domingo, 15 de enero de 2012

Diagnósticos acertados para todos. Por Gonzalo Neidal

Es imposible evitar hablar sobre el curioso episodio de los avatares de la salud presidencial y sus derivaciones políticas.La noticia sobre un padecimiento cancerígeno por parte de la presidenta de la Nación provino, nada más y nada menos, del vocero presidencial cuya palabra es, para anuncios de este tipo, como si fuera la de la primera mandataria: no deja lugar a especulación alguna.

La conmoción nacional era inevitable aunque ya se supiera que, tratándose de la tiroides, el pronóstico de levedad era el más probable.
La cuota de tensión, incertidumbre, vigilia y padecimientos fue puesta por los jóvenes de La Cámpora, que hicieron guardia en el Hospital Austral, de Pilar, desde los días previos a la internación presidencial. Que la intervención resultara exitosa fue un alivio para todo el mundo aunque se tratara de un resultado preanunciado.
Lo inesperado fue, en cambio, la comprobación de la inexistencia del cáncer.
No hay tal afección.
Nunca la hubo.
La presidenta fue operada de algo que no tenía y que jamás tuvo. Un cáncer “no positivo”, para usar el lenguaje de Cobos. Un “falso positivo” si queremos ser más fieles a la denominación clínica.
A partir de esta comprobación, son inevitables las especulaciones políticas de toda índole.
La operación, tiende a transformarse en una operación… política. Los críticos del gobierno ya piensan que hubo manipulación de la opinión pública, explotación de los naturales sentimientos de empatía, piedad y solidaridad hacia el que padece, etcétera.
¿Cómo explicar que, para un caso tan delicado, exista semejante yerro en el diagnóstico? Los expertos dicen que se trata de un margen de error que llega al 2% del total de casos.
Si la información sobre la presunta enfermedad presidencial hubiera tomado estado público a través de los medios de comunicación no gubernamentales, hubiera caído sobre ellos, impiadosamente, la furia del gobierno, con duras acusaciones. Pero no fue así: fue el vocero presidencial el que nos anunció primero el mal y luego su inexistencia.
Es inevitable que tanta información liviana y contradictoria siembre dudas por doquier acerca del verdadero estado de la salud de la presidenta.
¿Qué sentido tiene una prolongada convalecencia si el mal nunca existió?
¿No debió obrarse con más cautela ante la posibilidad, aun remota, de que el cáncer no existiera?
¿Se valoró la probable pérdida de prestigio de la palabra presidencial ante un hecho de esta naturaleza?
¿Se sopesó el impacto internacional del anuncio y la desmentida?
Finalmente… ¿fue el INDEC el que hizo el diagnóstico?


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