domingo, 17 de octubre de 2010

Sobrevivir a la Argentina. Por Abel Posse


Chabacanería, politiquería cobarde, personalismo electoral, patanería de Estado, torpeza internacional; todos los días algo. El silente desgaste del miedo. La vida reducida, achicada, por el miedo. Asesinatos impunes, carencias de registro actuante de reincidentes, violadores irredentos y la pesadilla de la mujer sin que de la inseguridad específica de la mujer hablen los profesionales de la defensa de género. Y las páginas de corrupción impune. La humillación de ser un país en la cola de los más corruptos. Y de vez en cuando un maradonazo o la arenga esencialmente jurídica aunque insultiva y sediciosa de la Bonafini en la escalinata del Palacio de Tribunales.


Vivíamos ya sin esperar nada del Gobierno, bastan sus voceros, pero lo sorprendente es la conducta de esa heteróclita (llamada) oposición que la gente votó en junio de 2009 con esperanza de una básica unidad y coherencia y sintiendo que superar la enfermedad de la Argentina era el sentimiento básico unánime y no las ambiciones personales de los políticos, hoy en entusiasta dispersión centrífuga. De modo que todo el sector político, Gobierno y los otros, se mueven al margen de lo que sufre y desea la ciudadanía, aunque la palabra democracia no se les caiga de la boca. Declaman por un Estado de Derecho. Sin embargo, lo único que nos queda de sus cotidianas violencias es esa especie de ejercicio notarial de registrar cada día horrores que en dos o tres días cubrirán nuevas violencias y exacciones. Los que afirman la vida como los padres de familia, los estudiantes, los profesionales, los trabajadores carecen de voz y voto efectivo en esta democracia cobarde. En suma: la dirigencia argentina no se hace cargo del dolor argentino en esta mala hora nacional con tenues esperanzas de transición a partir de 2011. Sólo el mal gobierno está en la calle. ¡El Estado es inexistente después de décadas de estatismo! Luego de un largo año desde la última ilusión electoral, el centro del ring lo conservan los K, que mantienen sus pasiones de poder, aunque con magulladuras. Esta es la realidad, a los otros les queda la esperanza y la televisión por cable (por ahora). No toman posiciones dramáticas, de acción, pese al alentador momento en el espacio parlamentario. Pero no van al pueblo, “a las cosas”, como les repetiría Ortega.
Dos temas sacados del cajón de calamidades reiteradas: en la reciente toma de colegios de la Capital, delito al que se fueron plegando otras instituciones nacionales y provinciales, nuestra politiquería no se asoció para enfrentar un problema gravísimo que el país tendrá que superar inexorablemente. Fingieron que era un problema de Macri. Todos saben que hay una minoría actuante que se impone con prepotencia y que cuarenta alumnos pueden impedir asistir y educarse a trescientos. Ante el trabajo práctico de violación del derecho en los edificios tomados y la insolencia de discutirle al ministro las prioridades de reparaciones y arreglos, todos disimulan que permitir eso a los “chicos” podría no repararse ni con años de educación cívica y constitucional. Los políticos, con poder, y la docena de alegres presidenciables callan junto con los “papas”, “mamás”, “abuelos” y “chicos” condenados a ver la atroz televisión en vez de ir a clases. No vimos en las puertas de los colegios a los políticos distinguiendo entre derecho y desmán. Tampoco los vemos en las casas enlutadas de nuestros asesinados de cada día. Ni los jueces de la Corte se acercan al hogar de los fusilados. Esta es nuestra lamentable realidad. Tanto el Gobierno cínico como la oposición hipócrita se alejan de la mirada del “otro”, que para una democracia es todo el pueblo. Volvió a la Argentina después de cinco años mi amigo J.W. Kilkenny, que vivió esta maravillosa ciudad de Buenos Aires en tiempos mejores. Después del largo diálogo me pregunta: —¿Cómo se soporta esta Argentina? ¿Qué esperanza queda? Le digo: —La esperanza sería una dimensión psicológica. Todo se soporta porque todo se superará. Estamos en una desgracia surreal en la que hasta destruimos nuestra riqueza desde el Gobierno. Este país tiene la potencia de un tigre enjaulado por un idiota. Sólo espera saltar y correr, libre, fuerte, más allá de la runfla política.

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