sábado, 3 de enero de 2009

Cincuenta años después. Por Gonzalo Neidal


No es razonable reclamarle lozanía a un proceso político que ya lleva 50 años.
Pero quizá sea menos razonable aún el festejo oficial de las antiguas glorias y de los tiempos heroicos, como si no hubiese pasado ya medio siglo.
El hombre fuerte de Cuba tiene 82 años.
Y su hermano, investido del poder, 77.
Su visión del mundo y del futuro, seguramente, no ha de tener la perspectiva de los que tienen toda una vida por delante. Es probable que, cerca de la muerte, a uno no lo alimente la esperanza sino las raquíticas obsesiones del pasado lejano.

El puñado de barbudos que entusiasmó al mundo hace cincuenta años pronto se definió por el comunismo. Los revolucionarios se pegaron a la Unión Soviética y se transformaron en disciplinados alumnos de ese régimen lejano y monolítico.
Si su destino estaba en América Latina, la subordinación ideológica y política a Moscú se transformó en un obstáculo para comprenderla en su diversidad y fluidez. Los heroicos jóvenes que derrocaron a la sangrienta dictadura de Batista pagaron el alto precio de una visión monocorde que, con el paso de los años, ha mostrado su previsible caducidad.
Con el tiempo, las excelencias alcanzadas en educación y medicina, se han revelado insuficientes para satisfacer a las nuevas generaciones que, despojadas ya del espíritu rebelde de cinco décadas atrás, parecen reclamar un oxígeno que el régimen esclerosado no puede ofrecerles.
Los rebeldes de ahora no conocieron a Batista. Para ellos, todas esas luchas heroicas con barbas y fusiles, forman parte de un pasado remoto que no les sirve para compensar las carencias materiales y espirituales de hoy.
Mientras tanto, el mundo ha ido cambiando.
El hermano mayor se hundió hace ya 20 años y arrastró a toda la Europa del Este. Ya no hay soviets ni estatuas de Lenin. Alemania está nuevamente unida y es el corazón de la Europa capitalista. Cuba misma es ya un producto del mundo global, con sus formidables hoteles construidos por europeos y sus turistas de todo el mundo… capitalista.
Los cubanos de hoy están deslumbrados no ya por los relatos ni por los discursos de Fidel Castro sino por los celulares, las cámaras digitales, las notebooks e Internet. No encuentran razón para que exista un solo partido político y que las diferencias de opinión sean penalizadas con la cárcel. Piensan que está mal que un profesional gane por mes lo que un maletero de hotel gana en propinas, en un solo día.
Los blogs de cubanos rebeldes son leídos en todo el mundo. Denuncian que ha retornado la prostitución y el hambre. Dicen que el Partido Comunista hace más de una década que no hace un congreso. La más destacadas de las rebeles, Yoani Sánchez, afirma que “para nosotros la revolución agotó hace mucho su combustible, su capacidad renovadora… Cincuenta años después, el país tiene más tierras improductivas que nunca y el más alto déficit habitacional”.
Los rebeldes de hoy quieren que el gobierno no limite los viajes al exterior. Consideran un triunfo haber logrado que los cubanos puedan hospedarse en los hoteles de su país y contratar telefonía celular. Quieren también libertad política: la posibilidad de pensar libremente y de asociarse con libertad para defender sus ideas. Se niegan a seguir gobernados por una pareja de ancianos.
Cuba debería mirarse en el espejo chino. Ello significa aceptar que los cambios son inevitables y tomar nota de que las postergaciones y retaceos sólo harán que, cuando lleguen, traigan la fuerza de un vendaval.
Cincuenta años es demasiado tiempo para todo.
Incluso para una revolución.

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