miércoles, 25 de julio de 2012

Eva Perón y sus usos. Por Daniel V. González


Sin una adecuada cuota de fantasía, la construcción de un mito es una tarea ímproba.
Y esa condición no está ausente al momento de recordar la figura de Eva Duarte, la compañera de Juan Perón en los momentos iniciales del peronismo, en el primer tiempo, el fundacional, el peronismo de la prosperidad, de los años de fiesta.

Pero quizá Eva Perón, no haya necesitado la concurrencia ni el auxilio de dimensiones ajenas a su propia trayectoria. En efecto, nacida en un hogar humilde, devenida en actriz, se acercó a Perón y fue, en breve tiempo, uno de los vínculos más importantes entre él y los pobres. Entonces se transformó en Evita, un personaje con dimensión propia pero, a la vez, inescindible de Perón, que la gestó y le dio significado.
Su energía, su oratoria y su capacidad política indiscutible –en el marco del proceso que la tuvo como protagonista- la ungieron en un pedestal privilegiado en el corazón y en el fervor de las amplias franjas de los más humildes, en aquellos años de turbulencias. Su muerte prematura y los padecimientos y trajines de su cuerpo embalsamado, completaron su dimensión mítica.
Pasados los años, sin embargo, su rol político ha sido motivo de controversia y debate. No de un modo inocente, se ha adjudicado a Eva Perón, una actitud, una voluntad y un pensamiento políticos diferentes a la de su marido, el General Juan Domingo Perón.
Claro que no ha sido Eva la que ha marcado distancia alguna respecto de su líder, jefe y mentor. Más bien al revés: a lo largo de su breve e intensa carrera ella no hizo otra cosa que ratificar todos y cada uno de los puntos de vista de Perón, para quien pedía, a todos los peronistas, obediencia y lealtad. Subordinación y acatamiento.
La idea de una Evita revolucionaria y un Perón conservador, ha sido una construcción política de la izquierda peronista. Hacia los setenta, esta visión se expresaba con el breve pero significativo cántico presente en toda manifestación o acto público que contara con la participación de los Montoneros: “Si Evita viviera, sería montonera”, se entusiasmaban los muchachos de “la tendencia”, antecedente político directo de La Cámpora.
Esa idea era la expresión del desencanto de los jóvenes peronistas para con   Perón quien, desde su regreso al país, intentó poner en caja a las “formaciones especiales” a quienes hizo saber de mil maneras, que debían cesar en sus actos terroristas y asesinatos.
Por supuesto, no lo logró y sobrevino la ruptura.
El desplazamiento de Cámpora de la presidencia (a la que había accedido gracias a la proscripción de Perón), la separación de varios gobernadores que simpatizaban con los guerrilleros, la aprobación de una legislación represiva del terrorismo y muchos discursos severos, fueron el preámbulo de aquél famoso acto del 1º de Mayo en el que, ya muy enojado, Perón los trató de “estúpidos” e “imberbes” y los echó de la Plaza de Mayo. Los jóvenes que desafiaban a Perón se retiraron maldiciendo a Perón e Isabel. Y vivando a Evita.
Fue ese conflicto entre los Montoneros y Perón, lo que determinó que la figura de Evita pasara a ser valorada, por ese sector, por encima incluso de la del propio fundador del Justicialismo.
Se pretende que el espíritu transformador del peronismo de los primeros años, que coincidieron con los de la presencia de Eva, se extravió tras su prematura muerte. Esta idea de los guerrilleros de los setenta es la que se continúa en el espíritu y la valoración que hacen quienes hoy gobiernan el país, algunos de los cuales son los mismos personajes que dieron fiera batalla contra Perón, en nombre de una revolución violenta.
El atrevimiento ideológico llega incluso a la afirmación de que “el peronismo fue revolucionario hasta que murió Evita”. Esto supone que era ella y no Perón, quien insuflaba vigor a un movimiento que, piensan, giró hacia el conservadorismo tras su fallecimiento. Esta idea es parte del “relato” que exuda el gobierno actual y los intelectuales y militantes que lo rodean e integran.
Como prueba de ello exhiben el giro que dio la política de Perón a partir de la muerte de Evita: llamado a la productividad, a la responsabilidad laboral, convocatoria al capital extranjero, acercamiento a Estados Unidos, etcétera. No tienen en cuenta, claro, que ya desde el comienzo de la década de los ’50, la situación del país había cambiado y que el agotamiento de los recursos de la posguerra había obligado al gobierno a rectificar algunos rumbos que llevaban al país hacia un callejón sin salida.
Se podría establecer un paralelo entre aquél momento y el actual. Ahora también hemos llegado al final de una política que, aún en el supuesto de que haya sido eficaz en algún momento, demanda ahora un cambio de enfoque y rectificaciones sustanciales.
Más allá de cualquier ejercicio contrafáctico, sesenta años después de su muerte, la figura de Eva Duarte de Perón atiza el debate y se entrecruza con la política de estos días.
Réproba o redentora, su figura se resiste a entrar de un modo definitivo en la historia: se empeña en participar de los escarceos cotidianos de la política y el poder.

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