lunes, 7 de enero de 2013

El secreto de sus bienes. Por Gonzalo Neidal

El gobierno argentino parece ir desplazándose raudamente hacia el ridículo. Esta semana estará teñida por dos hechos que bordean el grotesco. Uno es la carta de la Presidenta al actor Ricardo Darín. El otro, el inusual despliegue de fanfarria y fastos  despliegues para recibir a la Fragata Libertad, primero embargada y ahora liberada por la Justicia de Ghana.

El intercambio entre la presidenta y Darín se origina en un reportaje que éste concediera a la Revista Brando y en el que se permitió dudar de que el patrimonio de la familia Kirchner haya sido obtenido en un todo conforme a la ley.
En la nota, Darín tuvo la osadía de mentar la fortuna presidencial, algo que hace años ha estimulado la curiosidad pública y ha sido motivo de duros y fundados cuestionamientos, zanjados rápidamente por una justicia sospechada de docilidad hacia el poder.
Pero, además, el actor aludió también otros aspectos del estilo de gobierno K: “¡Están todos locos! La locura y el enojo no dejan ver con claridad. El comienzo del camino al fanatismo es este. Creer que todo lo que no se alinea o no está en armonía con su pensamiento se construye casi como el enemigo. No para vencerlo, para eliminarlo. Y eso me asusta.”, dijo también.
La presidenta, de vacaciones, parece sufrir una suerte de síndrome de abstención de declaraciones públicas y cadenas nacionales. En días previos había formulado fuertes declaraciones acerca de la Justicia, a la que había cuestionado con severidad en razón del fallo favorable a la Sociedad Rural, en su disputa con el gobierno sobre el predio de Palermo. Las declaraciones de Darín, le parecieron “too much” y decidió redactar –por así decirlo- una larga, larguísima carta cuyo valor más importante quizá consista en revelar el particular estado de ánimo de la Jefa de Estado.
La carta de Cristina cayó como una bomba en el apacible estío, poblado de políticos en malla, jugando al truco, sacándose fotos con simpatizantes y mostrándose sonrientes hacia todo el mundo. El texto muestra a la presidenta en toda su dimensión: la pretensión de ironía, el estilo combativo, la sintaxis mediocre y la defensa a capa y espada frente a los cuestionamientos que se le formulan. Pero algo más: no pudo prescindir de atacar a Darín y a otros que ni siquiera habían rozado el incidente. Y en esta lista figura, con nombre y apellido el gobernador de Buenos Aires, Daniel Scioli.

Ánimos alterados
Una carta tan embarullada denota un temperamento donde se mezclan la ferocidad, la rabia contenida, la soberbia, la aspiración de inmunidad, la baja tolerancia a la crítica, la carencia del sentido de oportunidad, además de una robusta alteración de criterio en materia de prioridades políticas. Es la expresión epistolar del “vamos por todo” en un momento en que el viento sopla manifiestamente desde la proa.
No han sido pocos los que, con honestidad y sin ironía, han dudado de que la carta perteneciera, efectivamente, a la presidenta. En un primer momento se pensó que se trataba de un error, de un hackeo, de una operación de prensa o de un simple trascendido. Pero no era así: se trataba de una carta genuina y muy a tono con el temperamento presidencial. Es la carta que puede escribir esta presidenta que tenemos.
Llama la atención la insistencia presidencial acerca de su devoción por Darín. Expresa una admiración sin límites por el actor, que incluye una confesión expresa de “cholulismo”. La presidenta parece reprocharle a su crítico su falta de reciprocidad ante tanta valoración. Una suerte de “Yo te adoro y vos me criticás”. Forma parte de su estilo, profundizado a partir de su viudez aunque serguramente su refuerzo y reiteración provenga del consejo de sus prolijos asesores: mostrarse como una mujer amable y dulce que es atacada injustamente por gente mala, sin reparar en sus padecimientos ni en la ardua tarea que tiene a su cargo.
La exhumación de una causa judicial contra Darín de 1991, ya prescripta, relativa a la adquisición fraudulenta de una camioneta, es otro componente permanente del estilo del Ejecutivo. “Vos me criticás a mí pero tampoco sos trigo limpio”, parece querer decir. Añadió que sólo ella y su familia son investigados mientras hay políticos, funcionarios y jueces de los que nadie se ocupa. Un argumento similar al utilizado por Felisa Miceli: “A mí me condenan por sólo 100.000 pesos y hay gente involucrada en desfalcos mayores, que es sobreserída”.  
En ese punto, la presidenta pareció acordarse de su enemigo íntimo, Daniel Scioli, y no pudo contenerse de incluirlo en su amarga queja epistolar. Informó que el gobernador de Buenos Aires conserva sus ahorros en dólares, con probable ánimo de señalarlo como alguien poco patriótico por elegir la moneda imperial y desconfiar de la nacional. ¿Qué tenía que ver Scioli en todo esto? Aparentemente, nada. Sólo que la furia, cuando se desata, en su trayectoria errática, no parece reconocer límites y atraviesa paredes insospechadas e inopinadas. (Después de todo, que Scioli conserve sus ahorros en dólares es una muestra de su racionalidad en materia de administración de sus propias finanzas y de rebeldía respecto de la antigua orden presidencial de pasarse a pesos).
La presidenta se enfurece cuando alguien tiene el atrevimiento de poner en duda su honestidad en el manejo de los fondos públicos. Ella debería recordar, entre tantos hechos dignos de investigación, que su marido se valió de su condición de presidente para adquirir tierras municipales a precio vil, que vendió dos años después por un monto sideral, con una ganancia de varios millones de dólares. También debería recordar que todas las denuncias en su contra fueron rápidamente desestimadas por la justicia, que en ese momento gozaba de su plena confianza.
Con el rumbo que la realidad está tomando, el probable que el enojo presidencial encuentre nuevas fuentes para alimentarse. Puede vislumbrarse un año con abundancia de cartas y discursos de tono enojoso.





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