jueves, 13 de septiembre de 2012

La política y los libros. Por Gonzalo Neidal


El tiempo que vivimos es, en gran medida, un “revival” de los años sesenta y setenta. Los que hoy gobiernan son los jóvenes de aquel tiempo de plomo y sangre. De modo tal que resulta inevitable que esa experiencia de hace treinta o cuarenta años deje su marca en el presente.

Los debates actuales son, en gran medida, la continuidad de los de aquellos años. O su repetición. Es como si en este sentido, el tiempo no hubiera pasado y los grandes acontecimientos de la historia mundial de este lapso hubieran quedado soterrados, ocultos, para quienes argumentan e intentan explicar la realidad de nuestros días.
En aquellos años el mundo era muy distinto. Al menos lo era en materia de expectativas, esperanzas y premoniciones. Al influjo de la revolución cubana y las temerarias incursiones de Ernesto Guevara en América Latina, latía la idea de un atajo hacia el desarrollo: el socialismo o el nacionalismo en firme marcha hacia un cambio del sistema.
El triunfo de Allende en Chile, el regreso de Perón al país, los gobiernos nacionalistas en Panamá, Bolivia y Perú hacían pensar que más temprano que tarde, toda América del Sur abrazaría modelos distintos del capitalismo para llegar a una meta que se presumía de libertad y desarrollo. El mundo tenía en la URSS y en China, un contrapeso incierto pero con apariencia de una eficacia de la que poco se conocía. Reinaba la guerra fría y el mundo socialista aún aparecía como dueño de una solidez inconmovible.
Pero cuarenta años más tarde, la perspectiva es muy distinta. Ahora ya conocemos el final de la película. No podemos hacernos los distraídos al respecto. Sin embargo, una gran parte de la intelectualidad argentina ha adoptado una actitud de gran liviandad y fuerte tono elusivo. No se ha conmovido por la implosión del mundo socialista que tenía eje en Moscú y  abarcaba a la mitad de Europa. Apenas si le dedicó un par de frases atribuyendo la culpa a la burocracia soviética.
Tampoco los cambios en China, que se ha abierto a la producción capitalista, le han merecido mayores comentarios aunque se trate del acontecimiento más importante de las últimas décadas con directo impacto en el mundo emergente, especialmente en la Argentina.
Muy entusiasmados en su lucha contra “el neoliberalismo”, misterioso fantasma que reparte males por el mundo, los intelectuales de izquierda en la Argentina han adoptado la confortable y muy conveniente actitud de obviar cualquier explicación sobre el fracaso no ya del socialismo sino también de los procesos nacionalistas y populistas que se sucedieron en toda América.


Exhumaciones
Cierto es que la generación intelectual de los sesenta y setenta se había curtido en hechos históricos de envergadura, tales como la Revolución Rusa de 1917, la Guerra Civil Española, la Segunda Guerra Mundial y el ascenso de Mao al poder en China. Su visión de las proporciones históricas era otra.
Fue un tiempo de originales pensadores cuyo vigor intelectual se explicaba también por el contexto que los nutría. Pues bien, ahora aquellos libros, escritos para un mundo que ya no existe, son reeditados pero no con la mera pretensión de iluminar la Historia sino con la aspiración tácita o explícita de aportar, en su literalidad, a la interpretación del presente.
Así, viejos textos de Arturo Jauretche (El medio pelo en la sociedad argentina, Manual de zonceras, Los profetas del odio) han recobrado vida comercial y han vuelto a los escaparates de la literatura política. Lo mismo sucede con la obra de Jorge Abelardo Ramos (Historia de la nación latinoamericana, Revolución y contrarrevolución en la Argentina) y de otros autores como J. J. Hernández Arregui (La formación de la conciencia nacional, Imperialismo y cultura). Incluso los libros de historia de Milcíades Peña (autor de izquierda, desaparecido trágicamente con apenas 32 años) se han reformulado y editado nuevamente.
El revisionismo vive un momento de gloria. Los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner son vistos como una confirmación de sus tesis históricas y como una validación práctica, se piensa, de un certero análisis de la historia argentina y suramericana. Gozan del viento a favor que abraza a este tramo de la política nacional y son beneficiados también por la abundancia de fondos públicos destinados a la publicidad oficial.
Sin embargo, la sola comparación de los escribas de una y otra época nos habla de una repetición como comedia: ni el voluble Pacho O’Donnell, ni el promocionado Felipe Pigna, ni el previsible Norberto Galasso, pueden compararse con aquellos autores a los que repiten sin cesar, al modo de Pierre Menard, ese personaje del cuento de Borges, que reescribió el Quijote varios siglos después de Cervantes. Y ello, por no hablar de Aníbal Fernández, de osada incursión en las letras.

Los periodistas
Probablemente haya sido la crisis entre el gobierno y el campo lo que estimuló a muchos periodistas a quebrar su silencio e intentar diversos abordajes de la política kirchnerista. Joaquín Morales Solá (Los Kirchner, la política de la desmesura), Ernesto Tenembaun (¿Qué les pasó?), Luis Majul (El dueño) y otros publicaron sus enfoques sobre aspectos fragmentarios de la política oficial, con fuerte tono de denuncia. A ellos se suma el escritor Jorge Asís, activo polemista en estos últimos años de la política nacional (La elegida y el elegidor).
Entre los aportes más documentados acerca de la historia reciente se encuentra la revisión realizada por Juan Bautista Yofre sobre los años setenta (Nadie fue, Todos fuimos, Volver a Matar, El escarmiento, 1982) y también los de Ceferino Reato (Operación Primicia, Operación Traviata, Disposición final), enfocados hacia el accionar de los grupos terroristas y la represión militar. Estos libros surgieron como contracara inevitable al relato oficial sobre el rol y la responsabilidad de la guerrilla durante aquellos años trágicos.

Marxismo
¿Y qué ha pasado con los libros del marxismo que en los setenta publicaba en ediciones económicas Editorial Anteo? Claro que el impacto del derrumbe soviético ha afectado su demanda pero aún hoy, inmunes a las advertencias que provienen de la historia real, hay jóvenes que se le animan si no a El Capital, al menos a algunas obras de Lenin, como El imperialismo, etapa superior del capitalismo, y a diversos textos de León Trotsky como Historia de la Revolución Rusa o sus múltiples escritos  sobre Stalin.
Un fenómeno singular y extraordinario ha sido el éxito notable de la novela de Leonardo Padura, El hombre que amaba a los perros, un relato apasionante sobre la vida del asesino de Trotsky, Ramón Mercader del Río, desplegada en varios escenarios: la España de la Guerra Civil, el México de Cárdenas, la Rusia soviética y la Cuba de Castro. En la misma línea de novela entrelazada con historia en una visión crítica, puede contarse el texto de Roberto Ampuero, Nuestros años verde olivo, un relato del sino de la revolución cubana.
Como sea, y aunque parezca tautológico, cada generación tiene los libros que se merece. Y en la nuestra, no abundan las novedades sino las repeticiones. Al menos, por el momento.


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