lunes, 25 de febrero de 2013

Especulaciones sobre ajustes y afines. Por Gonzalo Neidal


Uno de los debates que se reiteran en bares y encuentros en el mundo de los iniciados en la política consiste en intentar pronósticos acerca de cómo finalizarán, cuál será el desarrollo probable de los hechos políticos y económicos que transcurren en el país en este momento. Porque es evidente que se están acumulando tensiones de todo tipo que, más tarde o más temprano pasarán su factura.

El gobierno ha renunciado a las fórmulas clásicas de los ajustes. No hay rebaja del gasto público, ni enfriamento voluntario de la economía, ni restricciones monetarias que hagan caer la demanda. El gobierno corre hacia delante, nunca retrocede. Si el dinero de la recaudación no alcanza, entonces recrudece la presión impositiva. Si aún así no es suficiente, entonces se apela a la emisión monetaria. Y ella produce inflación. Y la inflación conlleva muchos, muchísimos conflictos sociales por la puja distributiva pues nadie se resigna a ceder ingresos. Todos pretenden conservarlos ante el embate constante de la suba de precios.
El anclaje cambiario que se está intentando (una devaluación exigua, menor que la del año pasado) ya ha sido una estrategia probada y consagrada con un fracaso estruendoso. Los controles de precios, también. De modo tal que todos sabemos, incluido el gobierno, que estamos avanzando dentro de un callejón sin salida.
Sabemos, además, que toda realidad que es ignorada prepara su venganza. Y tenemos ejemplos más o menos recientes, en términos históricos, a la vista. Siempre estos intentos de manipulación de algunos precios y variables de la economía, terminan en eclosión salvaje. Sin embargo, cuando uno hace estas advertencias, aparecen voces que señalan que estos pronósticos se vienen realizando desde hace varios años y que los presagios que contienen nunca se concretan, que el gobierno siempre encuentra una forma ingeniosa de zafar de las difíciles circunstancias y burlar todos los pronósticos tenebrosos.
Esto es parcialmente cierto. No hemos tenido, hasta el momento, una eclosión similar a la del fin de la convertibilidad, o a la del cese de la “tablita” o a la de los reiterados fracasos económicos de Alfonsín. Estamos todavía en medio del proceso previo en que los desmanejos se acumulan y la presión sobre algunas variables, aumenta. Siempre y cuando consideremos que una inflación del 25/30% no es ya un estallido en sí misma.
Los que hemos ya vivido algunos años observando la marcha de la economía y la política nacionales, somos propensos a pensar que este crescendo de tensiones esta vez no podrá ser endosada al gobierno que sigue. Faltan casi tres años para concluir el mandato presidencial y, aunque la situación de abundancia de recursos aún continúa, aunque los precios internacionales de nuestros productos de exportación se mantienen tonificados, la inflación está creando problemas cuya presencia será difícil de obviar en plazos más perentorios que un trienio.
La tozudez presidencial respecto de algunas leyes duras de la economía no es azarosa: obedece a la necesidad de sostener un relato que, con los años, ha ido acumulando erosiones que lo hunden de un modo irremediable. Si no es el gobierno quien impulse los cambios, será el mercado quien lo haga. Pero llegado ese momento siempre se podrá decir que fueron oscuros intereses económicos los que operaron para torcer un rumbo exitoso.



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