jueves, 10 de enero de 2013

(Casi) todos queremos a Messi. Por Gonzalo Neidal

Todo resultó previsible y ciertamente obvio. Que Lionel Messi gane nuevamente el mayor premio que se le otorga a un futbolista profesional, se ha tornado una información carente de sorpresa.

Hemos visto jugar a Pelé. En TV, sólo en la final del Mundial de México, ya en su atardecer. Se agregan algunos fogonazos de filmaciones recortadas y tacañas, de los tiempos del celuloide. Lo recordamos por las dos finales con Boca en la Copa Libertadores de América de 1962/63, nos quedan algunos relatos de la Copa de las Naciones, que ganó Argentina y donde Mesiano lo volvió loco. Y lo hemos visto jugar en vivo en la cancha de Talleres, también en los sesenta, cuando los de Barrio Jardín perdieron 1-2 contra el Santos.
Pensábamos que Pelé era el más grande de todos.
Luego vimos a Maradona. En Argentinos Juniors y en Boca. En la selección, en el Barcelona y, sobre todo, en el Nápoli. Ya la TV nos permitía disfrutar de las repeticiones, las cámaras lentas y la diversidad de ángulos. También lo vimos en directo, en Córdoba, jugando para Boca por los puntos en el Chateau.
Pensábamos que jamás veríamos a alguien jugar de ese modo al fútbol.
Pero llegó Messi.
Nacido en la Argentina pero jugador español de toda la vida, acaba de ganar su cuarto Balón de Oro consecutivo superando a cualquier otro jugador de que se tenga memoria. Integra un equipo de otro planeta y se luce al lado de jugadores como Xavi e Iniesta, habitantes del más encumbrado Olimpo de este deporte. Con 25 años, rompe records como quien toma un vaso de agua. Ha ganado todo lo que un futbolista puede aspirar a ganar: copas locales, del Rey, de Europa y del Mundo, a nivel de clubes.
Pero tiene una materia pendiente e imperdonable: no ha ganado aún ningún Mundial de Fútbol. Y esta es una mancha que una franja de argentinos no le perdona.
Pero no sólo eso: se lo enrostra malamente. Se lo reprocha. Recorriendo las redes sociales y los comentarios a diarios y revistas que informaban sobre su cuarto galardón consecutivo, hemos encontrado comentarios increíbles. No realizados por extranjeros sino por… argentinos.
Con el paso de los años, los reclamos se van achicando. Ya no se le reprocha, por ejemplo, que juegue bien en el Barcelona y mal en la Selección. Ahora, cada partido, Messi es el mejor jugador del equipo nacional.
Ya no se le pide que conquiste galardones internacionales, pues ya los sumó todos.
Ni que, en la Selección, transpire la camiseta o “se ponga el equipo al hombro”, porque también lo hace.
Ahora se le pide que gane un Mundial. ¡El de Brasil!
Si no lo hace, Messi retrocederá los suficientes casilleros como para merecer ser considerado un jugador mediocre, según este estricto concepto.
No sirve que uno pueda explicar que, hasta ahora, Messi jugó sólo un Mundial, el de 2010. Porque el de 2006 lo miró desde el banco de suplentes.
Por supuesto, sería una tontería pretender unanimidad en algo en que entra en consideración el gusto. Perfectamente uno puede cruzarse con gente a la que no le guste La Gioconda o Lo que el viento se llevó o Borges o Les Luthiers. Y que prefieran a Dalí, a alguna película como Viernes 13 y el humor de Jorge Corona.
Pero a Messi no se lo desdeña ni se lo ignora: se lo ataca.
Se lo acusa.
Se lo imputa.
Y, si uno observa bien, puede darse cuenta que se lo ataca… en nombre de Maradona. Se lo compara con Diego y se lo descalifica.
¿Para qué compararlos?
¿Es obligatorio hacerlo?
¿No podemos disfrutar de los dos, cada uno en su momento? ¿Para qué elegir a uno u otro si podemos quedarnos con los dos?
Pero, como fuere, Maradona ya no juega. Sólo dirige. Por así decirlo. Y, como DT, no ha logrado pergaminos equivalentes a su paso como jugador. No todavía, al menos.
Curiosamente, lo que parece no gustar de Messi es su bajo perfil. Su amabilidad. Su ausencia de rencor o de bronca. Su cara de felicidad exenta de resentimiento. Su sonrisa cada vez que hace un gol. Su distancia del odio. Su mirada del fútbol como un juego, no como guerra.
Ojalá que Messi y sus diez compañeros de equipo logren ganar el Mundial de Brasil.
Todavía falta mucho. Hay que clasificar, entre otras cosas.
Pero, si lo hace, ya encontraremos otros temas para reclamarle.
Por ejemplo, que le haga un gol con la mano a Inglaterra.
O que le dé agua sedante en un bidón a Dunga.
O que tome una medicina equivocada en pleno mundial.
Porque, digamos la verdad: así como es, Messi nunca terminará de gustarnos del todo.


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