jueves, 25 de febrero de 2010

Pasado y futuro del discurso político. Por Eduardo Fidanza


En enero último, Carlos Reymundo Roberts hizo en este diario un sagaz retrato de la mise en scène de los discursos presidenciales. Con el título "La señora del micrófono", el periodista señaló tres características de éstos. Primero, que dividen el mundo entre las fuerzas del bien y las del mal; segundo, que son dirigidos a interlocutores que no están presentes en el lugar (Roberts dice refiriéndose a quienes asisten a los actos: "La señora los mira, pero no los ve"), y, tercero, que los funcionarios que acompañan a la Presidenta toleran cada vez menos sus gestos y palabras. Roberts agrega que a Cristina Fernández le gusta desempeñar ese rol y repetir machaconamente su visión del mundo, a despecho de escándalos, crisis y caída en los sondeos.
Le sumaría a esta pintura un dato más: la Presidenta no convence y se está quedando políticamente aislada. Apenas su marido y algún emisor ocasional de mensajes peleadores la acompañan. El resto de los representantes del oficialismo (y el conjunto del peronismo) anhela un futuro con más pluralidad y menos declamación querellante. En rigor, y off the record , ellos creen que la guerra contra el mal es insensata y, además, está perdida.
El punto adquiere interés, porque Cristina agrega cada día un torrente agresivo a la afligida actualidad. Es como si quisiera torcer el destino llamando perros o buitres a sus adversarios. Tanto empeño lleva a reflexionar acerca del significado de ese mensaje, y de su encuadre en el discurso político en general y en la larga tradición discursiva del peronismo.
Pero no se trata sólo de palabras. La semiótica moderna ha cuestionado la premisa res non verba . Ella nos enseña que las palabras y los gestos, los énfasis y las entonaciones tienen la misma significación y rotundidad que cualquier otro hecho colectivo.
Consagrados analistas sociales, como Silvia Sigal y Eliseo Verón, y jóvenes investigadores que siguen sus huellas realizaron análisis del discurso peronista que abarcan todo su ciclo histórico, desde 1944 hasta la actualidad. Una relectura de esas contribuciones quizá pueda iluminar las escenificaciones presidenciales y anticipar los rasgos del discurso político por venir.
Eliseo Verón puso las bases de este tipo de estudios en la Argentina. Apoyado en los avances de la semiótica francesa, desarrolló y aplicó herramientas teóricas para analizar el discurso de los políticos. Junto con Silvia Sigal, escribió el brillante libro Perón o muerte . Los fundamentos discursivos del fenómeno peronista , considerado hoy un clásico en la materia.
De los aportes de Verón resaltaré uno, considerado clave para interpretar el texto político. Es la distinción entre enunciado y enunciación. Un enunciado es equiparable, hasta cierto punto, a los contenidos de un discurso. La enunciación, en cambio, es el modo en que se enfatizan y modulan los contenidos. Es posible comunicar las mismas cosas de maneras muy distintas. Por ejemplo, afirmar: "¡Esta es la verdad!", no es igual que decir: "Creo que ésta es la verdad", y, sin embargo, el contenido es similar. En el nivel de la enunciación se construye la relación del que habla con lo que dice y con aquellos a quienes se dirige.
Mirar a los interlocutores sin verlos, hablarles con palabras que no son para ellos, como observa Roberts a propósito de Cristina, es una forma de enunciar. Los tópicos del discurso pueden asemejarse, pero el tipo de vínculo y la escena generados son diferentes.
Una contribución complementaria de Verón aclara las modalidades discursivas del poder. En un artículo de referencia ineludible, titulado " La palabra adversativa e_SDRq , diferenció tres receptores de los discursos políticos: el "prodestinatario", que es el que comulga con las ideas del líder; el "contradestinatario", que es quien se le opone, y el "paradestinatario", que es aquel que no toma posición o está indeciso. Cada uno de ellos reclama una enunciación diferente: al que apoya debe reforzársele la creencia; al que se opone debe combatírselo, y al indeciso, persuadírselo.
Con recursos analíticos de esta naturaleza, Sigal y Verón argumentaron algo polémico, pero iluminador, en Perón o muerte... : el peronismo no es una ideología, sino una forma de enunciación. Esa enunciación se caracterizó inicialmente por: a) "un modelo de llegada": Perón llega desde el cuartel al Estado, poniéndose por encima de cualquier partidismo para salvar a la Patria; b) una relación afectuosa pero distante con el pueblo, cuyo rol se limitará a tener confianza en el líder e ir "del trabajo a casa y de casa al trabajo"; c) una crítica a la política partidaria, juzgada culpable de la degradación social, y d) una descentración del adversario, al que sólo le queda el lugar de la impertinencia antipatriótica.
En el discurso de Perón, el advenimiento del líder para redimir a la sociedad equivale a un "momento fuerte" de su devenir, que en el origen le tocó protagonizar a San Martín y luego a otros patriotas. La Argentina que evoca Perón recae, cíclicamente, en momentos fuertes, críticos, que requieren un líder salvador. Eso implica, según interpretan Sigal y Verón, la supresión de la historia y el vaciamiento de la política: el tiempo que transcurre entre los momentos fuertes carece de significado.
Los temas de Perón reaparecen, con matices, en el discurso de Menem y Kirchner. Como ha mostrado el politicólogo Hernán Fair, Menem retoma la enunciación del fundador del movimiento al colocarse por encima de las pasiones partidarias y apelar a la unidad nacional para sacar al país del caos. Su pragmatismo no es distinto del de Perón: Menem lo llama, con severidad, "cirugía mayor sin anestesia", pero está al servicio de revertir la crisis económica y restituir el orden y el bienestar perdidos. Los que no entiendan esa terapia se convertirán en adversarios.
En esta serie, el discurso kirchnerista se acerca y se aparta del de Perón. Como éste, Kirchner también llega desde otro lugar: es un pingüino venido del Sur. Cuando llama a la transversalidad o, en raras coyunturas, apela al conjunto de los argentinos, roza a Perón. Y se aleja de él cuando el enfrentamiento con los contradestinatarios absorbe todas sus energías discursivas hasta convertirse en el motivo excluyente de la enunciación. La joven investigadora Ana Montero condensa muy bien este rasgo, al decir que el discurso kirchnerista "está absolutamente habitado por las voces de sus adversarios".
Resta considerar el tema de las fronteras. Toda facción política, dirán los analistas de discursos, debe trazar una línea para diferenciarse de sus oponentes. Con decisivas gradaciones, en política siempre hay una pugna entre "ellos" y "nosotros". El abuso de esta distinción es un rasgo de nuestra historia, que Perón intentó subsanar cuando agónicamente declaró que para un argentino no puede haber nada mejor que otro argentino. A su modo, Alfonsín, Menem, De la Rúa y Duhalde respetaron ese precepto.
Los Kirchner, en cambio, parecen haber vuelto a la extrema polarización. Sin más violencia que la verbal, lo que es un logro, pero impidiendo cualquier forma de negociación o acuerdo. Como se ha dicho tantas veces, los inspira un ethos setentista. En ese punto son infieles al último Perón y al espíritu, no a la letra, de la democracia. Como los ideólogos de la JP de los años 70, enuncian desde la latitud de la discordia eterna. Desde el lugar trágico donde se excluye al "otro".
La sociedad argentina ya no quiere ese texto. Ni en el gobierno ni en la oposición. Rechaza las peleas, los personalismos y las profecías catastróficas. Por eso, los dirigentes que encarnan tales actitudes están perdidos. El ocaso del estilo querellante abre la puerta al porvenir. Y a las inquietudes. ¿Cómo será el discurso político del futuro? ¿Cómo enunciará el poder después de los Kirchner? ¿Cuáles serán sus contenidos y modulaciones? ¿Qué tipo de frontera trazará para diferenciarse?
Es probable que algunas respuestas estén condicionadas por el modo en que concluya el ciclo Kirchner. Si termina con normalidad, se evitará un nuevo "momento fuerte", de los que habilitan las tentaciones discursivas de refundación, excepcionalidad y redención. Por desgracia, muchas presidencias empezaron así en nuestra historia. Los Kirchner no se explicarían sin la crisis de principio de siglo.
Seamos, no obstante, optimistas. Supongamos que, con tensiones y sobresaltos, llegaremos a 2011 en paz. El electorado obligará entonces a sus nuevos gobernantes a la prudencia y el diálogo. Estas virtudes germinan ya en muchos miembros responsables de la oposición y del Gobierno. Principalmente en el Congreso, al que hay que mirar con esperanzada atención. Por otro lado, la comparación con Chile y Uruguay está calando en la dirigencia mucho más de lo que se puede mensurar. La vergüenza y la sana envidia hacen su trabajo. Horadan la piedra con tenacidad.
Sugiero un par de ideas. El nuevo discurso político debería evitar la exclusión. No será bueno ser espejo del régimen anterior. Por eso, si se rescataran aspectos de la gestión Kirchner sería un avance enorme. Insólito. Después, tendría que retomarse la tradición discursiva del consenso, sin sobreactuaciones, porque la política es lucha, pero asumiendo que los problemas que se deben enfrentar obligarán a mediaciones frecuentes.
Por último, pero no lo último: es urgente volver a la historia. Habrá que trazar una nueva frontera que ponga al país dentro del sistema mundial, entendiendo que el capitalismo, aun con todas sus fallas, es, hasta nuevo aviso, el modo realista de progresar.

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