lunes, 21 de abril de 2014

Ernesto Laclau y la Izquierda Nacional. Por Daniel V. González

Antes de abandonar el país para afincarse definitivamente en Londres, en 1967, Ernesto Laclaudebatió con los principales dirigentes del Partido Socialista de la Izquierda Nacional (PSIN): Jorge Abelardo Ramos Jorge Enea Spilimbergo.
En ese debate ya se vislumbraban las ideas que luego Laclau desarrollaría en los años siguientes y que constituyen el corpus principal de su pensamiento. Impaciente, reprochaba al PSIN la falta de crecimiento militante y adjudicaba este hecho principalmente a que ese nucleamiento, para incorporar militantes, demandaba de ellos excesivas “determinante teóricas no esenciales”.
Laclau se refería a una visión de la historia nacional con raíz revisionista y, además, la adhesión a una línea marxista que reivindicaba la revolución de Octubre y las figuras de Lenin y Trotsky, con rechazo expreso a Stalin. Para Laclau eran estos excesivos requisitos los que explicaban el raquitismo del PSIN y su falta de inserción en las masas populares de los años sesenta.
Ramos y Spilimbergo respondían diciendo que el pueblo estaba ilusionado con el nacionalismo burgués de raíz bonapartista (el peronismo) y que en la lucha, al descubrir las insuficiencias y claudicaciones de esa conducción, se volcaría al socialismo. Agregaban que todos los esfuerzos militantes debían concentrarse en la construcción de un partido revolucionario. Esa era la lección de Rusia. Pero, añadían, mientras las masas continuaran entusiasmadas con Perón, resultaba imposible seducirlas y llevarlas hacia el socialismo.
La respuesta de Laclau apuntaba a señalar que esa argumentación constituía “un abuso del argumento objetivo” y que Ramos y Spilimbergo exageraban el contexto desfavorable de un modo autocomplaciente para explicar lo que, en realidad, era una táctica equivocada.
Hacia los significantes vacíos
Laclau tomó distancia del país y de las ideas de la Izquierda Nacional. Sus análisis se deslizaron hacia la abstracción según luego pudo leerse en sus textos más reconocidos. Ramos era esquivo (tal como luego lo reconoció luego Laclau) a lecturas como Gramsci y Lacan. Adscribía más bien al socialismo clásico al que, además, con el paso de los años iba abandonando para abrazar una suerte de nacionalismo latinoamericanista al que le veía potencialidades socialistas, con signos y características propias (socialismo criollo). Analizaba la historia argentina y latinoamericana y simpatizaba con los movimientos nacionalistas, muchos de ellos originados en las Fuerzas Armadas, a las que adjudicaba un rol ambiguo e impredecible.
Laclau, por el contrario, recorrió otros caminos más abstractos. Prefirió estudiar la fisiología del poder, el nexo que une a las masas, sus reivindicaciones y esperanzas con el líder. La palabra “populismo”, habitualmente despreciada desde la izquierda, cobró con él una jerarquía impensada y se incorporó al canon revolucionario. En ese camino, Laclau y su esposa,Chantal Mouffe, abrevaron en Carl Schmitt de un modo tan claro que han debido luego escribir páginas y páginas para marcar la diferencia con el pensador prusiano.
Los textos de Laclau prescinden de lo contextual, atraviesan el tiempo convencidos de que las fórmulas que propone, envueltas en un lenguaje elaboradamente críptico, no son rozadas por los acontecimientos terrenales, que han sido copiosos en los últimos años. En su “Hegemonía y estrategia socialista”, escrito en colaboración con su esposa, Laclau nos muestra que su pensamiento remonta cumbres tan elevadas desde las que los hechos históricos de los humanos, incluso los más importantes, se tornan apenas un sacudón. En su prólogo, escrito en 2004, o sea después del derrumbe socialista, Laclau reconoce que “muchas cosas han cambiado (desde la edición del libro en 1985)” y menciona: “el fin de la Guerra Fría y la desintegración del sistema soviético”. Sin embargo, un par de renglones más abajo confiesa su sorpresa por “lo poco que teníamos que poner en cuestión respecto de la perspectiva intelectual y política que en él (la edición de 1985) se plantea”.
En otras palabras: pese al hundimiento de la Unión Soviética, el texto de 1985 demandaba correcciones insignificantes. Son las ventajas del pensar abstracto y de generalizaciones tan elevadas que una gran conmoción en el campo del socialismo apenas si merece una referencia menor.
Laclau enderezó gran parte de su obra al estudio del antagonismo como fuente de la lucha por el poder y a la búsqueda de la hegemonía, como estrategia ineludible. En ese mecanismo puso su atención sin atender a los cambios políticos, sociales y económicos concretos ocurridos en el mundo central y periférico en las últimas décadas. Para él, estos hechos no alteraban en lo más mínimo el desarrollo de sus ideas. Estas transformaciones incluían el derrumbe socialista y también los cambios sociales desarrollados por las sucesivas revoluciones tecnológicas, la globalización, el crecimiento del sector servicios, el ensanchamiento de las clases medias, etc. Estos cambios de escenarios eran desdeñados o subestimados como motivo de modificaciones a la teoría que tan trabajosamente había elaborado durante décadas.
Los últimos verdores populistas 
Laclau sobrevivió a Ramos por dos décadas y el azar quiso que después de muchos años, volviera a entusiasmarse con la Argentina y América Latina. Abelardo Ramos, en sus últimos años se identificó fuertemente con el peronismo de Carlos Menem, hoy denostado desde el poder. Sin embargo, no desarrolló en libros ni en escritos sustanciales, su crítica a los populismos latinoamericanos a los que había apoyado durante décadas.
Probablemente intuía su agotamiento y sus profundas limitaciones. En sus últimos años, aceptó las privatizaciones de Menem, la apertura económica, elogió a Domingo Cavallo y señaló incidentalmente algunos cambios habidos en la Argentina en las décadas previas. Manifestó su apoyo a los noventa al punto de organizar la disolución de su partido (el FIP) y su incorporación al peronismo. Este acto se llevaría a cabo el 17 de octubre de 1994; Ramos murió el 2 del mismo mes.
La primera década del siglo XXI reverdeció el populismo en América Latina, ciclo que ahora parece agotarse. Es curioso: los nuevos impulsos populistas vinieron de la mano del aumento de los precios de las materias primas y alimentos, revirtiendo la tendencia secular de “deterioro de los términos del intercambio”, término popularizado por la CEPAL. Estos cambios en los precios relativos, a su vez, provienen principalmente de que China está resignando crecientemente sus convicciones socialistas y se está volcando hacia la construcción de una economía de mercado, lo que significó un crecimiento inusitado de su producción y un ascenso impensado de la demanda de commodities.
Ello generó el espacio y los recursos para la vivificación del populismo en América Latina. La abundancia de fondos permitió una política de distribucionismo irresponsable cuya caída se verifica en estos días. China, con su abandono parcial del socialismo, generó el marco propicio para el desarrollo de esperanzas socialistas en América Latina.
Laclau encontró en este neopopulismo una confirmación de sus teorías sobre antagonismos, hegemonías y concatenación de reivindicaciones fragmentarias convergentes en un liderazgo (significantes vacíos). Los procesos de Venezuela y Argentina eran seguidos por él con gran esperanza. Alguna vez habló de que se trataba de una “última oportunidad”. Pues bien, con el caos reinante en el país de Bolívar y el regreso local a los ajustes ortodoxos, además de la decadencia generalizada que exhibe el kirchnerismo, los últimos populismos se estaban hundiendo inexorablemente al momento en que Ernesto Laclau sucumbió ante el embate inmisericorde de un paro cardíaco.
(*) especial para Perfil.com 

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