martes, 19 de julio de 2011

La batalla de la Capital. Por Daniel V. González

Pese a ser harto previsible, el triunfo de Mauricio Macri en la ciudad de Buenos Aires desató la ira, la intolerancia y la indignación de toda muchos intelectuales kirchneristas. Y también su fastidio, que se expresó en las desopilantes palabras del cantante Fito Páez, en las declaraciones de Aníbal Fernández,  en el análisis pretendidamente sesudo de Horacio González y en varios exabruptos más.
El kirchnerismo se pregunta cómo puede ser que la Capital Federal, una ciudad llena de intelectuales, artistas, pensadores, clase media progresista e inteligente, omita votar al profesor Daniel Filmus y prefiera a alguien tan tosco y frívolo como Mauricio Macri, a quien consideran alejado de toda epopeya política, de toda militancia revolucionaria y de toda sensibilidad hacia lo popular.


Todo parece anunciar que la segunda vuelta electoral del 31de julio reflejará que dos de cada tres porteños prefieren respaldar a Macri por distintos motivos que incluyen un explícito rechazo a la gestión de Cristina Kirchner que, por otra parte, no hizo demasiados esfuerzos por aparecer junto a sus candidatos en la Capital, que habían sido elegidos por ella misma.

Como es su costumbre, el kirchnerismo interpreta el resultado electoral con una gran dosis de auto indulgencia y con críticas al electorado que le resultó adverso. Horacio Verbitsky se conforma diciendo que, mientras Macri apenas escaló un punto y medio respecto de la elección de 2007, Filmus ¡subió 4!. Además, analiza con satisfacción, si bien Macri ganó en todos y cada una de las circunscripciones, en las más pobres “sólo” lo hizo por un margen de 5 puntos.

Mientras tanto, a Horacio González, le resulta inaceptable el triunfo de alguien como Macri. “No es un fenómeno genuinamente popular”, se apresura a aclarar. Pero añade: “sus votantes forman alarmantes mayorías electorales”. ¿Alarmantes? ¿Por qué alarmantes? Y, además, si son mayoría, eso no los convierte en populares?



Lo que no gusta de Macri

Macri no les gusta de ningún modo. Y no atinan a encontrar una explicación política a una derrota tan contundente. Macri es la negación de lo que ellos entienden por política, esto es la apelación a grandes epopeyas históricas, la invocación permanente de héroes y mártires y, en fin, la apelación a fórmulas genéricas que explican desde la evolución de la humanidad hasta la tos convulsa.

¡Cómo puede ser que a ellos, continuadores y herederos de las luchas sociales desde Espartaco en adelante, los haya podido derrotar, casi humillándolos, un ‘nene de papá’, un niño bien, un personaje recién llegado a la política, que ha leído apenas un par de libros, que no cita a Gramsci ni lee a Laclau y cuyo antecedente de mayor lustre ha sido la presidencia del club Boca Juniors!

¡Cómo explicar en simposios donde se discute el destino de la humanidad y la evolución de las luchas proletarias, que un empresario de ojos celestes, que ignora completamente el Modo de Producción Asiático, que nada sabe de la revolución permanente haya podido cautivar el voto de una de las ciudades más intelectualizadas de América!

Debemos comprender esta situación y encontrar razonable que el triunfo de Macri les provoque una legítima cuota de asco.

Cada vez que Horacio Verbitsky quiere pegarle duro a Macri, recuerda su condición profesional. Se refiere a él diciéndole “hombre de negocios”, “industrial”, “empresario”, como si esa cualidad fuera inhibitoria para probar suerte en la política, como si ésta únicamente pudiera ser cultivada por abogados, periodistas, intelectuales o desocupados. Ser empresario, para nuestros intelectuales, es una condición confesa de ineptitud e incapacidad para ejercer la política pues suponen, probablemente, que esa encarnación viva del capitalismo inhabilita para abordar problemas tales como el hambre, la desocupación, la miseria, la postergación social, asuntos que sólo pueden solucionar los lectores de autores socialistas, desde Fourier a Marx.

La animosidad hacia la condición empresarial de Macri es un resabio de aquellos tiempos en que los intelectuales, ahora kirchneristas, luchaban por la dictadura del proletariado, por la defensa de las excelencias del desarrollo soviético o por las presuntas cúspides alcanzadas por Cuba tras la revolución de Castro. Ahora, con todo ese mundo hundido irremediablemente, cuando ya no queda piedra sobre piedra del imperio que se extendía desde el centro de Europa hasta la disciplinante Siberia, aún no se resignan a los nuevos tiempos y, cada vez que pueden, demuestran su aversión al sistema en la cabeza de algún burgués que se les cruce, a fines de recordar viejos tiempos y, además, demostrar la lozanía de sus antiguas convicciones ya un poco desdibujadas ante la confortante holgura que siempre acompaña a los que habitan las cercanías del poder.



El voto de la capital, antes y ahora

Verbitsky se anima a avanzar en una suerte de análisis sociológico acerca de los motivos de la derrota. Cita al pensador encuestológico Artemio López, siempre contratado por el gobierno para que exhiba sus números reiteradamente alejados de la realidad. A tal punto es ésta la cualidad más conocida de Artemio que el propio HV se ve obligado a aclarar que no ignora la tozudez de la realidad para alinearse con los números del encuestador: “La imprecisión de sus encuestas de intención de voto no es una descalificación automática de sus análisis”, dice con tortuosa y paupérrima prosa.

Artemio, nos cuenta Verbitsky en su habitual nota de los domingos en Página 12, ha detectado una “conurbanización” de la Capital Federal. Revela, respaldado en las precarias cifras del encuestador, que mientras a nivel nacional y de Provincia de Buenos Aires, la pobreza está en retirada, en la Capital, avanza. Que cada vez hay más villas, cada vez más pobres. Las villas crecieron de 4 a 17 y los pobres se triplicaron de 100.000 a 270.000.

La conclusión que saca López es, a partir de estos cambios sociológicos, la clásica política “progresista” no sería la adecuada para ese distrito electoral. Los porteños estarían reclamando más peronismo clásico y menos progresismo. Al modo de Alberto Rodríguez Saá con aquel escrutinio de la famosa mesa de Necochea, Verbitsky y López ponen la lupa en la Comuna 8, zona del Club Albariño (recordado por las ocupaciones de hace algunos meses), que incluye Lugano, Villa Soldati y Villa Riachuelo. Se alegran que allí, zona social donde el peronismo suele tener fuerte influencia, Macri “sólo” sacó una diferencia de 4.3% a Filmus. Pero aún considerando como válido el análisis que realiza Artemio López, aún en el supuesto de que, efectivamente, la Comuna 8 es un avance del conurbano sobre la Capital, el resultado electoral no es muy prometedor para el oficialismo. Allí, en la zona más dispuesta a votarlos, el oficialismo arañó el 36%.



La capital del subsidio

La posterior indignación por la derrota, que expresaron todos los dirigentes e intelectuales kirchneristas, desde Fito Páez hasta Ricardo Forster, expresa cierta desazón por la ineficacia de la política de seducción electoral llevada a cabo por el gobierno nacional sobre el electorado de la ciudad capital.

Cierto es que, con su composición social predominante de clase media y media alta, la Capital siempre ha sido esquiva al peronismo. En décadas anteriores la explicación más usual para este fenómeno aludía a la singular configuración social de la metrópolis, su carácter burocrático, expresión del antiguo país agrario, de los servicios vinculados a él. Una sociedad de clase media que rechazaba –se decía- el impulso de los nuevos tiempos industriales signados por el peronismo.

Fue la Capital la que proveyó al Congreso del primer diputado socialista, Alfredo Palacios. Fue allí también que aún con Perón en vida, el peronismo cayó derrotado en segunda vuelta electoral en 1973, cuando De la Rúa le ganó a Marcelo Sánchez Sorondo.

En la Capital fue que el peronismo cayó derrotado 64 a 27 en las presidenciales de 1983 y Menem apenas pudo empatar con el radicalismo en 1989 36 a 36. Recordemos también que en 1995, la dupla Bordón/Alvarez le sacó 20 puntos de diferencia a Carlos Menem, cuando éste fue reelegido y que Duhalde perdió 54 a 24, por 30 puntos de diferencia, a manos de De la Rúa en 1999.

Esa clase media carece, parece decir el oficialismo, de la capacidad de comprensión adecuada para valorar correctamente la política revolucionaria del gobierno nacional, a favor del interés nacional y de la defensa de los pobres.

A esa esquiva clase media el gobierno destinó sus mejores esfuerzos de seducción, conforme a su estilo rústico, con el equivalente a las dádivas que proliferan en el conurbano: los subsidios. Así se ha llegado a aberraciones distributivas tales como que la región del país que goza de más alto nivel de vida, de mejores salarios, de menor desocupación, de mejores servicios, paga el boleto urbano de colectivo al ridículo valor de 1,10 mientras que en el resto del país esa tarifa, de inmediato impacto sobre el bolsillo de los estratos de menores ingresos, asciende casi al triple de esa cifra. Lo mismo sucede con la energía eléctrica, con el gas y el agua. El gobierno nacional ha venido subsidiando fuertemente los consumos de la clase media porteña pero no ha obtenido de ella el favor electoral. La buena situación económica general y los subsidios específicos que benefician a los porteños, no significaron el vuelco de votantes a su favor que el oficialismo esperaba. Y eso ha dejado muchos indignados entre los intelectuales K.



Los votos “progres”

Es evidente que los votos por Filmus incluyen el grueso del “progresismo” porteño, sector que habitualmente no vota al peronismo. Socialistas sueltos de diversas variantes, los restos del Partido Comunista y otros grupos menores, además de los votos flotantes de la izquierda seducida por la política de Derechos Humanos del gobierno, han votado por Filmus. Y el kirchnerismo ha mantenido, aproximadamente, el tercio de votos que el peronismo suele obtener en la Capital. Pero es difícil creer que los votos de Filmus y Cristina en Buenos Aires provengan, por ejemplo de sectores sociales, políticos e ideológicos que votaron por Menem o por Duhalde en las elecciones anteriores. Es probable que una parte del “progresismo” se haya desplazado al kirchnerismo y que un sector de los votantes peronistas de otros tiempos hayan decidido apoyar a Macri contra Filmus.

Cabe preguntarse entonces, hasta qué punto el cristinismo en la Capital es una representación del progresismo y hasta qué punto lo es del peronismo tradicional.

Finalmente, ¿puede decirse ahora –como se decía en décadas anteriores- que la mayoría de la clase media porteña no es otra cosa que una expresión del status quo?

¿Puede pretenderse seriamente que la propuesta modernizadora del industrial Macri sea una expresión “quedantista” y retrógrada mientras que el profesor Filmus representa el arrollador avance del capitalismo?

En todo caso, las cosas parecen ser exactamente al revés.

Pero ese ya es otro tema.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

muy buena nota!!

JDavid dijo...

Magistral.

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