sábado, 5 de mayo de 2012
Un tren de frente. Por Daniel V. González
La
economía argentina enfrenta, entre varios, un problema largamente anunciado. El
gobierno no lo menciona y si algún crítico llegara a osar mentarlo, rápidamente
es refutado con desdén impregnado de alusiones al patriotismo, al 54% de votos
obtenidos en la última elección o bien a la preeminencia de la política sobre
la economía.
Ese
problema es el tipo de cambio. O la inflación, según cómo se mire.
Es
como si allá a lo lejos visualizáramos un tren que viene en nuestra dirección y
nosotros no atinamos a movernos de dónde estamos parados: en medio de las vías.
No se trata de un peligro inminente, podrá decirse. Tenemos tiempo para pensar
y reaccionar, podría alegarse. Pero el tren continúa
su marcha hacia nosotros.
Uno
de los problemas que la convertibilidad no pudo resolver fue el tipo de cambio
a largo plazo. Se necesitó atornillarlo con un esquema de Caja de Conversión a
fines de poder frenar de una vez por todas a la maldita inflación, que
amenazaba con destruir la economía y el tejido social en su conjunto. La
solución encontrada fue drástica y poseía una rigidez poco recomendable. Pero
fue la única que se encontró a mano después de haber probado todas y cada una,
bajo gobiernos militares, radicales y peronistas. Todas habían fracasado
rotundamente. De ese fracaso nació la convertibilidad.
Se
estableció una paridad cambiaria fija: 10.000 australes por cada dólar. Luego,
con el cambio de moneda quedó establecida la impactante fórmula del uno a uno.
Un peso equivalía a un dólar.
Y
la fórmula fue exitosa. Pudo dominarse la inflación y recibir las ventajas que
la estabilidad lleva implícita: la recuperación del crédito, la mejora del
clima de negocios, la recuperación del presupuesto nacional, la posibilidad de
calcular el rendimiento de una inversión, etcétera.
Pero
no podía durar para siempre. Eso supondría que nuestra productividad tendría
que moverse pari passu la de Estados
Unidos y los principales países desarrollados. Suponía también una cierta
disciplina fiscal.
El
tipo de cambio de la convertibilidad siempre fue objetado por ser considerado
bajo. Inapropiado para favorecer las exportaciones. Sin embargo, las ventas al
exterior se triplicaron durante los años de la convertibilidad.
Tras
el estallido, sobrevino un dólar a tres pesos, luego de algunos vaivenes. El
tipo de cambio alto, se sabe, estimula las exportaciones y, al encarecer las
compras al exterior, protege a la industria local y crea condiciones sumamente
favorables en la balanza comercial. Como, además, los precios de nuestros
bienes de exportación subieron a niveles insólitos, vivimos durante muchos años
en el mejor de los mundos.
Hasta
que nos visitó la inflación.
Y
entonces, todo empezó a cambiar.
Al
regresar, la inflación comenzó a devorarse nuestra ventaja cambiaria que, hasta
ese momento había sido señalada como uno de los pilares del “modelo”. Antes de
ser embajador, Aldo Ferrer insistió hasta la afonía acerca de la imperiosa
necesidad de un tipo de cambio que él denomina “competitivo”. El atraso
cambiario comenzó a erosionar la ventaja que habían logrado los exportadores.
En especial, los que comenzaron a perjudicarse fueron los industriales pues el
sector agrario argentino cuenta con márgenes de rentabilidad holgados gracias a
sus ventajas comparativas, algunas naturales y otras adquiridas por desarrollo
de técnica y tecnología. Además, los precios de los productos agropecuarios se
recuperaron y el tipo de cambio oficial, en los últimos cuatro años (desde la
crisis del campo), ha mejorado casi un 50%.
Son
los industriales los que sufren para exportar.
Mientras
tanto, la inflación sigue a un ritmo sostenido de entre el 20 y el 30% anual,
con lo cual el tipo de cambio continúa su deterioro inexorable. En tanto, el
gobierno se niega a reconocer la existencia del problema y toma medidas donde
la prolijidad está ausente.
Pero
el tren continúa su marcha y crea un duro dilema al gobierno. Si decide
devaluar, es decir, convalidad la inflación real registrada en los últimos
años, entonces volverá a echar nafta en la llama ya robusta del proceso
inflacionario en marcha.
Si,
por el contrario, resuelve no hacer nada al respecto salvo los débiles intentos
de evitar que los aumentos salariales se disparen, continuará sumando presión a
una caldera que, más tarde o más temprano, irá hacia una explosión inevitable.
En
cierto modo, se trata de un dilema similar al de la convertibilidad, aunque el
gobierno disponga de un grado mayor de flexibilidad formal, pues no existe ley
alguna que le impida maniobrar con el valor de la moneda extranjera.
Mientras
tanto, ya existe un dólar paralelo (llamado pudorosamente “blue”) y un dólar
que permite sacar las divisas del país, denominado “contado con liqui”. Este
último ha llegado ya a 5,63, muy lejos de los 4,40 de la cotización oficial.
Todos
miran al gobierno esperando que haga algo al respecto. ¿Podrá evitar la
eclosión?
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