martes, 7 de julio de 2009

Francisco de Narváez o el pecado de ser rico. Por Rolando Hanglin


A esta altura del partido, no hace falta ser un lince para discernir ganadores y perdedores entre los protagonistas del comicio del 28 de junio.
Todos los observadores coinciden en que Néstor Kirchner y su señora, la presidenta de la Nación, salieron dañados del episodio. También dicen que Hermes Binner no consiguió su objetivo (posicionarse como presidenciable) y algunos reconocen que la Señora Elisa Carrió, a pesar de todos los pesares, logró su objetivo de fondo, constituyéndose en jefa de la primera minoría del país. Gabriela Michetti, la encantadora candidata del Pro, obtuvo menos votos de los que podían esperarse. Sacó un 7, no un 10. Tampoco se lució Juan Schiaretti.

Hay unanimidad en la nónima de los ganadores: Francisco de Narváez, joven vencedor del distrito más difícil (la Provincia) enfrentando al núcleo duro del kirchnerismo, con Néstor y Scioli a la cabeza. Pero también el propio Mauricio Macri, Felipe Solá, Eduardo Costa, Julio Cobos, Luis Juez, Mario Das Neves, Carlos Reutemann, Fernando "Pino" Solanas.
Sin entrar en honduras propias de avezados analistas, quisiéramos observar por un momento la figura de Francisco de Narváez. Hace sólo 5 años era un desconocido político, el heredero de la legendaria Casa Tía, un muchacho de buena familia, casado con una modelo exquisita: Agustina Ayllón. A Francisco le picó el bichito de la política y se lanzó de cabeza a un espacio ubicado entre el peronismo y Mauricio Macri, es decir al centro.
Tenía muchos inconvenientes. Primero: no lo conocía la gente, como sí se conoce a Hugo Moyano o a Ricardo Alfonsín o a la Sra. Carrió. Era un recién llegado. Y para colmo nacido en el exterior (Colombia) lo que desde ya lo excluía de cualquier aspiración presidencial. Su techo es la gobernación de la provincia de Buenos Aires.
Francisco arremetió, decidido a ganarse un lugar. Lo hizo con recursos actuales: Internet, una imagen sonriente, frases cortas de efecto seguro y afiches de todos los colores y formatos. Se instaló. Naturalmente, invirtió en esta misión una millonada de dólares.
Cabe decir que muchos otros políticos han realizado campañas carísimas en la Provincia: sin ir más lejos, el propio Néstor Kirchner. Quien debe ser contabilizado también a la hora de enumerar a los políticos ricos, ya que tienen una holgada posición económica es el propio Néstor y otros hombres como Fernando de la Rúa, Carlos Menem o los hermanos Rodríguez Saa. Al mismo tiempo, ha habido siempre políticos sin plata como Alvaro Alsogaray (supuesto vocero de los "grandes intereses", Raúl Alfonsín, Arturo Frondizi, Rogelio Frigerio, José Ignacio Rucci, César Jaroslavsky).
En fin: la verdad es que no es ningún mérito ser pobre, ni tampoco una vergüenza ser rico. Hay hombres que tienen capacidad para los negocios (como si dijéramos Eduardo Constantini o Marcelo Tinelli) sin que nadie los trate como a perdularios.
Pero Francisco de Narváez se pasó de la raya. Primero: en lugar de usar plata del pueblo para su costosa campaña, dilapidando dinero que podría servir para hospitales, patrulleros y escuelas, usó la suya propia y metió la mano en (su personal) bolsillo. Esto ya cayó gordo en muchos ambientes autorizados. El político -según los que saben- debe guardar la platita en sitio seguro (Suiza, Emiratos o Islas Caimán) proclamar su amor a los pobres y llorar cada vez que menciona a las villas o los niños sub-alimentados, pero gastar siempre la plata de los demás. Donantes que no tienen domicilio cierto. Benefactores voluntarios o involuntarios, jubilados que juntan su cuotita sin saber a donde van los fondos, en fin. Lo que sea, pero que sea de otros.
Un segundo pecado de Francisco consiste en su aspecto físico: un Pierce Brosnan, joven. El político debe ser barrigudo y escupir al hablar, pronunciando las palabras con errores groseros: "odvio" o "colacsar" son dos buenos ejemplos. Las camisas de Francisco van demasiado ceñidas al cuerpo; se nota que hace fierros y bicicleta fija. Eso no es bueno.
Para colmo, su señora (esperando el sexto hijo) es preciosa y no chilla como una cotorra. Comprenderán los lectores que este es un cuadro grave.
Ya han comenzado los punzantes hombres de prensa a lanzar sus dardos contra Francisco: ¿Cómo es esto de que un tipo, con sólo ser rico, logre ganar la provincia de Buenos Aires? ¿Así nomás, con plata en la mano? Y se lo dicen a Felipe Solá para provocarle envidia y un poquito de odio, ya que Felipe -descendiente de una familia tradicional- no tiene fortuna, del mismo modo que no la tiene Patricia Bullrich, Luro Pueyrredón ni "Pino" Solanas Pacheco, que está emparentado con los Pacheco Alvear pero vendría a ser el pariente pobre. Los astutos periodistas omiten mencionar a otros millonarios de fortuna (en este caso, sí) turbia: sindicalistas con estancia y avión privado, ministros con helicóptero y casa de piedra en el country, ex secretarios de estado que viven en Puerto Madero (donde todo vale 1 millón de dólares) y son viajeros VIP a Miami, sin que nadie sepa sus nombres o méritos.
¡Eso no importa! ¡Hay que caerle con todo a Francisco porque es rico, es flaco, es atlético, tiene una mujer mona y para colmo habla en buen castellano! ¿Qué se habrá creído? ¡Ricachón del diablo! ¿Y encima quiere ser peronista? ¿No sabe que los peronistas somos pobres? Bueno, con algunas excepciones...
El señorito Francisco de Narváez no ha comprendido que la política es una manera de redistribuir la riqueza. El hombre entra a la política pobre como una rata. Luego del "cursus honorum" se hace rico, pero rico en serio, merced a sus muchas obras: rico de jet privado y estancia en el Sur. Y después hace rica también a su señora esposa, a los hijos, los cuñados, los amigos, los simpatizantes. De ese modo, paulatinamente, los pobres se convierten en ricos. ¡Pero qué le importará todo esto al Sr. De Narváez! Es predicar en el desierto...
Si la envidia fuera tiña, Francisco ¡Cuantos tiñosos habría!

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