miércoles, 6 de abril de 2011

Un mundo feliz. Por Daniel V. González


El gobierno nacional vive una situación perfecta. Un mundo feliz. Aunque los militantes kirchneristas se enojan mucho cuando uno se los recuerda, este gobierno –y también el anterior, el de Néstor Kirchner- ha tenido la fortuna de coexistir con una situación económica internacional sumamente particular y extremadamente beneficiosa para la Argentina. La gran novedad de la economía mundial de las últimas dos décadas es el feroz crecimiento económico desencadenado en China y la India, que los ha transformado en fuertes demandantes de materias primas, combustibles y alimentos.


Esta situación ha elevado a niveles inéditos e imprevistos el precio de los minerales, del petróleo y de los cereales y oleaginosas. A partir de 2002, cuando comienza a manifestarse con fuerza este fenómeno, Argentina ha visto multiplicar sus ingresos por exportaciones a niveles insospechados. Esta mejora en el comercio exterior también permitió afrontar con nuevos recursos el crónico déficit fiscal, transformándolo en superávit. El estado nacional ha vivido en los últimos años una situación de holgura fiscal como hacía muchos años no existía en nuestro país. La crónica tendencia al deterioro de los términos del intercambio de nuestros productos, que desvelaba a la CEPAL desde la década del 50, parece haberse derogado para siempre. En efecto, desde 1993 la relación entre los precios de nuestras exportaciones e importaciones ha variado en un 50% a nuestro favor. Y si tomamos como referencia el año 1986, la variación es casi del doble. El precio de los cereales y oleaginosos, importante exportación argentina, se ha duplicado desde 1993 y casi se ha triplicado desde 1999, cuando dejó el gobierno Carlos Menem. Largos años de crecimiento económico y de expansión del gasto público han permitido una mejora indudable en la situación económica a partir de la crisis de 2001. La viga maestra del florecimiento económico de los últimos años ha sido, indudablemente, la situación del mercado mundial, que nos ha beneficiado y nos sigue favoreciendo fuertemente. Sin esta situación favorable, la economía de nuestro país habría sufrido los padecimientos habituales por sus déficits crónicos. La adjudicación al “modelo productivista” de este impulso registrado en la economía era, por supuesto, inevitable. Desde el gobierno se propaló a los cuatro vientos las presuntas ventajas de una concepción económica que, cuanto menos, era inexistente. Curiosamente, el gobierno nacional, que ha sido y sigue siendo beneficiado en forma directa por el fenómeno global, denuesta de él. En efecto, el renovado vigor económico de China e India provino de medidas económicas –en esos países- que generaron un importante y creciente espacio a la iniciativa privada y retiraron al estado de aquellos lugares en que su ineficiencia era probada e inmovilizante. El fortalecimiento del capitalismo en esos países, asentado en la iniciativa privada, los arrojó al mercado globalizado en demanda de insumos para una economía en fuerte crecimiento. Y el gobierno, beneficiado por este combo de creciente ausencia del estado, fortalecimiento de la iniciativa privada y globalización, ha intentado adjudicar a su perspicacia económica estratégica el crecimiento registrado en la Argentina a partir de esta excepcional coyuntura mundial. Ha dicho que su éxito no es una gracia del mundo global sino la consecuencia de la recuperación de algunos principios económicos olvidados pero pertenecientes al peronismo desde sus orígenes. Un gasto público formidable, asentado en los nuevos ingresos extraordinarios y en una presión fiscal sin antecedentes, permitieron hablar de lo decisivo que resulta el “mercado interno”, justamente en un momento en que la gran novedad económica proviene de las exportaciones y el mercado mundial. Un tipo de cambio subvaluado como consecuencia de la crisis de 2001, hicieron descubrir lo sencillo que resulta proteger a la industria nacional encareciendo las importaciones, robusteciendo el precio de los exportadores y reduciendo los salarios locales medidos en dólares. Dólar caro y precios formidables en nuestros tradicionales productos de exportación fueron la clave de la economía de estos años. Ambos hechos engrosaron los ingresos de los productores agrarios y permitieron al gobierno imponer elevados impuestos a las exportaciones (retenciones) lo que significó ingresos extraordinarios para el fisco y la reversión de la crónica situación de déficit del presupuesto nacional. La situación económica era ideal. Vivíamos en un mundo perfecto. Superávits “mellizos” (en el balance comercial y en el presupuesto nacional). Ingresos abundantes, movimiento económico, crecimiento de las principales variables y, como consecuencia, desgranamiento de la oposición política cuyas críticas caían al vacío ante tanta prosperidad derivada de la situación mundial. Todo ataque al gobierno caía en saco roto pues el país crecía, caía la desocupación y el ingreso aumentaba. Muchos economistas y políticos han definido a esta situación internacional favorable como “viento de cola”, algo que empuja a un barco que va en la dirección correcta, algo que simplemente acelera su velocidad en una ruta ya determinada y que conduce al puerto correcto y deseado. No: la situación internacional, que se traduce en ingresos formidables para el país y para el estado equivale, como ya hemos señalado, en una viga maestra sin la cual toda la estructura económica se derrumbaría sin remedio. En consecuencia, la superación de las dificultades externas (superávit comercial) y de las restricciones presupuestarias (superávit fiscal) no han sido la consecuencia del hallazgo de una política económica genial e inédita, como pretende el kirchnerismo, sino la consecuencia de los dos hechos ya señalados: la devaluación del 200% al momento de la quiebra de la convertibilidad y la suba de los precios internacionales de los productos que Argentina exporta. La abundancia de recursos es lo que ha permitido al gobierno recuperarse tras la crisis del campo en 2008 y la derrota electoral de junio de 2009. Adicionalmente, la captación de los fondos de la AFJP y la utilización de las reservas del Banco Central han expandido el consumo fuertemente, hecho que hace vivir a los argentinos una sensación de prosperidad, (apelamos a la imagen del filósofo Aníbal Fernández) que no encuentra sustento sólido en la tendencia de algunas variables económicas asociadas al crecimiento a mediano y largo plazo. Así, pese a la situación económica favorable que se prolonga a lo largo de casi una década, la economía argentina ya ha acumulado suficientes tensiones que nos hacen prever algunos cimbronazos importantes si el rumbo no se corrige a tiempo. Los índices económicos favorables que la economía y el gobierno exhiben durante los últimos años le han permitido absorber las críticas a algunas políticas desatinadas que, pese a su gravedad, han quedado disimuladas en medio del torrente de ingresos provocado por la situación económica favorable y la holgura de recursos que genera. La bonanza es de tal magnitud que el país ha podido desenvolverse sin ministros de economía desde la renuncia de Roberto Lavagna en adelante. ¿Cuál es la crítica que puede hacerse ante tal desempeño exitoso? ¿Qué puede decirse de la economía si los índices muestran una mejoría sin pausa en la producción? Lo que señalamos es que Argentina está despilfarrando una situación favorable, está perdiendo una oportunidad extraordinaria para dar un salto económico que lo instale en el concierto de los países más desarrollados del mundo y está descuidando algunos equilibrios macroeconómicos esenciales cuya inobservancia, más tarde o más temprano, tendrán un impacto en la economía y en el nivel de vida de los argentinos. Uno de estos problemas es la inflación. Con gran irresponsabilidad, el gobierno subestima el problema. Inicialmente el ministro de economía dijo que “la inflación es un problema de la clase media alta”, luego difundió la creencia de que “es bueno que la economía tenga un poco de inflación” ya que, de ese modo, todos se sienten estimulados a consumir rápidamente sus ingresos y eso activa la demanda y mueve la economía. Para este año la inflación se estima en un 35/37%, con gran impacto sobre los ingresos de los argentinos con menores recursos. Asimismo, la inflación acumula tensiones insostenibles en el comercio exterior. En efecto, uno de los pilares del “modelo”, el tipo de cambio subvaluada (dólar caro) ha sucumbido hace tiempo ante los embates de una inflación que es la más alta del mundo excepto la de Venezuela. El retraso cambiario es evidente y la economía sólo puede sostenerse gracias a la formidable ventaja comparativa (que es natural pero también tecnológica) que Argentina tiene en el campo. Hace pocos días el ex director de la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) durante los gobiernos de Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y Cristina Kirchner (hasta marzo de 2008) afirmó que la actual situación fiscal es insostenible en razón del crecimiento de los subsidios implementados por el gobierno. Según cifras del ex funcionario, en 2007 alcanzaba con el 72% de las retenciones para pagar todos los subsidios de la economía nacional. Al año siguiente los subsidios consumían el 86 y, a partir de 2010, la recaudación por retenciones es menor que el gasto en subsidios. Un par de semanas atrás, un grupo de ex secretarios de energía de todos los gobiernos posteriores a 1983 produjo un importante documento en el cual advierte sobre el deterioro de la situación energética en el país. La falta de inversión en el sector durante los últimos años está generando una situación de precariedad energética que afectará inexorablemente la economía nacional de los próximos años como así también el nivel de vida de los argentinos. Allí se demuestra que en el período 2003/2010 la producción de hidrocarburos ha caído un 18% y las reservas comprobadas el 11%. Asimismo, la exploración para la ubicación de nuevas reservas, se ha reducido a la mitad. Algo parecido ha sucedido con el gas natural: la demanda ha crecido el 23% pero, al disminuir las reservas, se ha debido aumentar la importación, que ha crecido el 3.500%. Mientras la demanda de energía aumentó el 41%, la potencia instalada sólo lo hizo el 21%, lo que demuestra un deterioro de la situación general del sector energético. Argentina ha sido el único país de la región en el cual la producción de energía primaria ha disminuido (7%) entre 2003 y 2009. Brasil registra un aumento del 21%, Chile del 14%, Uruguay del 13%, Perú el 68%, Colombia el 34%. La dinámica de la economía kirchnerista apunta a un fuerte sesgo consumista, con una gran cuota de irracionalidad y con una clara despreocupación por la sustentabilidad de algunas variables importantes en el futuro próximo. Inflación, tipo de cambio, equilibrio fiscal, energía, son grandes temas cuyo deterioro es innegable y que tendrán impactos negativos en el futuro más o menos inmediato. Al ser derrotado en las elecciones de 1995 por Carlos Menem, Chacho Álvarez adjudicó su derrota, con cierto desdén, al “voto cuota”. Con esto quería significar que los argentinos habían valorado de un modo prioritario el exitoso combate contra la inflación que había librado el gobierno nacional. Actualmente el gobierno se esfuerza por sostener en el tiempo niveles de consumo y de gasto público que no podrán mantenerse en el largo plazo porque se están descuidando variables importantes que inevitablemente estallarán en un plazo mediano. Mientras esto no ocurra, vivimos en un mundo feliz.

1 comentario:

S.G dijo...

No entiendo mucho de economía pero leyendo su post deduzco que la responsable de la mentira es la clase medio consumista :).
Cuando murió NK vi en CNN un reportaje a Cachanosky donde explicaba que contrariamente a lo que se decía, NK encontró un pais con su economia saneada por Duhalde.Solo aprovechó buenos precios internacionales que lo favorecieron.
El punto es de qué manera se administró esa bonanza.
El punto es si el precio de tener una economía en crecimiento es la Korrupcion, la Inconstitucionalidad, la perdida de libertades, la confrontación, el despotismo, la intolerancia. Y fundamentalmente, la negación de una realidad que duele cuando se atraviesa la Gral.Paz

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