martes, 15 de febrero de 2011

Antiimperialismo al estilo Brancaleone. Por Daniel V. González (@danielvicente)


La derivación que ha tomado el incidente del avión estadounidense parece propia de una comedia bélica del tipo de la Armada Brancaleone o MASH, más que un episodio de diplomacia rutinaria entre países civilizados.

Si quisiéramos rastrear el punto de partida del incidente tendríamos que remontarnos probablemente a varios años atrás. En noviembre de 2005 cuando en ocasión de la Cumbre de las Américas realizada en Mar del Plata, Néstor Kirchner tuvo una brillante idea: fomentó la organización de un acto de repudio a su invitado, el presidente de los Estados Unidos, George Bush. Para congraciarse con la tribuna “progre” y creyéndose muy pícaro, Néstor propició y financió un acto anti-Bush liderado por Hugo Chávez y en el que hablaron, entre otros, Luis D’Elía y Maradona.


Bush decidió abandonar abruptamente la Argentina y realizó una visita fuera de programa al Brasil, donde viajó acompañado por Lula Da Silva, que también dejó la reunión. Lula hacía ya varios años había dejado de lado el discurso antiimperial de tinte universitario para imbuirse de un realismo político más propio de estadistas. El presidente del Brasil ejerció desde el poder una política madura hacia los Estados Unidos, no exenta de enfrentamientos diplomáticos y rispideces, cuando entendió que fueron inevitables para defender el interés nacional de Brasil.

Mientras lo de Kirchner fue una payasada altisonante, inconsistente y ofensiva conforme a las normas de cualquier protocolo que rige las relaciones entre países soberanos, la actitud de Lula de acompañar al presidente de los Estados Unidos a una visita por Brasil, fue una nota de realismo y de ejercicio claro de liderazgo sudamericano. Mientras Kirchner delegaba las relaciones internacionales en Hugo Chávez y en Luis D’Elía, Lula da Silva la ejercía en persona, con un mensaje claro de confiabilidad hacia los Estados Unidos y el mundo.

Luego llegó el acto de asunción de Obama al que Cristina, ya presidente, decidió no concurrir. Más aún, simuló una enfermedad que le valió postergar un viaje programado a Cuba para hacerlo coincidir con la ceremonia de asunción de Barack Obama. No sólo eso sino que además, ya en Cuba, Cristina se encargó de aclarar, por si alguien abrigaba dudas, que no era casual su presencia en la isla al momento de la ceremonia en los Estados Unidos, sino que era una decisión política premeditada para demostrar quienes son los amigos políticos de Argentina y quienes no.

Tanto anti imperialismo “fubista”, de todos modos, va acompañado por el pedido de reconocimiento a los Estados Unidos, reiteraciones de solicitud de entrevistas con el presidente, reclamos de visitas, pretensión de un trato diplomático respetuoso y jerarquizado, etc. Tanto fervor antiyanqui setentista para alimentar a la muchachada del progresismo, sin embargo, fue la contracara de una genuina indignación de amante despechada provocada por la decisión de Obama visitar Brasil y Chile, obviando a la Argentina.

Esa decisión no podía asombrar al gobierno argentino, que siempre se mostró, al menos en los discursos, en condiciones de prescindir de la amistad norteamericana. Sin embargo, fue tomada como una afrenta de lesa humanidad y a partir de ahí comenzó a actuar nuestro canciller, Héctor Timerman, persona que a todas luces no está dotada para el cargo que ostenta y al que, incluso, pareciera faltarle algunos caramelos en el paquete.

Digamos de paso que Timerman es un reciente abonado a esto del anti imperialismo: durante los años de plomo dirigió un diario que apoyaba a la dictadura militar, al igual que su padre lo hizo desde La Opinión.

Pero ese pasado no amilanó a nuestro canciller que diseñó un ingenioso plan para forzar una venganza por el atrevimiento de Obama de no visitarnos. Primero, denunció que el gobierno de Macri enviaba miembros de la Policía Metropolitana a recibir cursos “para torturar” dictados por instructores norteamericanos. No tuvo la precaución de informarse bien: también la Policía Federal y la Bonaerense enviaban gente al mismo curso. Luego, en los ratos libres que le deja su pelea por Twitter con Luciana Salazar, Timerman decidió realizar una minuciosa requisa de un avión norteamericano que traía diversos elementos, armas y pertrechos para realizar en la Argentina un curso previamente acordado con el gobierno nacional.

Si Cristina decide este ridículo enfrentamiento diplomático con los Estados Unidos es porque cree que esto le suma puntos para la campaña electoral por la reelección. Pareciera que, asesorada por el núcleo duro del progresismo (Verbitsky, Garré, Zanini, Página 12), Cristina se aferra a los presuntos beneficios de presentar un perfil combativo contra Estados Unidos, en sintonía con Hugo Chávez e incluso con Fidel Castro.

Una rápida mirada al gabinete de Cristina nos muestra un panorama desolador. No sólo las relaciones internacionales están en manos de alguien carente de la formación y del equilibrio emocional imprescindibles para este cargo sino que, además, hay personajes como Garré (que niega la inseguridad), Aníbal Fernández (que niega la inflación) o Florencio Randazzo para quien los mil kilos de droga fueron cargadas en Cabo Verde.

La situación, en consecuencia, no se presenta brillante para el gobierno. Este chisporroteo con los Estados Unidos procura también sacar de las primeras planas de los diarios la derrota sufrida por la detención del gremialista Venegas, a quien se vieron obligados a liberar a las pocas horas de detenido.

Pero siempre resulta gravoso borrar una torpeza con otra mayor.

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