viernes, 9 de septiembre de 2011

Facilidades para la revolución. Por Gonzalo Neidal

La presidenta no parece necesitar votos para ganar la elección de octubre. Sin embargo está haciendo un esfuerzo muy voluntarioso para conquistar a la clase media más conservadora, esa a la que no le gusta Moyano, ni los cortes de calle, ni los bloqueos a las industrias. Esa clase media que no ve con buenos ojos las restricciones a la libertad de prensa ni simpatiza con Hebe de Bonafini.

En el mismo discurso en el que la presidenta cuestionó la tendinitis que (¡pobres!) acosa a los empleados de subterráneos, dijo algunas otras cosas interesantes. Dijo, por ejemplo, que ahora resulta fácil ser revolucionario, mucho más fácil que en los duros tiempos en que trabajaba su padre como colectivero, tiempos en que no había democracia.


Además, añadió, ella nunca fue revolucionaria sino que siempre fue peronista. No sabemos qué han pensado de estas afirmaciones los chicos de La Cámpora o los muchachos setentistas, que siempre enfatizan los aspectos presuntamente revolucionarios del peronismo, los que cultivaba Evita más que Perón, al que nunca llegaron a digerir del todo, no sólo porque los echó de la Plaza de Mayo sino porque, además, dijo que a los guerrilleros había que “exterminarlos uno por uno”.

Para la presidenta, al menos en este discurso que comentamos, ser revolucionario y ser peronista no es lo mismo. Más bien al revés. Y, puesta a elegir, ella se inclinó por el peronismo. Un dato para anotar.

Claro que los muchachos setentistas, sentados en las primeras filas de la claque estable del Salón Blanco, se deben haber guiñado un ojo, sonrientes, como diciendo que esas palabras son “para la gilada”, para sumar más votitos a los muchos que ya tiene.

Pero ya que vemos la intención de cambiar algunas conductas, sea en serio o sea como mera táctica de cosecha electoral, nos permitimos sugerir otro rubro muy caro al alma de nuestra clase media y en el cual la presidenta tiene una amplio camino por recorrer pues hay allí un ancho territorio virgen, inexplorado por el actual gobierno.

Nos referimos a la corrupción.

Miremos un rato a Brasil. A Dilma. Ella ha obligado a renunciar, por ese motivo, a prominentes figuras, a encumbrados funcionarios. Y ello le está dando aún más popularidad que la que ya tenía.

¿Por qué no hacer nada en este terreno? ¿Por qué no dejar que la justicia actúe libremente y permitir que, aquellos que han robado, vayan a la cárcel?

¿Imagina la presidenta cuánto subiría en las encuestas si hiciera esto?

Es probable que, como ella cuenta con mejor información que nosotros, haya llegado a la conclusión de que en su gobierno no hay ningún corrupto.

De ser así, tendremos que aceptar que, efectivamente, Dios es argentino, ya que nos ha bendecido con dos atributos que nos hacen invencibles: el precio de la soja y la decencia de los gobernantes.

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