jueves, 11 de febrero de 2010

El circuito virtuoso de las cuatro íes. Por Daniel Montamat





La organización económica argentina está en crisis. Tras décadas de declinación relativa, ya no puede disimular las lacras de la pobreza, la indigencia y la marginalidad. La política económica de los últimos años dinamitó los cimientos del crecimiento económico sostenido, condición necesaria de todo programa de desarrollo económico y social. Información, incentivos, inversión e innovación retroalimentan un proceso decisorio clave en la generación de riqueza y trabajo. Los programas económicos de izquierda y de derecha (desde José "Pepe" Mujica hasta Sebastián Piñera) se cuidan de inhibir este circuito. Circuito que nunca entendieron los planificadores centrales al estilo soviético, ni los improvisadores populistas del capitalismo corporativo.
Hoy el Indec nos desinforma. Quiere hacernos creer que durante 2009 la economía argentina no tuvo recesión, que la inflación es la mitad de la que experimenta el bolsillo promedio de los argentinos, y que los pobres que vemos a diestro y siniestro tampoco son demasiados.
La información viciada del Indec contamina todo el sistema económico y contribuye a desarreglar más el sistema de incentivos, ya distorsionado por los controles de precios y por el festival de subsidios. Con esas señales e incentivos, ¿dónde invertir? En un extremo, lo más lejos que se pueda de la discrecionalidad del Gobierno, y, en el otro, donde señale el Gobierno bajo el estímulo de tratos especiales.
Como la discrecionalidad rompió las compuertas e inundó todo, la inversión privada se redujo y la inversión pública debe sustituirla hasta donde puede, con el riesgo de llegar tarde y mal. La tasa de inversión actual es insuficiente para sostener tasas de crecimiento del 5% del producto, y el proceso de inversión tiene mucho de arbitrario y de orientación rentística como para promover la innovación. La innovación, producto del conocimiento y la tecnología, es la única que apuntala la productividad total de los factores en el largo plazo, y las ganancias de productividad son las únicas que pueden asegurar empleos calificados y salarios dignos.
Como se ve, empezando por información viciada y distorsiones de precios, el circuito termina paralizando la inversión y la capacidad de innovar. Todo en aras de promesas incumplidas y espejismos de corto plazo, como el Fondo del Bicentenario.
Cuando una economía funciona correctamente genera información sobre las preferencias de los consumidores, así como soluciones a la producción. Tal información, que se manifiesta en forma de precios y decisiones de compra, se transmite de tal modo que en ese momento se crea un incentivo y se organizan los medios para corresponder a esa señal. Mi gasto en pesos al realizar una compra se convierte para el proveedor en el medio de cubrir el costo de ofrecer el bien y obtener un beneficio. Si el beneficio es desmedido puede que esté abusando de una posición monopólica o de una asimetría informativa, pero la corrección de esta falla requiere controles basados en más y mejor información.
La información y el incentivo orientan la inversión además de financiarla. Con el tiempo, y el acompañamiento de políticas que vertebren educación, tecnología y producción, también estimulan, guían y seleccionan las innovaciones que mejor satisfacen los deseos de los consumidores internos y externos.
Por supuesto, el esquema idealizado constituye una simplificación de una realidad llena de imperfecciones, abusos e ineficiencias, y de algunos problemas como las "externalidades", que pueden pasar inadvertidas por completo. Pero las políticas correctivas, incluidos los mecanismos necesarios para redistribuir ingreso e igualar oportunidades, nunca deben operar como inhibidores del circuito de las cuatro íes. Si lo hacen, terminan gestando las causas de un futuro colapso económico.
La Unión Soviética intentó durante décadas organizar la economía sustituyendo el circuito información-incentivos-inversión-innovación por el plan central y las unidades de producción. Durante algunos años las tasas de crecimiento de las asignaciones planificadas de recursos y el camino forzado a la industrialización sedujeron a algunos y engañaron a muchos. Se puede conceder que la economía soviética fue eficaz para dirigir esfuerzos físicos descomunales en pos de objetivos prefijados para ser alcanzados, pero la economía del mandato fracasó frente a los problemas del cambio y la innovación a largo plazo. Cuando el coloso mostró sus pies de barro e implosionó, los resultados del síndrome de las cuatro íes quedaron estereotipados en aquella chanza descriptiva del desengaño de la planificación centralizada: "Ellos fingen que nos pagan; y nosotros simulamos trabajar". Nada más alejado de un sistema eficiente de incentivos.
Pero como enseña Baumol ( Good Capitalism, Bad Capitalism, and the Economics of Growth and Prosperity ), el capitalismo "malo", que él denomina "capitalismo oligárquico", también inhibe con arbitrariedad y favoritismo el proceso de información-incentivo-inversión-innovación detrás de objetivos de un poder concentrado, autocrático y consustanciado con un estrecho núcleo de intereses dominantes. La organización económica se vuelve rentista y cada vez más desigualitaria. El capitalismo oligárquico también alimenta las causas de su propio fracaso.
¿Por dónde empezar el cambio? Empecemos por volver a tener información económica confiable. La sociedad y la clase dirigente en su conjunto reclaman un nuevo instituto de estadística oficial. Ya no sirven los parches ni las promesas. La mentira oficial no puede quedar institucionalizada. Allí hay que dar una señal contundente.
Hay que remontar las distorsiones de precios de la economía, porque de lo contrario todos los incentivos operan mal. ¿Por qué en todos estos años de petróleo caro y fuerte dependencia de la energía fósil no se invirtió en proyectos de energía alternativa? Porque por controles y retenciones tuvimos "pisados" los precios de la energía fósil. La demanda, entonces, consumía más energía fósil, y a los inversores no les cerraban las cuentas para ofrecer energía alternativa.
¿Por qué desde el atril se despotricó una y otra vez contra el "yuyo" maldito y, sin embargo, somos cada vez más sojadependientes? Por los incentivos que genera el sistema de precios, las retenciones y los permisos de exportación que rigen el sector.
¿Por qué nos hemos consumido el 50% del stock de reservas probadas de gas natural sin reponerlas? Porque el congelamiento de precios y tarifas y los redireccionamientos de la oferta hacia determinados consumos incentivaron a los productores a sobre-explotar lo que estaba en producción y hacer mínima exploración para reponer reservas. ¿Son perversos? No, deciden su inversión guiados por las señales de precios distorsionados, y los incentivos que éstos traducen junto con la incertidumbre de reglas y estrategia de largo plazo.
La inversión acumulada bruta cayó el año pasado un 13% respecto de 2008. Representa el 19% del producto, cuando en los mejores años alcanzó el 22%. Las tasas ocultan que hay mucha inversión pública que está sustituyendo inversión privada. Pero las cifras también ocultan la eficiencia con la que se asigna la inversión, como consecuencia de los problemas de información y de incentivos (además de los premios y castigos políticos). Si a un bajo nivel de inversión le adicionamos un bajo nivel de calidad, condenamos el aparato productivo al estancamiento, y al conjunto de la sociedad a un deterioro sistemático del nivel de vida.
La cadena de valor agropecuaria fue ejemplo de innovación hasta que el síndrome que nos afecta la paralizó. Combinando tecnologías blandas y duras duplicó la producción en 10 años: de 50 a 100 millones de toneladas de granos.
Hoy se debería estar investigando con el apoyo de las políticas públicas un nuevo escalón de productividad. El país debería estar analizando, con Brasil, una estrategia común para convertir la proteína vegetal en proteína animal y biocombustibles. La información externa y los incentivos de afuera constituyen sendos estímulos para invertir e innovar. Pero la economía populista se da de bruces con las cuatro íes. Es tiempo de sustituirla por una estrategia de desarrollo económico y social.
El autor es doctor en Ciencias Económicas, en Derecho y Ciencias Sociales.

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