jueves, 7 de julio de 2011

La crisis de energía. Por Alieto Aldo Guadagni

Se han evaporado en el país recursos energéticos equivalentes a toda nuestra tierra cultivada. Para explicar esta descapitalización, señalemos primero que hoy son tres los modelos institucionales posibles en sectores estratégicos como infraestructura y energía. Atrás han quedado las utopías colectivistas y actualmente identificamos, en estos sectores, tres tipos de capitalismo: el "de Estado", el "competitivo" y el bautizado por Roberto Lavagna como "de amigos".

En energía, el capitalismo de Estado es practicado por los países que son petroleros; es decir, aquellos que tienen enormes reservas de petróleo y de gas que han sido descubiertas hace tiempo, como los países árabes y los latinoamericanos miembros de la OPEC (Venezuela y Ecuador). El modelo es justificable cuando abundan las reservas y por lo tanto no se requiere la colaboración de capital privado para nuevos descubrimientos; es razonable entonces esperar que el Estado decida no compartir la renta petrolera con inversores privados. Sin embargo, este modelo entra en crisis cuando es impropiamente aplicado por un país donde caen las reservas por falta de exploración -que cuando es genuina, es riesgosa-, no hay nuevos descubrimientos y disminuye la producción.
El modelo del capitalismo competitivo es aplicado por países que no son naturalmente "petroleros" pero pueden descubrir nuevas reservas con grandes esfuerzos exploratorios, sea antes en tierra y ahora en el mar. Como esto resulta muy costoso, es sensato en este caso convocar a capitales privados para que se sumen al riesgo exploratorio, ofreciéndoles la posibilidad de que también ellos se apropien de una fracción de la nueva renta del recurso. Brasil es un ejemplo, ya que aumenta fuertemente su producción de petróleo y gas incentivando la exploración en busca de más reservas; asumió este modelo en su reforma constitucional de 1995, que abolió el monopolio estatal de Petrobras. Por eso Brasil recoge hoy los frutos de una sensata política iniciada por Fernando Henrique Cardozo y continuada por Lula. Todo comenzó con esta reforma constitucional, que puso en marcha el capitalismo competitivo. En 1997 se aprueba la ley del petróleo, que le otorga a la Agencia Nacional del Petróleo (ANP) el dominio sobre todos los hidrocarburos en tierra y mar; a partir de 1999, la ANP licita anualmente áreas para ser exploradas y explotadas por inversores privados, licitaciones competitivas en las cuales también participa Petrobras. Es así como están presentes empresas líderes y muy experimentadas como ENI, StateOil, Shell, BP, Exxon, Repsol, Galp y Amerada Hess. Las áreas se adjudican por la ANP teniendo en cuenta el programa exploratorio y los pagos comprometidos por los concesionarios privados a favor del gobierno nacional.
La Argentina, por su parte, optó en los últimos años por el "capitalismo de amigos", modelo que necesariamente fracasa porque no alienta inversiones exploratorias que generen rentas genuinas, ya que justamente se inventó para capturar rentas preexistentes.
El caso más notorio fue la adjudicación de 14 áreas de más de siete millones de hectáreas otorgadas por la provincia de Santa Cruz a fines de 2006, cuando todas las áreas fueron otorgadas a dos empresarios amigos del poder político, después de haber descalificado a todos los competidores, entre los que había empresas petroleras de primera línea radicadas en la Argentina.
Las provincias han adjudicado hasta ahora 166 áreas para la exploración, con el compromiso de inversiones por 1730 millones de dólares; pero más de la mitad de las áreas (95) fueron adjudicadas a empresarios "amigos" sin ninguna experiencia. El resultado es que poco se ha avanzado en exploración porque no se han respetado los compromisos de inversión prometidos. Es preocupante también el gran retroceso exploratorio de YPF, que en 2010 hizo escasamente cinco pozos (menos de la sexta parte que en el pasado). Esto no debe sorprender, porque el socio argentino compró su participación accionaria con financiamiento a pagar con futuras utilidades, de manera que se decidió distribuir en efectivo nada menos que el 90% de las ganancias, restando así los recursos para expandir la exploración.
Ninguna empresa petrolera preocupada por la preservación de las reservas concesionadas por el Estado le niega los recursos a la exploración, por eso capitalizan la mayor parte de sus utilidades y así la financian. Lo notable es que YPF es la única empresa donde el Estado nacional tiene acciones y un director, quien omitió impulsar la capitalización de ganancias a fin de financiar la exploración.
Los resultados de este capitalismo de amigos están a la vista; hemos perdido el autoabastecimiento porque los últimos años son los únicos en toda nuestra historia en que, por vez primera, mes a mes y sin pausa, caen la producción de petróleo y de gas. Estamos produciendo apenas el 75% del petróleo que se producía en el 2000 y el 85% del gas que se producía en 2004. Esto se explica por la permanente caída en las reservas (tenemos 22% menos en petróleo y 55% menos en gas). Aclaremos que las reservas caen no por una maldición geológica, sino porque lamentablemente colapsó la exploración: en 2010 se exploró un 75% menos que en el período 1980-2000, a pesar de que el precio internacional es ahora cinco veces mayor.
En este escenario, el achicamiento de YPF es notable, ya que la caída en la producción de petróleo de YPF es superior a la caída total. Algo similar ocurre con la caída en gas, ya que la caída en la producción de YPF equivale al 86 por ciento del total de la reducción. Influye en esto la acelerada reducción en las reservas de YPF, que ahora tiene apenas el 20% de las reservas totales de petróleo y escasamente el 16% de las gasíferas. El escenario futuro se complica cuando se observa que hemos perdido el autoabastecimiento energético justo cuando el precio internacional del petróleo ha subido y las perspectivas son de mantenimiento de precios altos en el futuro. Para comparar los modelos institucionales es razonable juzgarlos por sus resultados ("La única verdad es la realidad").
En la primera década del siglo XXI, Brasil expandió sustancialmente sus reservas de hidrocarburos (más del 70%) y aumentó su producción de petróleo y gas en la misma magnitud. Nuestra política energética basada en el capitalismo de amigos, por el contrario, optó por no invertir y consumió aceleradamente las reservas históricamente acumuladas; recordemos que la descapitalización energética argentina equivale ya, como decíamos al principio, al valor monetario de las 30 millones de hectáreas actualmente bajo cultivo en el país. La explicación de esta evolución distinta en esta década de la actividad petrolera reside en la diferencia en las políticas implementadas: la Argentina aplica un "capitalismo de amigos" con acelerado consumo, sin reposición de las reservas previamente acumuladas, mientras que Brasil multiplica sus reservas con el "capitalismo competitivo" que convocó capitales genuinos de riesgo, más una empresa petrolera pública pero con accionistas privados y administración profesional.
Nuestro "capitalismo de amigos" ya ha puesto de manifiesto su incapacidad para expandir la frontera productiva y preservar el autoabastecimiento. Este retroceso demanda, sin demoras, una nueva política.

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