domingo, 7 de marzo de 2010

Pepe Mujica: la sensatez de la utopía. Por Beatriz Sarlo

(Publicado en La Nación, domingo 07/03/2009)

Pepe Mujica está de moda en la Argentina, sobre todo porque habilita una comparación fácil con el gobierno local. Su discurso de asunción propuso un modelo que depende absolutamente del diálogo y el esfuerzo por acordar: nadie, dijo el presidente uruguayo, tiene todos los tornillos ni todas las tuercas. Esto es un demócrata uruguayo, personaje de un sueño incumplido en la orilla del río donde vivimos. La justificada admiración no subraya suficientemente que Uruguay lleva décadas de experimentación de un frente político progresista que integra personalidades tan distintas como Tabaré Vázquez, Danilo Astori y el nuevo presidente.

Hay otros tramos del discurso pronunciado en Montevideo el lunes último que muestran facetas no menos envidiables y más originales. Pepe Mujica fue miembro de la guerrilla tupamara, preso político, torturado y víctima de las peores cárceles durante catorce años. Lo importante es lo que pudo hacer con ese pasado. Estuvo en el filo de la navaja y su experiencia es mucho más variada y dramática que la de alguien que hubiera militado por esos mismos años en otras agrupaciones o en el Partido Colorado. No digo mejor. Digo sencillamente que protagonizó acontecimientos cruciales, de esos que suceden en una zona indecisa donde vida y muerte están separadas por una línea débil y azarosa. Por casualidad, Pepe Mujica no murió en el encierro, por ejemplo. Como esa posibilidad existió de verdad, habla muy poco o casi nunca de ella. Quienes lo han entrevistado cuentan que evoca a desgano y con imprecisiones esos episodios. Es discreto respecto de su pasado, incluso cuando podría mostrarse íntegro y valiente.
Ese pasado no es un fantasma que visita el presente porque falta un balance de los actos realizados y las ideas que entonces los impulsaron, y, por lo tanto, se ha quedado preso de aquello que no se conoce del todo o no se ha vuelto a revisar a fondo. Pepe Mujica sabe perfectamente de dónde viene y quién fue.
Para muchos uruguayos, ese pasado todavía permanece abierto y tienen sus razones de vida para justificar que las tumbas no se cierren hasta que no estén todos los nombres en sus lápidas. Pero Mujica cerró esas cuentas; en varios reportajes ha dicho que no permitió que el pasado se hiciera dueño de su presente. Hay quien puede hacerlo y quien no. Mujica pudo. Sin grandes ademanes pero con irreversible firmeza, hoy les tiende su mano a los militares.
Lo que un hombre hace con su pasado pone condiciones a su presente y a su futuro. Mujica no duda sobre los crímenes de las dictaduras argentina o uruguaya. Pero el resultado de dos plebiscitos le impuso aceptar que los ciudadanos de su país (aunque por un margen estrecho) no estaban por la revisión de la Ley de Caducidad que dejó sin castigo los crímenes de Estado. Muchos uruguayos trabajaron para que el resultado de esos plebiscitos fuera diferente, entre ellos muchos jóvenes, militantes sindicales cercanos al Frente Amplio, intelectuales. Mujica reconoció esa derrota democrática y se movió hacia delante. Juicios como en la Argentina no tendrán lugar en el Uruguay y quienes apoyamos la realización de los juicios deberíamos, si fuéramos ciudadanos uruguayos, seguir buscando las circunstancias que los hagan posibles antes de que el paso del tiempo los deje atrás para siempre. Pero confiaríamos también en que Pepe Mujica es un político que no queda fijado en una idea, y que puede seguir adelante aunque haya perdido.
Esto es lo que aprendió a hacer con sus años guerrilleros. No a olvidarlos, sino a ser un hombre libre precisamente porque los vivió y siguió pensando. Son las paradojas de la política, aquellas que vuelven interesante e imprevista la resolución de un hombre: Alfonsín, un radical que condenó la violencia setentista, hizo posible el juicio a las Juntas Militares. Mujica, un guerrillero, aceptó el plebiscito que hace imposible juicios equivalentes en Uruguay. La Argentina corrió el riesgo de varias insurrecciones militares por esos juicios; mientras tanto, en Uruguay se fortalecía el Frente Amplio y llegaba por primera vez a la intendencia de Montevideo (que es como decir que aquí se llega a todo el territorio de Buenos Aires). Dos caminos. Es temerario decir que uno u otro se eligió de manera equivocada, aunque muchos argentinos sueñen con un Frente Amplio y muchos uruguayos todavía esperen tribunales que juzguen los crímenes de Estado.
Difícil no pensar todo esto mientras se lee el discurso de asunción de Pepe Mujica. La versión publicada no incluye, por cierto, una frase que intercaló Mujica y cuya autenticidad (incluso si no hubiera sido transmitida por televisión) es indudable. Levantó la vista de los papeles, se sacó los anteojos y dijo: "A los uruguayos nos gustan la libertad y los fines de semana largos".
Un economicista dirá que la frase se dirige a uno de los pilares del modelo que Mujica propuso en su discurso. Ciertamente, la adorarán los empresarios del turismo y sus empleados, que son muchos. Pero, si se pone entre paréntesis la interpretación llana del economicismo, surge algo más. Escucho la frase así: a los uruguayos no les gusta la prepotencia y quieren vivir en una buena sociedad. La costanera de Montevideo, espléndidamente recuperada por las intendencias del Frente Amplio, con sus playas que van desde el Cerro hasta Carrasco, todas con el mismo equipamiento, los mismos bancos, las mismas cuadrillas de limpieza, son el paisaje de una buena sociedad (quien lo dude, que camine desde Quilmes hasta Aeroparque, si es que puede). Lo que el italiano Carlo Donolo llama "la calidad como bien común", ese bien que "nunca es suficiente".
Una buena sociedad considera que sus números económicos pierden sentido si no traducen esa cualidad evanescente y difícil: "No queremos un país que se luzca en las estadísticas, sino un país que sea bueno para vivir", agregó Mujica. La idea de "buena sociedad" ya promete una discusión interesante, una típica discusión que puede galvanizar la esfera pública e interesar no sólo a los políticos. "Libertad y fines de semana largos": una sociedad menos consumista y menos veloz, más benevolente (también de eso ha hablado Mujica en su campaña).
La breve frase intercalada, que parece casi sin importancia, dicha al pasar, recuerda otra, pronunciada en el 2004, ante un periodista de la revista Brecha de Montevideo: "Soy un hombre de izquierda, preocupado por la cuestión social y la justicia. La izquierda es una sensibilidad; después se construye todo un andamiaje, pero cuando se arranca es una sensibilidad". Y algunos años después: "La estética de hoy es la ética. La ética tiene que ver con desde lo que ganás, a cómo vivís, a cómo atendés a la gente". Atenerse a esta ética (que, con refinada sencillez, Mujica llama también estética) sólo parece posible en algunos pocos países. A cualquiera se le ocurren los casos del norte europeo.
Mucho de lo que dijo Pepe Mujica en el discurso de asunción proviene de este suelo de sensibilidad y experiencia, donde también se alimenta su lenguaje al que es injusto definir como producto de la condescendencia populista que adopta una lengua que no es la propia a fin de comunicarse con aquellos que tampoco pertenecen al mismo mundo. Mujica habla sólo su lengua popular puesta al servicio de la política; no se trata de una adopción calculada sino, guste o no, de una oralidad, con su fonética, sus inflexiones, sus pausas, sus puntos suspensivos. Quien escuchó el discurso de asunción no escuchó algo completamente ajeno a esta lengua sino, como diría el propio Mujica, una versión "emprolijada" para las circunstancias, con traje pero sin corbata.
Si se definió hace un par de años como un hombre de izquierda, es legítimo preguntarse qué queda de esa sensibilidad en este discurso. En los primeros párrafos, dijo: "Desearía que el título de ´electo´ no desapareciera de mi vida de un día para otro. Tiene la virtud de recordarme a cada rato que soy presidente sólo por la voluntad de los electores". Aunque parezca simplemente una confirmación del origen democrático de su mandato, en la frase hay algo más. Como tutela y garantía del compromiso que asumió al ser elegido, Mujica cita una idea del democratismo radical: la revocabilidad del mandato, si el mandatario no cumple con lo acordado en el acto en que fue elegido. El presidente sigue siendo un "electo" mientras conserve los rasgos y promueva las acciones por las que llegó a su cargo. No es una disposición constitucional del Uruguay, ni de las repúblicas representativas. Sin embargo, el presidente uruguayo la evoca, al pasar, como pacto ético y político: un compromiso que asume más allá de las obligaciones constitucionales.
Mujica menciona dos virtudes difíciles de ejercer porque implican examinar con realismo las condiciones y los límites de una acción de gobierno: la sinceridad y la valentía. Propone ser "más sinceros en nuestro discurso político, llevando lo que decimos un poco más cerca de lo que de verdad pensamos y un poco menos atado a lo que nos conviene, y más valientes para explicarle, cada uno a su propia gente, los límites de nuestras respectivas utopías". Nada más difícil que examinar críticamente una utopía sin abandonarla; nada más complicado que buscar el ajuste a un tiempo presente de un horizonte futuro que, más que un programa, es un principio de esperanza. Sin embargo, este es el gran desafío de la izquierda contemporánea: cómo traducir una utopía en reformas.
Mujica ha presentado los temas básicos: "Educación, energía, medio ambiente y seguridad ", o como también lo marcó en su hoja de ruta: "la fórmula a intentar es agro + inteligencia + turismo + logística regional. Y punto". El cierre abrupto de la fórmula le permite no incluir en ella lo que fue el tema social de su discurso, y no lo incluyó allí porque será la base de su presidencia: terminar con la "vergüenza nacional" de las necesidades básicas insatisfechas.
Como es un hombre realista (y también un hombre de principios), indica dos direcciones de gobierno: la reforma del Estado, "el profundo cuestionamiento del Estado uruguayo" y la movilización de las reservas de solidaridad colectiva a las que convocó con una emoción que sería demasiado fácil calificar de voluntarista. Estamos cansados de llamar voluntarista a toda exploración de las mejores cualidades de una sociedad.
Mujica armó una estructura frágil pero indispensable entre realismo y voluntarismo. Es su gran apuesta, porque no cree que todo lo provoque el destino o venga del mercado. En un reportaje que le hizo Nelson Cesín para Brecha pocos días antes de la asunción presidencial, dijo: "Si donde vamos a mejorar la vivienda no tenemos asegurado un puñado de militancia social que se preocupe de si mandaste los chiquilines a la escuela, si fuiste al médico, si teniendo tal laburo fuiste a laburar, si no tenemos eso asegurado no arreglamos la vivienda". Y agregó: "Porque además queremos reivindicar el papel del trabajo voluntario y del compromiso. Los funcionarios públicos creen que estas cosas les quitan trabajo, algunos obreros de la construcción tienden a creer lo mismo, y están equivocados de cabo a rabo: se trata de atender a un mundo que no está en el mercado, que se cayó del sistema".
Este hombre, que ha declarado su respeto por la ortodoxia económica al reconocer la mano de acero que rige las condiciones materiales, no perdió la impronta de una sensibilidad progresista ni su creencia en la acción política más allá de los cargos: la "militancia", ese protagonista a construir. Si la economía tiene sus leyes, la buena sociedad tendrá las suyas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario