miércoles, 27 de junio de 2012

Un cruce "nacional y popular". Por Daniel V. González

¿Encarna Hugo Moyano un proyecto de país distinto del que en estos días representa Cristina Kirchner?

Si alguien tenía dudas al respecto, el discurso de ayer ha servido para despejarlas. Si nos atenemos a las palabras del sindicalista, sus reclamos van en una dirección que aspira al peronismo clásico, el de los primeros años del Perón que es, aproximadamente, el que también cultiva la presidenta.

Uno y otro aman el peronismo de las vacas gordas, el de la segunda mitad de los años cuarenta. El peronismo de leyes sociales europeas, de crecimiento de la industria liviana, de empresas públicas, de altos salarios. En aquellos años y en éstos, la prosperidad se debió a las especialísimas condiciones económicas que se vivieron en ambos períodos. Saldos de guerra allá; precios disparados de los commodities agrarios, ahora.
En enfrentamiento entre Moyano y Cristina no es, en tal sentido, sustancial. Moyano se encargó de recordarle a la presidenta que él la apoya en todo lo relativo a las reestatizaciones de empresas públicas privatizadas, algunas de las cuales generan un déficit que se come los recursos que Moyano reclama al gobierno.
Moyano tampoco cuestiona los subsidios. En modo alguno considera que esté mal que, por ejemplo, el boleto de colectivo se pague en la Capital Federal y el Gran Buenos Aires menos de la mitad de lo que sale en  Córdoba y otras ciudades del interior del país.
Tampoco se lo escucha hacer demasiado hincapié en la inflación, que se devora los sueldos de los trabajadores y ha sido lo que específicamente ha restado ingresos a los trabajadores en el caso del impuesto a las ganancias.
Las reivindicaciones económicas de Moyano enfrentan los ajustes que la presidenta ha puesto en marcha en razón de las complicaciones que la economía va presentando y que amenazan con agravarse rápidamente.
Una de ellas, es la inflación. Tiempo atrás los teóricos del gobierno subestimaban esta anomalía. Amado Boudou, siendo ministro de economía, llegó a decir que no perjudicaba a los pobres. Otros fueron más arriesgados: afirmaron que “un poco de inflación, viene bien”. También había quienes insistían en que los aumentos salariales no contribuían al fenómeno inflacionario. Pues bien: la inflación ha llegado y, aunque no la nombren ni Cristina ni Moyano, es uno de los grandes problemas de la economía de estos días en la Argentina.
Moyano también apunta al presupuesto. Más allá del particular temperamento presidencial, nutrido de enojos y llantos, más allá incluso del concepto kirchnerista de lo que el poder significa como espacio incompatible con la negociación, el berrinche de Cristina tiene fundamentos en las cuentas públicas: hace rato no reflejan la holgura de los años de gloria superavitaria.
Moyano reclama a Cristina un comportamiento económico que no tiene en cuenta los cambios que se están produciendo en el escenario mundial y local. Quiere que Cristina siga haciendo lo que hacía. Pero ahora ella ya no puede porque el tiempo de abundancia ya terminó.
Acierta el camionero cuando puntualiza que, pese a la prosperidad de todos estos años, en la Argentina sobreviven elevados índices de hambre y pobreza, que en el país de los alimentos hay aún gente que padece por falta de alimentos. Pero inmediatamente propone la expropiación del Banco Hipotecario pues, en sintonía con los años del peronismo clásico, supone que con ese banco en poder del estado, la solución del problema de la vivienda estará al alcance de la mano. Piensa que las privatizaciones de los noventa fueron apenas un capricho del FMI y no una necesidad de una economía asfixiada por un estado abrumador y tonto.
En ausencia de una oposición visible, Moyano también se animó a formular cuestionamientos políticos que desbordan las meras reivindicaciones sindicales.
Reprochó al gobierno su carácter autoritario, su poca disposición al diálogo con quienes piensan distinto. En la misma dirección, recordó al Perón de los años setenta, el león herbívoro que se abrazó con Ricardo Balbín y se mostraba más conciliador con la oposición.
Para fastidio de la presidenta, Moyano trató con cierta sorna la imagen que cuidadosamente los asesores del gobierno elaboran de Néstor y Cristina Kirchner. En este aspecto, el sindicalista no anduvo con chiquitas: se rió de la pretensión de instalar a ambos como “salvadores de la patria” y también recordó –en una de sus frases más duras- que el exilio sureño de los Kirchner tenía como objetivo “lucrar con la 1.050”, en referencia a la actividad de Néstor y Cristina durante los años del proceso, muy distante del combate revolucionario.  Esta alusión quizá haya sido una respuesta a los dichos de la presidenta en relación con la militancia de Moyano en la Juventud Sindical, por aquellos años enfrentada a la Tendencia Revolucionaria, que integraban los montoneros.
En otras palabras, Moyano le pide a la presidenta algo que ella no puede darle.
En lo económico: menores impuestos y mayores salarios reales.
En lo político: un espíritu conciliador, negociador y democrático.
Todo indica, sin embargo, que la respuesta presidencial no transitará ninguno de estos pacíficos caminos.
El intercambio tiene toda la apariencia de una interna dentro del modelo “nacional y popular”. Pero en un escenario tan movido como es el que despunta, los protagonistas pueden tomar caminos impensados.

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