sábado, 3 de noviembre de 2012

De la Sota, Santucho y los Derechos Humanos. Por Daniel V. González

En el rediseño de su imagen con fines nacionales, el gobernador de Córdoba José Manuel de la Sota se va encontrando con algunos temas políticos e ideológicos que le van demandando precisión en las definiciones e incluso cierta cuota de deliberada ambigüedad.

Uno de estos puntos es el de los derechos humanos.
Como se sabe, esta región de la política ha tomado mucha significación durante los años de kirchnerismo. Toda la política de los años de Alfonsín y Menem fue revisada y anulada. Desaparecieron leyes que habían circunscrito las sanciones a los altos mandos, se obvió el tradicional criterio de “cosa juzgada” y se sumaron centenares de juicios y condenas. Esta política fue la clave, el punto central, del estrecho vínculo entre los Kirchner y el mundo del progresismo y la izquierda argentina.
La versión oficial sobre este tema supone la existencia, en aquellos años, de unas Fuerzas Armadas dedicadas a asesinar a jóvenes idealistas empeñados en liberar a la Patria de la opresión externa e interna e injustamente reprimidos en razón de la noble causa por la que luchaban.
Que sepamos, el gobernador de Córdoba nunca suscribió este punto de vista acerca de aquellos años dramáticos y sangrientos. Siempre mantuvo una distancia prudente de esa visión complaciente y renga, que exime a la guerrilla de toda responsabilidad en el desencadenamiento de la violencia de uno y otro lado.
Para tener una medida de cuánto ha cambiado la historia oficial sobre este punto, basta apenas con leer el primer párrafo del famoso informe Nunca Más, elaborado por una comisión de notables encabezada por Ernesto Sábato. Dice así: “Durante la década del 70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda, fenómeno que ha ocurrido en muchos otros países”. Hoy por hoy, este enfoque es considerado como una exposición clara de la “teoría de los dos demonios”, condenada por los grupos defensores de los derechos humanos.
El informe Nunca Más, además de relatar centenares de casos horrorosos de represión, ponía su énfasis en la ilegalidad en que estuvo inmersa la represión. Comparaba el caso argentino, por ejemplo, con el de Italia y las Brigadas Rojas, que fueron desarticuladas dentro de la ley. Como sea, el enfoque vigente hoy para este tema es el que ha impuesto el gobierno kirchnerista y, con llamativa pasividad, parece haber tomado como propio el gobierno de Córdoba. Esta adscripción ha sido instalada con mayor énfasis durante el gobierno de Juan Schiaretti, que ha sido siempre más proclive a coincidir con la visión K sobre los DDHH. Pero en los últimos tiempos, quizá por omisión, esta versión ha sobrevivido hasta llegar a situaciones que son complicadas de explicar.
La ambigüedad del gobernador cuenta con algunos capítulos destacados. Primero fue su famosa frase de 2004 referida a que si las madres hubiesen cuidado mejor a sus hijos, éstos no hubiesen sido víctimas de la represión. Esta expresión, obviamente, no cayó simpática en los organismos de derechos humanos, que siempre mantuvieron una distancia prudente de De la Sota. Varios años después, hace pocos meses, sorpresivamente el gobernador presentó el boleto educativo gratuito como un homenaje a los jóvenes caídos en el episodio represivo conocido como La noche de los lápices, lo que fue tomado como un gesto oportunista por parte de la dirigencia de DDHH.
Sin embargo, el mes pasado, al cumplirse un nuevo aniversario del asesinato de José Rucci por parte de Montoneros, el gobernador participó del acto central recordatorio, cuya significación no es de la simpatía del mundo de los derechos humanos. Posteriormente, en el acto conmemorativo del 17 de Octubre en el Parque Sarmiento, en la cabecera del palco había una gran foto de Rucci cuyo crimen es reivindicado sin arrepentimiento por quienes nutren la militancia derechohumanista.

Santucho y el presupuesto
Hace pocos días, este cronista caminaba por el pasaje Santa Catalina, que separa la Catedral del Cabildo, donde tiene su sede el Museo de la Memoria. Colgaban a lo ancho de la callejuela las fotos de hombres y mujeres, en su mayoría desconocidos, que fueron víctimas de la represión en los años setenta. Entre ellas flameaba una imagen significativa. E inesperada. La foto pertenecía a Roberto Santucho, líder del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), muerto en un enfrentamiento con el Ejército Argentino en Villa Soldati en 1976.
La anécdota puede parecer nimia pero es asaz reveladora acerca de la visión que predomina en la política oficial de Derechos Humanos incluso en Córdoba, que se sostiene con dinero de los cordobeses. ¿Está bien que el gobierno aporte dinero para que la imagen del guerrillero Santucho flamee sobre nuestras cabezas como si se tratara de un héroe, un patriota o un luchador de nobles causas? ¿En manos de quién está la política de Derechos Humanos de Córdoba? ¿Del gobierno o de los grupos afines a los guerrilleros de aquellos años? ¿Es esta la visión de De la Sota sobre el tema o es de una herencia que debe ser corregida?
Se trata de un tema ciertamente incómodo. Existe una suerte de chantaje ideológico según el cual quien no suscribe la visión oficial instalada, es cómplice de la represión militar y enemigo de los derechos humanos.

Como sea, resulta cuanto menos discutible que el gobierno de Córdoba gaste parte de su presupuesto en el sostenimiento, difusión y afianzamiento de una versión distorsionada de la historia de aquellos años trágicos.

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