miércoles, 7 de noviembre de 2012

Los que se quejan. Por Daniel V. González

Las protestas contra el gobierno, como la que tendrá lugar esta noche, son motivo de fiera controversia entre los analistas. Para decirlo más claramente: los cacerolazos no cuentan con gran prestigio entre no pocos  analistas políticos, sociólogos, políticos progresistas, opinólogos e incluso periodistas distantes de las posiciones del gobierno. Los cacerolazos son mirados con desconfianza porque son protagonizados, principalmente, por gente de clase media.

No es el proletariado el que protesta. No son los desarrapados, ni los sindicatos, ni los desclasados de los barrios más humildes. El grueso de los que se movilizan no lo hace reclamando un plato de comida, un trabajo, un mayor ingreso. Lo hacen por otras circunstancias, distintas de las habituales y muy disímiles unas de otras. Y este hecho, ciertamente desconcierta a los cronistas, habituados a informar y analizar movilizaciones más convencionales y obvias.  
Después del 13S han aparecido comentarios peyorativos ya no sobre la cantidad de los movilizados (que fueron muchos, indudablemente) sino acerca de la “falta de un programa político” o de la “ausencia de reivindicaciones concretas”. Estos analistas parecen pretender que quienes marchan contra el gobierno deben exhibir un Plan Quinquenal para tener derecho a la protesta. Muchos de los comentaristas, filósofos y periodistas oficialistas son fervientes admiradores de las movilizaciones de los “indignados” en remotos lugares de todo el mundo. Pero las miran con inocultable desdén cuando las tienen en sus propios países, delante de sus ojos.
Sería interesante que los críticos de los cacerolazos leyeran las teorías de Ernesto Laclau en relación con los “significantes vacíos”. Allí podrán encontrar explicación a la fuerza social y política que puede acumularse tras estos reclamos fragmentarios y, en alguna medida, inciertos y difusos.
¿Qué quieren los que se quejan? Depende de con quién hablemos. A quién le preguntemos.
Unos, rechazan que se modifique la Constitución para permitir la re-reelección de la actual presidenta.
Otros se indignan por la mentira mensual del INDEC, que se empeña en decirnos que los precios suben apenas unas céntimas.
Algunos reprueban la política de Derechos Humanos de este gobierno, pues la consideran renga y tendenciosa.
Un grupo está fastidiado por la imposibilidad de colocar libremente sus ahorros en moneda extranjera, pues este gobierno lo ha impedido con el cepo cambiario. 
Muchos rechazan la inflación, pues saben que nada bueno trae para sus ingresos, para sus trabajos ni para el país.
Habrá también quienes piensan que la presidenta incentiva el odio entre los argentinos y que esto, más tarde o más temprano, derivará en violencia física y lucha fraticida.
Hay muchos, la inmensa mayoría, que manifestará contra la corrupción. Es algo que se respira en el ambiente.
Otros pedirán por una justicia independiente. Una desoyarbidización de la Justicia.
Por supuesto que habrá muchos, muchos, que reclamarán por la falta de seguridad, por la proliferación del delito, de los robos y asesinatos.
También hay quienes piensan que el gobierno está avanzando desmedidamente sobre la libertad de prensa y que a la nueva Ley de Medios se intenta implementarla retroactivamente como un modo de agredir al multimedios Clarín, con el que el gobierno está obsesionado.
Pero quizá lo que motive a la inmensa mayoría de los manifestantes de hoy sea el estilo de gobierno. Un modo que incluye mentiras y negaciones flagrantes y ofensivas  (INDEC, “el cepo no existe”, “las dificultades para viajar al exterior son un mito urbano” etcétera), persecuciones tributarias a opositores, escrache a críticos por cadena nacional y otros modos autoritarios de saldar diferencias con quienes no piensan como el gobierno.
En suma, hay decenas de motivos para manifestar contra el gobierno. Quienes no pueden ver eso quizá piensen que cientos de miles de personas en todo el país se vuelcan a las calles sin motivo, por una simple vocación pendenciera, por un fastidio que no tiene justificación alguna.

Quienes son los que se quejan
Resulta incluso gracioso que se impugne a los manifestantes de hoy por su presunta condición de pertenecer a sectores acomodados, carentes de padecimientos económicos. Probablemente los intelectuales que defienden al gobierno mantengan en sus cabezas, con exclusividad, las manifestaciones proletarias de los siglos XIX y XX, llenas de contenido épico, presentes en todos los manuales de historia social.
Según este concepto, los pobres, los que reclaman por sus ingresos, por comida, por trabajo, son los únicos que tienen derecho a la queja y a la manifestación. La gente de clase media, que come todos los días, que incluso puede viajar de tanto en tanto al exterior y ahorrar una parte de sus ingresos, ellos no tienen derecho a la protesta. Su grito es ocioso y desdeñable, puros “piquetes de la abundancia” carentes de significación social. Son privilegiados que nada padecen sino que habitan las cúspides de la pirámide social. Protestan porque están perdiendo sus privilegios. Tal la visión del gobierno y sus intelectuales.
En estos últimos días han aparecido funcionarios nacionales y periodistas oficiales con una nueva versión para explicar manifestaciones como la de hoy: que están organizadas y pagadas (¡sic!) por el Grupo Clarín y por “la derecha”. Tributarios de su eterna visión conspirativa, los intelectuales del gobierno se privan de comprender un fenómeno llamado a influir en la política nacional aunque todavía no pueda vislumbrarse el modo concreto en que lo hará.
Otros críticos de estas manifestaciones populares, se atrincheran en el 54% de votos obtenidos en los últimos comicios, con la creencia de que se trata de un porcentaje inamovible y con la presunción de que aquel guarismo refleja la actual adhesión al gobierno nacional, en este momento de la política nacional. En todo caso, aunque así fuere, las manifestaciones como la de hoy están llamadas a modificar la configuración caleidoscópica expresada en la elección de 2011.
Es muy probable que el proyecto re-reeleccionista del gobierno no pueda concretarse y es también muy probable que las tensiones acumuladas en la economía terminen por generar situaciones de conflicto social, de inflación creciente, de reducción de ingresos reales. En fin, la realidad tiende a desplazarse hacia una zona de pérdida de votos por parte del gobierno. Y esta concentración expresa disconformidades que, muy probablemente se potenciarán con el paso de las semanas.
Por cierto: nada hay de golpista en la expresión de diferencias, en la manifestación de una queja multitudinaria. Es probable que la abrumadora mayoría de los que esta noche saldrán a la calle en todo el país, deseen que Cristina Kirchner permanezca en su cargo hasta el último día de su mandato.
No sólo porque así lo marca la ley sino también con el malicioso deseo de que sea ella misma la que afronte las consecuencias de sus propias políticas.


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