o convicción, manejar a su antojo el pensamiento y la acción de los que la consumen.
Los gobiernos, unos más y otros menos, parecen desear un periodismo que los halague, que le cante loas, que apoye sus políticas y que no realice ninguna crítica a su desempeño. Todos los gobiernos se fastidian cuando la prensa denuncia sus actos de corrupción, critica sus políticas o revela inconsistencias, insuficiencias o errores. Todos quieren una prensa adicta y abominan del periodismo crítico. Y no se ruborizan cuando hablan de democracia.
Pero quizá ningún gobierno ha llevado esta política a extremos tan notables como el actual. Impregnados de las teorías de Gramsci, los intelectuales que rodean a Cristina Kirchner no sienten que infraccionen el pudor ni la ética al propugnar un periodismo “militante”, lo que supone la omisión de cualquier mirada crítica hacia las políticas oficiales. Claro que estamos lejos de condenar todo esfuerzo oficialista, pues también la genuflexión  forma parte de las libertades que deben reinar en toda democracia. Cada uno sabe qué grado de asentimiento puede aportar y cuánto de crítica puede ejercer.
Lo que resulta inadmisible es la persecución a la prensa independiente del gobierno, la presión contra la libre opinión bajo cualquier forma: mengua de la publicidad oficial, ataques a la provisión de papel, amenazas de cualquier tipo.
De todos modos, el intento de acallar las voces disonantes siempre termina en fracaso y sobre todo ahora, en tiempos de comunicación virtual y redes sociales. La prensa oficialista, se sabe, se vuelve reiterativa y, lo que es peor, aburrida y gris. El ejercicio de pincelar con mieles cotidianas los actos del gobierno de turno puede ser rentable pero siempre significa un acto de degradación ante el cual ser rebelan los espíritus creativos y rebeldes.
Y el periodismo es eso: creatividad, rebeldía y ejercicio de la mirada crítica. Y sólo florece en la libertad más completa.

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