domingo, 9 de mayo de 2010

El lector de diarios. Por Tomás Abraham


Es hora de que los semiólogos difundan los resultados de sus investigaciones sobre las motivaciones de la conducta de un lector de diarios. Hace mucho tiempo que no sabemos nada sobre el tema. Hay tantos consultores, asesores, programadores, especialistas en medios, que no parece excesivo pedir que divulguen sus estudios sobre los variados perfiles del lector nacional. Sólo hablamos de los medios y nos olvidamos que sin nosotros los lectores, oyentes y televidentes, no son nada. Nos vendría bien analizar este asunto ya que estamos en una situación en la que el gran público contempla con cierta sorpresa una guerra entre gobierno y periodistas, entre los mismos comunicadores, en medio de tribunales y juicios, además de los desfiles con fotos de periodistas estigmatizados.


Hay tantas preguntas por hacer y tan poco se ha discutido. Es tan grande el griterío que da la sensación que nadie tiene interés en analizar el tema. Clarín, por ejemplo, ¿vende más o menos que hace dos años? Un lector de Clarín que lo leía en el 2006 y sigue ahora, ¿ha variado su comportamiento político por el cambio de orientación del diario? ¿Por qué y cómo se lee un diario? ¿Cuál es la razón por la que en estos días los periódicos ingleses toman posiciones a viva voz sobre los candidatos, cambian de preferencia o las mantienen, sin sentir por eso que violan la condición de objetividad de la que una presunta ética los hace acreedores?
Los diarios “serios” de Gran Bretaña o los catalogados como “amarillos” no parecen arriesgar su reputación ni temer el desplante de sus avisadores y de su caudal de lectores con estas tomas de posición electorales.
A la espera de la información requerida de los especialistas correspondientes, no me queda otra alternativa en este momento que dar mi opinión de lector de diarios y de mero cliente de kioscos.
Voy a hacer una pregunta algo disparatada por lo obvia: ¿se sabe cuánta gente lee los diarios? ¿Cuánta lee en la ciudad de Salta, en Río Cuarto, en Bahía Blanca, en el país?
La verdad que muy poca. Es de público conocimiento que los diarios los leen unos pocos y son de clase media y alta. Se trata de un fenómeno mundial. Lo que sucede es que de lo publicado por los diarios se alimentan las radios que leen las noticias a la mañana, mientras la televisión también lo hace hasta que por tener medios de producción propios pueden renovar las novedades de la primera hora del día.
Sigo con otra pregunta: ¿para qué sirve la teoría de la alienación que sostiene que los medios tiene el poder de manipular a la gente? ¿Somos tan idiotas los miembros de la clase educada, media y solvente, que los cronistas hacen lo que quieren con nosotros?
Muchos creen que sí. Tanto poder dicen que tienen los medios que la inseguridad se convierte en una sensación y la corrupción se reduce a un titular tendencioso.
Es increíble que cada vez sean más numerosos los que “se dan cuenta” del poder manipulador que tienen los medios que los aún manipulados. Llegamos a la paradoja de que nadie se deja melonear porque todos están meloneados.
La relación que un lector tiene con su diario es compleja. No se basa en una fidelidad absoluta. Hay algo que los analistas no toman en cuenta y es que el vínculo que tienen con los medios los lectores de diarios, los oyentes de radio y los televidentes se basa fundamentalmente en la pereza. Nos distendemos con la actualidad. Nos hace compañía cuando nos afeitamos, durante el desayuno, en la mesa familiar, cuando cenamos, en los intervalos del trabajo, en los viajes en colectivo. Nos informamos y a la vez nos distraemos.
A la hora de votar por un candidato esas vivencias cotidianas se sumergen en un torrente disolvente y lo que cuenta en la urna es un voto imprevisible. La mayoría de la gente tiene una vida pareja todos los días con problemas de subsistencia bastante apremiantes y temores varios. En medio de esto las noticias entretienen, permiten cierto desahogo y nos descansan.
La agitación que vive el personal de las redacciones, de las agencias de noticias, de los estudios de televisión y radio, el permanente estado de excitación que creen que todo el mundo comparte, en realidad no es más que un teatro de exageraciones de esa megaproducción llamada actualidad.
Todavía los ideólogos del control total no se dan cuenta de que el pequeño hombre que abre un diario o enciende un aparato no es un feligrés sino un ser reactivo que disfruta de la noticia. Se detiene en esas caras graves y preocupadas a cargo de los informativos, se identifica con las indignaciones que padece el locutor, prestaba atención a lo que proponía Bernardo Neustadt que soportó el odio de la mayoría de sus connacionales con el más alto rating que haya logrado un periodista.
¿Qué características tiene un lector ecléctico? Hay dos tipos de lectores con estas características. Uno es el que no lee los diarios durante la semana porque no tiene tiempo, se satisface con la televisión, y junta varios periódicos el domingo para leerlos a la mañana, tarde y noche, con alternancias de siestas y comidas. Otro es el que usa los diarios como material de trabajo ya que quiere por razones de oficio tener una idea de los acontecimientos de actualidad a través de la expresión de los sectores de la sociedad en los nichos informativos.
La realidad es una cebolla que se pela, o para ser más tajante, un alcaucil sin corazón. Las noticias se fabrican y la realidad se entrega por partes. Consumimos trozos de una actualidad sin fin a elección del oferente, y cambiamos de diario, dial y canal si queremos degustar otro sabor.
Ya todo el mundo parece estar de acuerdo en que no existe la objetividad. Y también se está de acuerdo en que se transmiten verdades parciales. Por eso el periodismo hegemónico en nuestro país es el que confronta verdades parciales. Es decir mentiras acotadas.
Pero los diarios no se identifican sólo con su línea editorial, por el hecho de que además escriben en él periodistas que no son todos iguales. Se me ocurre que el mejor diario o medio de comunicación en general es aquel que tiene la mayor heterogeneidad posible de pensamiento periodístico.
No existe, salvo casos aislados, en nuestro país, un periodismo de pensamiento que se preocupe por plantear problemas, averiguar datos, sumar informaciones, ofrecer del modo más completo y crítico un panorama lo más exhaustivo posible respecto de cualquier tema.
Despreciamos el oficio y más aún a los receptores de la información. Hay tan pocas excepciones que esta realidad parece no tener fisuras. Da la sensación que los que están a cargo de la actualidad se esmeran por encontrar cada día o cada semana un argumento a favor o en contra de un enemigo declarado. Es ésa la que creen los periodistas que es su tarea. Como que no tuvieran otra. O son pastores de la corrección y de la indignación moral o parte de una cruzada de justicieros con micrófono. Nadie quiere perder a sus “compañeros”, clientes o avisadores con sorpresas desagradables, como las que se tiene si un análisis o una información va a contracorriente de un deseo del consumidor o de algún patrón estatal o privado.
Hay que dar masticado lo que se espera, y siempre lo mismo.

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