jueves, 12 de julio de 2012

El voluntarismo de Marcó del Pont. Por Daniel V. González

El método de análisis y las categorías marxistas han quedado definitivamente incorporados a las Ciencias Sociales.

Como se recuerda, el pensamiento de Carlos Marx y Federico Engels ponía en un primer plano la base material (el modo de producción) sobre el que se construían las relaciones sociales, el sistema jurídico e incluso las ideologías.

Muchas veces el pensamiento marxista fue criticado por su excesivo determinismo. Por su énfasis en anunciar procesos ineluctables que tendrían lugar de un modo inexorable, más allá de la voluntad de las personas que, cuanto más, lograrían distraer por algún período aquellos que, más tarde o más temprano tendría lugar de todos modos.
Otro teórico marxista, educador de la generación de revolucionarios rusos, Georgi Plejánov, en un conocido trabajo teórico (El papel del individuo en la Historia), alegaba en la misma dirección. Para él, los hombres apenas concedían un matiz singular a procesos que inevitablemente tendrían lugar pues la rueda de la Historia era insobornable y rodaba en una dirección determinada impulsada por leyes propias imposibles de burlar.
En contextos más cercanos y simples, como la política cotidiana en el marco de un país cualquiera, los marxistas siempre hicieron hincapié en diferenciar las “condiciones objetivas” de las “condiciones subjetivas”.
Las primeras aluden a factores diversos (económicos, políticos, sociales) que devienen y se desarrollan con independencia de los deseos individuales de las personas o grupo de personas. Las otras, en cambio, están vinculadas a la voluntad, a la decisión de enderezar la sociedad en un determinado sentido.
Cuando los partidos o cualquier grupo de individuos hace abstracción del contexto objetivo e intentan cambios que prescindan de considerar las leyes que rigen una determinada realidad, cae en el vicio del voluntarismo, una hipertrofia del esfuerzo –sea exitoso o no- de transformar una situación por el uso de la fuerza, con prescindencia de toda otra consideración. Fue el caso, por ejemplo, del terrorismo guerrillero en los años setenta, experiencia cuyo final trágico todos conocemos.
En el campo de la economía argentina actual, este conflicto entre realidad objetiva y voluntarismo empecinado, también se verifica. Y resulta curioso que exista, sobre todo si tenemos en cuenta la formación marxista o filo-marxista de muchos de los integrantes del gobierno nacional que cuentan con capacidad de decisión.

No atesorar
Llaman mucho la atención y convocan a una genuina preocupación los dichos de la titular del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, referidos a las medidas tomadas por la institución que ella preside, respecto del dólar.
Como se sabe, desde octubre pasado tiene lugar una escalada del gobierno en materia de controles de las transacciones realizadas con moneda extranjera por empresas y particulares. El avance estatal ha hecho que sólo aquéllos que deban viajar al exterior pueden aspirar a comprar divisas y pueden hacerlo solamente en determinadas circunstancias que suponen siempre la previa habilitación de algún organismo del gobierno nacional. El resultado obtenido ya lo conocemos: el dólar libre ha elevado su cotización hasta llegar a los 6 pesos, un 33% más que el tipo de cambio oficial.
Ha dicho la titular del BCRA que las medidas oficiales obedecen a la voluntad del gobierno de impedir que el dinero permanezca ocioso. Reconoció que “hoy el gobierno no tiene escasez estructural de dólares pero no podemos darnos el lujo de que se desplacen fuera del circuito de la producción y queden ociosos sino que tienen que ser utilizados permanentemente para garantizar el crecimiento económico”.
Por empezar, cabría preguntar a Marcó del Pont por qué no se toman medidas similares respecto de los pesos, pues también ellos, atesorados en manos de particulares quedarían fuera del circuito productivo, según su concepto.
Pero en realidad, ni unos ni otros quedan al margen de la economía, al menos si las cosas funcionaran bien en el país. Tanto la moneda nacional como la extranjera, en una economía normal, se vuelcan al sistema financiero, que los pone a disposición de las empresas y de particulares para que inviertan o realicen gastos. Unos ahorran y otros producen. Más aún: los que ahorran permiten potenciar la producción mediante la intermediación del sistema financiero.
Si el temor fueran los dólares, no habría ningún problema: con un sistema financiero seguro, todos los ahorristas en dólares los depositarían y estarían disponibles para quien quisiera tomarlos en préstamo para emprender algún negocio.
Más aún: está claro que desde la imposición de restricciones, la mitad de los depósitos en dólares ha abandonado el circuito bancario y ha ido a parar, muy probablemente a las cajas de seguridad o a los colchones. Analizando esta sola cifra, el gobierno debería llegar a la conclusión de que sus medidas han tenido el efecto contrario al buscado.
Es sencillo lo que sucede: la inflación es tan alta que la gente se niegan a que el aumento de los precios vaya horadando sus ahorros. Por eso prefieren los dólares que, aunque se retrasan respecto de la inflación, todos sabemos que, más tarde o más temprano, registrará una suba compensatoria.
Aún concediendo a la titular del Banco Central de que se trata de una “actitud cultural” de los argentinos, debemos aceptar que ese comportamiento tiene sólidos fundamentos materiales y que suponen una intuición económica muy profunda. Si para algo sirve la memoria en economía es para recordar qué pasó cada vez que se han tomado medidas restrictivas parecidas a las que ahora implementa el gobierno. Todos recordamos que a ellas sucedió, en cada caso, un estallido del tipo de cambio.
Con el transcurso de los meses podremos ver con más claridad quién tiene razón en este caso: si Mercedes Marcó del Pont o los que prefieren comprar dólares.
Veremos si triunfa la voluntad del gobierno o la verdad objetiva, que se llama mercado. 

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