viernes, 8 de octubre de 2010

La malversación kirchnerista del progresismo. Por Luis Gregorich


(Publicado en La Nación. Viernes 08 de octubre de 2010)

Qué es para el Gobierno y quienes lo acompañan ser progresista? ¿Qué significa en la Argentina de hoy considerarse, tácita o explícitamente, de izquierda? Antes de intentar unas (difíciles) respuestas, vale la pena una mención de hechos que están sucediendo ahora mismo. Como se sabe, nuestro país está participando como invitado especial en la Feria del Libro de Fráncfort con una importante delegación de escritores que, el primer día, fueron encabezados por la presidenta de la República, y, entre ellos, felizmente, figuras jóvenes y representativas de nuestras letras. Se han cerrado múltiples negocios de edición y se ha comprometido la traducción a diversas lenguas de nuestros creadores. Lo aplaudimos.




Eso sí: resultó inútil mi búsqueda, en la delegación oficial, de algunos nombres prestigiosos que también siguen publicando libros, que igualmente expresan a nuestra sociedad y que habrían podido enriquecer la muestra. Quizá no supe buscarlos bien, quizás estén entre los que anduvieron por Fráncfort prefiriendo ser invitados por universidades o empresas editoras, pero no pude encontrar, en el listado del Gobierno, a Santiago Kovadloff, a Beatriz Sarlo, a Juan José Sebreli, a Natalio Botana, a Luis Alberto Romero, a Marcos Aguinis, a Martín Caparrós, a Tomás Abraham, a Alvaro Abós y a unos cuantos más que no voy a citar para no enturbiar mi primera impresión positiva del contingente nacional.
¿Qué es lo que une a todos los invisibles? ¿Que no son progresistas o -peor aún para la lupa ideológica oficial- que pertenecen a la "derecha"?
Usted, lector, ya está contestando en su interior: más bien sí son progresistas, cada uno a su manera, pero confluyen en una vertiente común: la oposición intelectual al gobierno que financia esta presencia en Europa, y que no ha tenido la grandeza de invitarlos para que compartiesen las mesas con los escritores oficialistas, entre ellos unos cuantos del grupo Carta Abierta. Oposición intelectual no quiere decir, por supuesto, saña destituyente, sino libre y no necesariamente belicosa confrontación de ideas, sostenida en todos los escenarios posibles. Es obvio que ninguno de los excluidos del panteón oficial hubiese aprovechado su participación para denigrar a las autoridades.
¿Con estas actitudes el gobierno nacional consolida una cultura progresista o de izquierda? Parece ocurrir exactamente lo contrario. Véase el tema desde otra perspectiva: el proceso que sufren los organismos de derechos humanos, genuinas instituciones del progresismo que podrían quedar debilitadas al cerrarse el ciclo kirchnerista. Las Madres y Abuelas, sobre todo, al adoptar una postura partidista, distante de la independencia política que mantuvieron desde el advenimiento de la democracia, permiten que se resquebraje su eventual función mediadora. Más inquietantes que el discurso crispado de Hebe de Bonafini frente a Tribunales, por demás previsible, son las palabras de Estela de Carlotto en el mismo acto, no tanto por su significado directo como por su implícito compromiso político.
La Central de Trabajadores que podría calificarse de progresista, la CTA, ha experimentado asimismo el intento de cooptación por parte del kirchnerismo, con resultados nada alentadores. La primera elección interna seria de la Central terminó con una derrota de los prooficialistas y con una severa amenaza de división, sembrada de denuncias de irregularidades y fraude. Todo eso refuerza, de una u otra manera, el poder de la Central oficial, encabezada por Hugo Moyano, cuya ideología no puede describirse como progresista. Hay que decir, de todas formas, que tampoco Moyano las tiene todas consigo, tal vez por ampliar excesivamente su poder y generar pequeñas -por ahora- rebeliones en su proximidad.
La singular alianza que construye, casi sin darse cuenta, la oposición fragmentada en cuatro o cinco expresiones partidarias tiende a reunir a anchos sectores de las clases medias urbanas y a sectores transversales del campo, además de conglomerados obreros, más reducidos. No hay todavía liderazgos definidos (sólo hay postulantes a ganarlos) en ese inestable espacio. A su vez, el oficialismo kirchnerista opone a este conjunto un equipo más compacto, aunque cada vez más propenso al adelgazamiento, que suma a trabajadores de los conurbanos, diversas clientelas provinciales y -lo que más nos interesa aquí- capas medias, de menor cuantía, que podrían ser denominadas de "izquierda" o progresistas. Forman este núcleo la disciplinada militancia del Partido (o ex Partido) Comunista, con sus profesionales y cooperativistas, y los grupos ya maduros de universitarios, entre los cuales están los que en los años 70 coquetearon con la guerrilla y el "entrismo" hacia adentro del movimiento peronista.
Es francamente extraña la atracción que estos últimos sectores sienten frente a la concepción del poder kirchnerista, fuertemente concentrado y poco dispuesto a una distribución horizontal. Tampoco la personalidad y la historia personal del nuevo líder llegado del Sur autorizan sueños liberacionistas. Probablemente los inspiren las notas épicas y refundadoras del discurso del matrimonio presidencial. Hay que volver al acto frente a Tribunales y citar las delirantes referencias de varios oradores (como Julio Piumato, dirigente de los judiciales) acerca de la democracia formal y la democracia real: de esta última sólo habríamos disfrutado en el país a partir de la presidencia de Kirchner.
En cuanto a los aspectos prosaicos de la gestión, notablemente favorecida por el viento de cola de la economía internacional (es decir, para nosotros, por la apertura comercial de China), hay un debe y un haber, aunque los Kirchner parecen especializarse en borrar con una rústica mano lo que escribieron amablemente con la otra, como con el actual hostigamiento a la Corte Suprema designada, con positivo espíritu y efectos, por ellos mismos.
¿Cómo definir, entonces, al progresismo, que los Kirchner están malversando, y a la izquierda posible, a la que muchos confunden con el populismo autoritario y, en el fondo, conservador? Acude en nuestro auxilio Norberto Bobbio, un ejemplar pensador italiano que ha sido protagonista de las batallas ideológicas de su patria en la segunda mitad del siglo XX. En su ensayo Derecha e izquierda, traza los significados y los límites de cada una de estas palabras, que siguen gozando de buena salud, simbólica y política, a pesar de haberse decretado su muerte hace tiempo.
Una vez que hemos descartado como soluciones plausibles la extrema derecha y la extrema izquierda, nos quedan todavía derechas e izquierdas (en forma de liberalismo republicano y socialdemocracia o socialismo parlamentario) que -dice Bobbio- se necesitan la una a la otra y que justifican un régimen rotativo, según la preeminencia electoral en el tiempo de los valores que defienden respectivamente. Para la derecha liberal, esos valores se organizan en torno a la pareja libertad/autoridad, y para la izquierda socialdemocrática, en torno a igualdad/desigualdad. En ningún caso esos valores pueden ser absolutos: cuando se habla de libertad, por ejemplo, debe aclararse de qué libertad se trata (libertad de actuar, libertad de querer), y cuando se habla de igualdad está claro que no se trata del ideal inalcanzable de que todos los hombres sean absolutamente iguales, sino de las políticas de Estado que procuran que esos mismos hombres sean cada vez menos desiguales. Bobbio cita a Luigi Einaudi, uno de sus maestros y destacado constructor de las instituciones italianas de la segunda posguerra, que después de describir los rasgos esenciales del hombre liberal y del hombre socialista anota: "Los dos hombres, aunque adversarios, no son enemigos, porque los dos respetan la opinión de los demás y saben que existe un límite para la realización del propio principio? El optimum no se alcanza en la paz forzada de la tiranía totalitaria; se toca en la lucha continua entre los dos ideales, ninguno de los cuales puede ser vencido sin daño común".
Idealismo ingenuo, se dirá, y preferencia por esquemas político-sociales que se adaptan al orden y las tradiciones de la Europa Occidental y que chocan inevitablemente contra la prepotencia genética de los populismos latinoamericanos, custodiados celosamente por laureados académicos como Ernesto Laclau. ¡Cómo podría soportar una nación de América latina un régimen cuasi parlamentario, con pacífica alternancia de partidos o coaliciones, sin el picante condimento de los golpes de Estado, la reelección indefinida o la corrupción en boca de todos! Y, sin embargo, tres países, al menos, lo llevan a cabo con éxito y con modalidad propia: Brasil, Uruguay y Chile.
Lo único seguro es que el progresismo no se ejerce estimulando la toma del Palacio de Tribunales ni fantaseando sobre las diferencias entre democracia formal y democracia real, ni mucho menos omitiendo deliberadamente la presencia de escritores e intelectuales opositores en la presentación oficial de una feria del libro internacional consagrada a la Argentina.


No hay comentarios:

Publicar un comentario