lunes, 23 de julio de 2012

Una cadena de sinceridad. Por Gonzalo Neidal


La eximia imitación que realiza Fátima Florez en el programa de Lanata cada domingo por la noche, nos va creando un problema. Al principio, mirábamos a la imitadora y pensábamos en Cristina. Pero ahora, puede ocurrirnos al revés: la vemos hablar a la presidenta y cada vez más le notamos un parecido irremediable con la caricatura creada por la actriz.

Pero esta confluencia no se produce únicamente en las obvias zonas que hacen al maquillaje, la impostación de voz o los gestos. Tenemos la impresión que también va ocurriendo en los contenidos. Probablemente esto se deba a que la presidenta no renuncia nunca a intentar el humor en sus alocuciones. Todo buen discurso debe incluirlo pues aligera los anuncios y desdramatiza la dura realidad que se nos va avecinando. Uno de los componentes del humor, uno de sus modos, suele ser el absurdo, la exageración, o la formulación de ideas que impactan como un disparate aunque luego nos hacen reflexionar acerca de su seriedad.
Resulta evidente que a la presidenta le importa mucho lo que digan los diarios acerca de su gobierno. Tememos que su relato acerca de la tostada atragantada por haber visto a un señor pelado en la tapa de El País sea una imagen repetida y cotidiana al momento del café con leche matinal y la lectura de los diarios.
En su concepto, digamos gramsciano, acerca del papel de la propaganda y la prensa, lo importante es “el relato”. La realidad no importa demasiado pues es la percepción de ella lo que se impone. Y, en esta percepción, la prensa juega un rol decisivo. De ahí, pensamos, proviene su obsesión con los diarios, los periodistas y los medios en general.
En su discurso de ayer, la presidenta hizo declaraciones sumamente sinceras acerca de su verdadero pensamiento sobre la prensa. Ignoramos si ese arranque de sinceridad ha sido deliberado o producto de un lapsus linguae, es decir una involuntaria confesión de intenciones y deseos.
Cristina habló de una “cadena nacional del miedo y el desánimo”, en referencia a los periodistas y medios que son críticos del rumbo de la economía y el país. Y agregó: “Hay una mala onda propagada hasta el 1º de diciembre, cuando deberá cumplirse de una vez por todas la Ley de Medios”.
¿Qué le hace pensar a la presidenta que la redistribución de los medios de prensa que se propone, hará disminuir la crítica a su gobierno? ¿Acaso piensa que el miedo avanzará ante la probabilidad de cancelaciones de licencias? Quizá sea que ya esté adivinando que los nuevos beneficiarios de las adjudicaciones que vendrán, tendrán una opinión favorable a su gobierno, concordarán con sus puntos de vista y no tendrán nada que objetarle a su gestión.
Con sus dichos, la presidenta ha aceptado con toda claridad lo que todos sospechábamos pero el gobierno negó siempre: que la Ley de Medios es un ardid legal con el objetivo de desposeer de medios a quienes son críticos al gobierno y cedérselos a quienes adhieren a él.
(Nunca hay que olvidar que esta Ley pudo sancionarse gracia al apoyo que recibió Cristina por parte de legisladores de la oposición socialistas, pinosolanista y radical).
Sin embargo, todos sabemos que el intento de acallar las voces discordantes, tan propias de una democracia, sólo es un espejismo que visualizan aquéllos que tienen la mirada y el corazón atrapados por una quimera dictatorial imposible de lograr en los tiempos que corren. La prensa oficialista sólo puede sobrevivir gracias a la publicidad oficial y de empresas apretadas por el gobierno para que contribuyan a su sostenimiento. Y toda prensa oficialista –de éste o de cualquier gobierno- va perdiendo interés en los lectores y en la audiencia pues los aires de libertad y de ejercicio del espíritu crítico siempre terminan por imponerse.
Sólo quienes abrigan deseos autoritarios no pueden ver algo como esto, que resulta tan obvio. Por otra parte, si nos ponemos a sumar medios críticos y oficialistas, puede verse con claridad que si existe algo cercano a un monopolio de prensa, está configurado por los canales, radios AM y FM, diarios, revistas y periódicos que se cuidan de no rozar la gestión oficial ni con la suavidad de un fino duvet.
Además, la presidenta siempre contará con el recurso de la Cadena Nacional. Todos los argentinos están pendientes de su palabra y de sus dichos. Si su rating fuera bajo, también cuenta con el INDEC para corregir esa distracción ciudadana.
No vaya a ser cosa que las cifras arrojen una mayor audiencia para Fátima Florez que para la presidenta de la Nación. O que la gente le conceda más crédito a la palabra de la imitadora que a la propia presidenta. Si así ocurriera habrá que concluir que este país ya no tiene remedio.
Para no ser sumados a la terrible cadena mentada en el discurso de ayer,  del miedo y el desánimo, le decimos a la presidenta que no se preocupe: quienes luchan por la libertad y la justicia, rara vez son ganados por el miedo o el desánimo.

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