miércoles, 28 de enero de 2009

Sin espacio para la reconciliación. Por Javier González Fraga


(Publicado en La Nación - Miércoles 28 de enero de 2009)

Hace ya casi un año advertí que la importación de carne desde Brasil era un escenario que no podíamos descartar si seguían los desaciertos de nuestros funcionarios. Lo que siguió superó todo lo negativo que podríamos haber imaginado.
A las pocas semanas de aquel comentario estalló la crisis con el campo, cuyo detonante fue el anuncio de la resolución 125, que incrementó las retenciones. Pero la verdadera bronca del sector provenía de la incapacidad del gobierno de los Kirchner, especialmente desde 2005, de entender la problemática del productor agropecuario, y seguir confundiéndolo con categorías ideológicas de 80 años atrás.
Esta sensación se mantiene hasta estos días, y por eso ya prácticamente no queda espacio para una reconciliación. Por más anuncios que se hagan o beneficios que se repartan, el productor agropecuario está francamente decepcionado por una política económica que no sólo lo ha abandonado sino que pretende ponerlo de rodillas y quebrarlo. Y, a diferencia de otros sectores productivos, la dignidad y los valores morales son todavía importantes en el hombre de campo, que no se parece para nada a una sociedad anónima. Ellos podrían muy bien decirle a Kirchner, parafraseando a Barack Obama: "Vamos a durar más que vos".
Los perjuicios producidos por la política del Oncca, en momentos en que el mundo estaba ávido por adquirir nuestros alimentos, han sido inmensos.
Los controles de precios, las limitaciones para exportar carnes, trigo y lácteos, la sospechosa apreciación del peso de mediados de año, las compensaciones arbitrariamente distribuidas, y las intervenciones extraoficiales de la Secretaría de Comercio Interior constituyeron un desastre económico difícil de cuantificar.
Pero el resultado quedó a la vista:
Las exportaciones de carnes en 2008, cuando los precios fueron extraordinarios, fueron la mitad de las de tres años antes, y menores a las de Uruguay, que tiene la tercera parte del stock ganadero de la Argentina.
La faena de vientres estuvo cerca del 50% en 2007 y en 2008, lo que significa que nos comimos "la fábrica de terneros", y el peso promedio de faena es el menor en muchos años, con lo que faltarán novillos gordos para exportación este año y el próximo.
Se han perdido exportaciones lácteas por 200.000 toneladas en los últimos dos años, cuando los precios llegaron a superar los 5000 dólares por tonelada, frente a los menos de 2000 dólares de hoy. Esto le generó a nuestra industria, que está casi quebrada, una pérdida por ventas superiores a los 600 millones de dólares.
Consecuentemente se cerraron cientos de tambos pequeños, y desaparecieron muchos rodeos de cría de pequeños productores, mientras grandes productores se instalaron en el norte, y los amigos del poder reciben granos y subsidios.
¿Y cual fue el beneficio social de estas políticas, que quebraron a miles de pequeños productores, debilitando los pueblos del interior, y destruyeron decenas de miles de empleos?
Lograron reducir el precio del lomo y de los quesos duros, para feliz asombro de nuestros turistas y de los consumidores de mayores ingresos. Pero el pueblo, que consume asado y leche, tuvo que pagarlos a precios mucho más altos que si se hubiera permitido exportar los productos más apreciados.
Como consecuencia de estas políticas (¿políticas?), nuestra ganadería y nuestra lechería están hoy condenadas a una severa caída en la producción.
Los campos no pudieron, por falta de rentabilidad, hacer reservas de alimentos, y las pasturas se están secando ante las inclemencias climáticas. Los maíces vienen muy mal, al igual que los otros forrajes, y si se confirman los pronósticos de falta de agua por varios meses más veremos un verdadero desastre.
Es cierto que el Gobierno no es el responsable de la sequía ni de la crisis internacional. Pero sí es el responsable de haber provocado que los tamberos hayan cobrado un 30% menos que los de Brasil, Chile o Uruguay. Y que nuestros ganaderos vendieran a mucho menos de un dólar el kilo vivo, cuando los uruguayos y los brasileros cobraban un 50% por encima de ese valor, y en algunos meses de 2008, casi el doble.
De no haber tenido ni controles de precios ni limitaciones a las exportaciones ni el resto de las trabas burocráticas y muy poco transparentes que impuso el Oncca, nuestros productores habrían tenido los recursos suficientes para tener reservas de forrajes, o simplemente los ahorros para poder aguantar financieramente esta sequía, que genera gastos de suplementación alimenticia o de combustible para riego en los que disponen de esa alternativa.
Ya no importa que las exportaciones y los ingresos fiscales caigan en muchos miles de millones de dólares. Esas son abstracciones que el gran público no entiende, aunque también finalmente los afecta porque comprometen la estabilidad macroeconómica.
Mucho más concreto va a ser que los argentinos vamos a tener que consumir menos carne y menos leche, y probablemente, también menos pan en el resto de 2009, y probablemente en 2010. Podrán inventar que la inflación de 2008 fue 7,2%, pero no van a poder inventar una vaca ni un litro de leche cuando no lo tengamos disponible. Tampoco van a poder controlar los precios de los productos cuando su oferta sea escasa, aunque seguramente sí van a poder inventar conspiraciones de la Sociedad Rural, los ganaderos oligarcas u otros fantasmas de turno.
Ojalá se equivoquen quienes pronostican sequía por muchos meses más. Ojalá no sea necesaria tanta calamidad para que nuestra dirigencia comprenda la necesidad de revertir drásticamente la política agropecuaria que se implementó desde 2005.
El autor es economista y fue presidente del Banco Central

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