domingo, 2 de septiembre de 2012

La pelota y sus manchas. Gonzalo Neidal


La pregunta es: ¿cuántos  muertos más tiene que haber para que el gobierno se decida a poner fin a las barras bravas del fútbol? Una de dos: o se carece de la capacidad operativa para terminar con este flagelo o bien se lo tolera desembozadamente porque se considera anti popular enfrentar, presumiblemente, a un sector del pueblo que concurre a las canchas de fútbol en busca de diversión.

¿Se considera acaso que poner en caja a los responsables de la violencia en el fútbol sería algo así como “judicializar la diversión”? ¿O la tolerancia de la sucesión de muertes, incendios, enfrentamientos y golpes, forma parte del concepto “garantista” de que se ha embebido la justicia argentina?
Cuando uno mira por televisión los partidos del fútbol europeo se queda admirado –con una mezcla de asombro y envidia- por la inexistencia de alambrado olímpico en los campos de fútbol del viejo mundo. Y allá tuvieron los problemas de violencia que ahora padecemos nosotros. Pero decidieron enfrentarlos y la ausencia de alambrados es la consecuencia del avance de la ley y la autoridad sobre los violentos.
Pero para enfrentar el problema primero hay que estar de acuerdo con que ahí, en las canchas de fútbol y en los clubes tenemos, efectivamente, un problema de violencia. Pues si consideramos que los revólveres, muertos y heridos son inescindibles de la diversión, son inevitablemente inherentes a ella, entonces tendremos bloqueados todos los caminos para que haya paz en los estadios.
En el concepto kirchnerista de la política y la justicia, la represión es algo incómodo de lo cual el gobierno debe prescindir y alejarse. La idea que sobrevuela es que la sociedad en general es culpable de la violencia existente. Son las iniquidades sociales y la miseria los responsables de estas situaciones y a estas causas hay que apuntar. Los delincuentes, en realidad, son víctimas y no victimarios. Esta idea no sólo se nos presenta en las disertaciones del Dr. Zaffaroni sino también en las acciones tomadas por el gobierno respecto de los delincuentes que purgan condenas, según ha trascendido en las últimas semanas: acceso a actividades sociales con gastos pagos, que transforman la pena legal en una burla para las víctimas y sus familiares.
Con el caso de los barras brava la presidenta ha tenido, sucesivamente, dos actitudes distintas. ¿Realmente distintas? Veamos: hace un par de semanas, en uno de sus discursos valoró, ponderó y alabó su “pasión por los colores”. Tuvo palabras amables para quienes de pie en los para-avalanchas y de espaldas al partido que se disputa, se dedican a alentar a la hinchada. Después de ese desafortunado discurso, pasaron cosas. Quemaron y saquearon oficinas de un club y hubo casos de enfrentamientos entre hinchadas del mismo club que disputan su hegemonía. Este fin de semana, ocurrió el enfrentamiento a tiros entre hinchas del club más popular de la Argentina, con heridos de bala.
Ayer la presidenta parece haber cambiado de parecer. Pero no tanto. En declaraciones a un programa periodístico humorístico, que en otro tiempo tenía la osadía de incomodar a los gobernantes, dijo que los clubes de fútbol debían entregar las listas de los violentos. De todos modos, aclaró que no había que “estigmatizar a los hinchas de fútbol” pues se trata de gente apasionada, de toda condición social.
¿De qué habla la presidenta? No se trata de “los hinchas”. Estamos hablando de los que hacen desmanes, acuchillan, disparan y matan. ¿Por qué mentar a “los hinchas” cuando se habla de los delincuentes? Eso es lo que contribuye a su estigmatización.
¿Nada puede hacer el gobierno si los clubes no entregan, por propia voluntad, a sus hinchas violentos? ¿O se trata de una fórmula de compromiso que intenta poner la pelota en el campo de los clubes para eximir a la policía de toda responsabilidad?
Abunda la información, los vídeos y las crónicas periodísticas que dan cuenta de estos hechos. ¿Qué más necesita la ministra Garré para actuar? Convengamos que se trata de una funcionaria que conoce el mundo de la violencia. De uno y del otro lado del mostrador. Casi podríamos decir que se trata de una experta. Pero, para actuar, necesita “las listas”, es decir, la delación por parte de los clubes, de sus hinchas violentos. Pareciera que si los clubes no se transforman en informantes, no hay manera de combatir la violencia en el fútbol.
Está claro que, si no hay política en esa dirección porque no hay voluntad. Y no hay voluntad porque probablemente se piensa que no hay delito o porque combatirlo tiene un alto costo político en votos.
Es como si, de a poco, la línea que divide lo que es delito de lo que no lo es, se fuera borrando. Y lo peor es que no nos damos cuenta.

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