El director de cine Roman Polanski definió la diferencia que existe
entre pornografía y erotismo. Dijo que “erotismo es cuando le acaricias la
espalda con una pluma; pornografía es cuando le pasas la gallina entera”. Esta diferencia
entre lo grueso y lo sutil también podría ser aplicada a los estilos de ejercer
la actividad política: los hay grotescos, rudos y toscos y los hay, también,
más finos, delicados y elaborados.
viernes, 1 de febrero de 2013
Cristina y Scioli. Por Gonzalo Neidal
En el enfrentamiento cotidiano entre Cristina Kirchner y Daniel Scioli
aparecen una y otra vez estos dos estilos en pugna. No vale la pena aclarar
quién es el que cultiva uno y otro. Abandonamos a la ciencia el estudio de los
vínculos entre la configuración psicológica de cada uno de ellos y sus
respectivos modos de entender y ejercer la política. Es indudable que las
personalidades juegan un rol importante en las maneras y los gestos de uno y
otro.
El periodista e intelectual porteño Jorge Raventos definió con
precisión la relación entre la presidenta y el gobernador de Buenos Aires,
recordando el brevísimo cuento de Augusto Monterroso: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Pasan los
días y las noches y el empecinado Scioli sigue en el mismo lugar y con la
misma, pertinaz actitud. No pasa una semana completa sin que haga un gesto,
siempre suave y medido, para mostrar que él no es como la presidenta. Que tiene
otro estilo, otras ideas, otros amigos, otro temperamento, otros modos de
vincularse con el mundo de la política.
Se trata de una guerra entre un tirador certero de dardos envenenados y
una artillera que manipula, con exigua destreza, un poderoso cañón. Los dardos
siempre dan en el blanco. El cañón, por el momento, yerra sus tiros aunque en
esto tiene mucho que ver la movilidad del blanco y su especial habilidad de
absorción de impactos.
Los movimientos de Scioli son imperceptibles. Nada de tonos subidos.
Nada de voz elevada. Nada de agresiones explícitas. Pero sus golpes son
certeros. Y lo son, sobre todo, por la forma en que son recibidos por Cristina
y su gobierno. El estilo presidencial, se sabe, abreva en un concepto absoluto
del poder. No acepta otras ideas que no sean confirmatorias de las propias.
Cualquier disidencia puede ser tomada como una traición. Su forma de conducir
excluye otro pensamiento que no sea el propio.
Allá por los comienzos de su gestión como vicepresidente de Néstor
Kirchner, Scioli aprendió para siempre una lección. Dicen que en eso tuvo que
ver un consejo de Raúl Alfonsín. Cuando el gobierno comenzó a impulsar la
revisión de los juicios a quienes reprimieron a los guerrilleros en los años
setenta, Scioli manifestó su desacuerdo e inmediatamente fue abofeteado en
público por Néstor. La gente que conservaba en la Secretaría de Deportes fue
expulsada y entonces, Scioli tomó nota: si quería continuar su carrera política
exitosa, debía aprender a callar. Y lo está haciendo de maravillas.
Pero, claro: con el puro silencio su destino político queda atado al de
la presidenta. También es cierto que una confrontación modelo De la Sota lo
lleva rápidamente a un abismo con probables consecuencias desastrosas. La
cornisa por la que transita, entonces, más que una elección personal es una
imposición de las circunstancias. Sus actitudes deben ser lo suficientemente
suaves como para no irritar a Cristina pero lo manifiestamente claras como para
mostrar que él y la presidenta no son iguales. Y que él tiene un proyecto
político propio, distinto al de Cristina.
Obedeciendo a las demandas de su curiosa naturaleza psicológica, la presidenta
no puede obviar las señales de Scioli. La irritan visiblemente. La sacan de
quicio. Le responde enojada y, muchas veces, con gestos grotescos. Scioli juega
al fútbol con Moyano pero ratifica su alineamiento con el gobierno nacional. No
aplaude en el acto de recibimiento de la Fragata Libertad pero enseguida se
muestra coincidente con tal o cual dicho
presidencial. Se saca una foto con Macri pero rápidamente afirma su fidelidad hacia
el gobierno. Da la sensación que el grado de irritación presidencial ante los
gestos del gobernador son inversamente proporcionales a su envergadura:
mientras más imperceptibles, mayor reacción.
Pero Scioli no afloja. Cada día marca la cancha. Cada día dice “aquí
estoy yo, con aspiraciones presidenciales”.
Y entonces reaparece la furia presidencial. En una carta a Darín, acusa
al gobernador de mantener sus ahorros en dólares. Luego aparecen Boudou, Aníbal
y Mariotto para acusarlo de cobarde ante sus reclamos por la coparticipación de
la provincia de Buenos Aires. Y así cada día.
Pero Scioli no se inmuta. Cada día aparece con una frase nueva. Un día
dice que él no hizo su dinero con la política. Al día siguiente dice que él no
miente. Y para remachar, su esposa tiene la osadía de afirmar que su marido
sería un buen presidente.
Cristina despierta cada día y verifica que Scioli sigue allí.
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