jueves, 13 de septiembre de 2012

La conciencia de la propia finitud. Por Daniel V. González


Cada vez que nos empeñamos en formular una suerte de balance o racconto de la situación política, surge inevitablemente el lugar común y aparecen palabras tales como “momento crucial”, “situación singular” o “encrucijada decisiva”. Es un intento de hacer notar la particularidad y la importancia, para el destino del país, de los acontecimientos de inminente ocurrencia. Y en tal caso se corre el riesgo cierto de que tales dichos puedan ser tan devaluados como los anuncios de aquel pastor que proclamaba la presencia amenazante del lobo.

Pero más allá de la existencia de tal o cual elemento catalizador, lo cierto es que transcurre un proceso de definiciones que pueden resultar esenciales para el destino del país y, por supuesto, de la provincia. El kirchnerismo ha comenzado a tomar conciencia de la finitud de su mandato presidencial. Pero todo indica que todavía no se representa ni se imagina, ni ha aceptado, que el momento del cese de su poder sea algo inexorable. Ya mismo ha comenzado su lucha por permanecer en el poder, por continuar en el ejercicio de la presidencia aunque para ello deba salvar obstáculos formidables como la reforma de la Constitución Nacional, algo que hoy por hoy aparece como una valla imposible de pasar.
Las objeciones a la reelección, pueden ser múltiples y diversas desde el plano jurídico y ético. La discusión sobre el poder perpetuo, cuya legitimidad se pretende, invocando el presunto carácter revolucionario y transformador del programa en marcha, es un escenario grato para un gobierno que, antes de pensar en su continuidad, deberá resolver algunos problemas complejos que lo cercan.
Peronismo e izquierda
Uno de ellos es su incapacidad para construir poder con la participación activa del peronismo clásico, tradicional, histórico. La ruptura con Hugo Moyano, perteneciente a la otrora columna vertebral del movimiento, es una muestra de las dificultades crecientes que afronta una sociedad desigual en la que unos aportan los votos pero no sienten ser beneficiados con una parte proporcional del poder. La presidenta, prefiere rodearse por jóvenes de escasa tradición política en el peronismo y  elije abrazarse a un enfoque político e ideológico que abreva en la izquierda tradicional y el peronismo juvenil de los años trágicos. Ese conflicto está latente desde hace varios años y sólo permanece congelado por el elevado poder de fuego del ejecutivo, que mantiene a raya cualquier rebelión.  

La inflación
Otro de los temas duros de la agenda presidencial es la inflación y todo lo que ella implica. Se trata de un problema que está siendo subestimado tanto por el gobierno como por el resto del espectro político. Todavía uno encuentra por ahí a importantes personajes, incluidos economistas, que nos dicen que “un poco de inflación no es malo, sino que además es beneficioso para la economía”. Anteanoche, en la cena por el Día de la Industria, el discurso presidencial ha vuelto a reflejar que a la presidenta no le cae la ficha respecto del problema que tiene entre manos. Si bien el gobierno ha tomado la decisión de proscribir esa maldita palabra de todos sus discursos, si bien se empeña en mentir los números del aumento de precios, no ha tenido más remedio que aludir a uno de sus efectos más dañinos: la licuación del tipo de cambio.
El dólar caro fue proclamado, en su momento, el núcleo central del programa económico. Bajo la denominación más pudorosa de “tipo de cambio competitivo” el gobierno creyó haber descubierto el agujero del mate. En realidad, había heredado esa relación beneficiosa de Duhalde. Pero, con el correr de los años, esa ventaja ha desaparecido. Y restablecerla acarrarearía una serie de trastornos económicos de diverso orden (más inflación, pérdida del valor de los salarios, etc.). Y aunque la presidenta se empeñó en negar un retraso cambiario, éste existe y se hará notar en los próximos meses.

La batalla de fondo
Pero más allá de los temas puntuales que puedan señalarse como problemáticos para el gobierno, está en juego una cuestión mayor: ¿podrá el populismo desmentir su propia historia de fracasos o describirá nuevamente su parábola histórica, reiterada, de ascenso y decadencia?
Si bien existe un contexto mundial de formidables precios para nuestros productos de exportación, cuyos innegables beneficios que se han adjudicado al “modelo” durante todos estos años, las tensiones políticas e inflacionarias pueden afectar en forma creciente la estructura completa. Sobre todo, porque el gobierno no parece haber percibido la fragilización de la situación general (que incluye el deterioro de su propio poder) y actúa con un exceso de voluntarismo que lo puede llevar hacia un tobogán de errores fatales.
Las restricciones a las importaciones (“leyenda urbana”), los controles de cambio, la administración de precios y el retraso cambiario, constituyen un combo explosivo de complicada administración. Claro que todo tiene solución. Pero el primer paso hacia ella es el reconocimiento de la existencia del problema. Y en este punto, el gobierno es presa de su propia soberbia.


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