martes, 30 de junio de 2009

Uñas, dientes, votos. Por Martín Caparrós


(Publicado en Crítica Digital - Lunes 29/06/2009)

Ayer a la mañana un comando militar derrocó y desterró al presidente de Honduras, Manuel Zelaya. Fue un golpe de Estado supuestamente “legalista”: los militares rebeldes dicen que lo dieron para impedir que Zelaya siguiera adelante con sus planes de reforma de la Constitución para poder ser reelegido –que la Suprema Corte de su país había declarado ilegal. Un golpe militar en Honduras no habría sido noticia hace veinte años; ahora lo es, y sólo queda desear que no sea un principio: la vuelta de un recurso político que parecía archivado –por impopular, por condenado, por innecesario para los poderosos de nuestros países, que aprendieron a gobernar sin semejante desprolijidad.

El golpe hondureño se dirigió a la cuestión principal de la política contemporánea: la conservación del poder. No hay tema que preocupe más a los gobernantes que seguir siéndolo; no hay cuestión que provoque tantos esfuerzos, tanto debate desde Honduras a Brasil, desde Colombia a Níger. A ningún sector le gustó nunca abandonar el poder; ahora son los hombres –el hombre fuerte de cada lugar– los que lo defienden con uñas y dientes. Es otro efecto de la falta de programas, de proyectos, de partidos políticos que los sostengan: si los hubiera, no importaría demasiado quién, qué personaje los lleva adelante. Pero no hay, y lo que queda son grupúsculos que se apoderan de los gobiernos con el sano propósito de guardarlos todo lo que puedan –y eso se transforma en el motivo principal de su existencia.El kirchnerismo también perdió porque quiso retener el poder a toda costa. Para eso se le ocurrió aquel plan genial de alternarse en la presidencia con su señora y conseguir así doce años en lugar de ocho, ¿se acuerdan? Fue hace mil años, o quizás dos. Ese plan de amarrocamiento del poder fue el que hoy recibió, formalmente, el rechazo de los votos. Kirchner y Scioli van perdiendo –a esta hora, en que los números todavía pueden cambiar– la provincia de Buenos Aires contra un invento del marketing publicitario. Y sí perdieron el resto del país contra cualquiera que se les presentara –incluso en su propia provincia: la herida insoportable. Es temprano: en unas horas se podrá hacer la cuenta global, nacional, para saber cuántos millones de apoyos perdió el kirchnerismo en estos 24 meses.Y la cifra es más dura cuando se considera la cantidad de argentinos que no votaron: es cierto que unas elecciones legislativas nunca atraen tanto como las presidenciales, pero un 60 por ciento de participación es un signo claro del interés que nuestros políticos consiguieron provocarnos. Es un 16 por ciento menos que en las últimas presidenciales: entre el 2007 y ahora, cuatro millones de personas se bajaron de la participación democrática. Si eso no es un fracaso, que nos cuenten cómo es fracasar.El kirchnerismo va sacando alrededor del 32 por ciento de los votos en la provincia de Buenos Aires y el 11 por ciento en la Ciudad de Buenos Aires: dos mundos uno al lado del otro. Es el reflejo de esta Argentina partida, quebrada, que inventó el proceso militar-menemista: el voto del segundo cordón pauperizado versus el voto de la clase media porteña sobreviviendo todavía.Que decidió olvidar el apocalipsis errático de la doctora Carrió y su banquero amigo, y votó mucho a Solanas. Se habla poco de la elección de Proyecto Sur: hoy todos hablan de Pino. El Proyecto Sur es uno de los grandes ganadores de estas elecciones, pero es cierto que también lo votaron miles de personas que no conocen su programa y se identificaron con su primer candidato. Su desafío es pasar de un brote de aprecio personal a la Zamora a la construcción de un partido o movimiento: convertir su ascendiente en un proyecto común que vaya más allá de personas y personajes, y abra el espacio para la participación y el debate generalizados. Ojalá pueda hacerlo.Hoy empieza una etapa nueva, parecida y distinta. El Congreso no va a ser el mismo y los candidatos empezarán a acomodarse para el 2011 –a pelearse por los despojos del peronismo y el poder–, pero lo decisivo que se viene en estos días no tendrá que ver con las chicanas politiqueras sino con la vida social y económica. Se viene, sobre todo, el alud que el dique electoral estaba conteniendo: aumentos, despidos, conflictos. Unas cifras podrían ser la síntesis: la gripe chancha por ahora es un ruido de fondo, pero quizá mañana empecemos a descubrir que la Argentina es el país con la tasa más alta de mortalidad por H1N1 en el mundo. En una epidemia como ésta, cierto nivel de contagio es muy difícil de evitar; la diferencia está en los tratamientos que reciben los contagiados. Las últimas cifras de la Organización Mundial de la Salud lo dejan claro: en Canadá hubo 19 muertos sobre 6.732 enfermos: un muerto cada 354 enfermos. En Chile, un muerto cada 718 enfermos. En Estados Unidos, un muerto cada 246 enfermos. En Guatemala, un muerto cada 127 enfermos. En Jamaica, Corea, Francia, Paraguay, India, Cuba, Ecuador, Vietnam, Brasil, Uruguay, Tailandia y muchos otros hubo enfermos pero no muertos. En la Argentina llevamos 1.587 enfermos y 28 muertos reconocidos: un muerto cada 57 enfermos. Y, en los últimos días, la OMS registra aquí 178 nuevos enfermos y 14 muertos: un muerto cada 15 enfermos. Al principio, en Argentina sólo se enfermaron los que viajaban a Disneyworld. Ahora, que el contagio se democratizó, las muertes se amontonan y hablan de un Estado que desdeña sus obligaciones más urgentes. Así, no es raro que millones de argentinos decidan no votar. Honduras parece lejos, y espero que lo siga pareciendo.

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