lunes, 5 de abril de 2010

Cuba tal cual. Por Pepe Eliaschev


Nada más actual y local que fijarse en la Cuba de hoy, verla con los ojos abiertos, entender lo que en ella sucede y convencerse de que nada de lo que allí acontece y vibra es ajeno a la Argentina. Tampoco lo es a un hemisferio donde las palpitaciones de Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Ecuador revelan que los interrogantes y angustias de la región son más parecidos que diferentes, país por país.
Lo cierto es que en esta Cuba de 2010 hay gente inerme, vulnerable y solitaria que ha resuelto morirse de hambre en lugar de dar el brazo a torcer. En una isla que ya lleva más de medio siglo con el mismo gobierno, dirigido por dos hermanos cuyas edades suman casi 160 años, el poder reside en un régimen cuyo núcleo dirigente es hoy una gerontocracia asustada y recelosa.
Los románticos jóvenes barbudos de aquellos años Cincuenta son hoy un mito arcaico y vaciado de sentido. En Cuba gobierna la misma gente desde enero de 1959, sin que jamás hayan legitimado tamaña perpetuación en elecciones donde hubiera competencia democrática plural. Alcanza con imaginar que los hermanos Castro eran en 1959 contemporáneos de Eisenhower, Kruschev, De Gaulle y Mao, hoy fallecidos hace décadas. Su interminable retención del poder se ha prolongado a 20 años de la muerte del llamado “socialismo realmente existente”.
Transformadas China y Vietnam en economías capitalistas, con todo el Este europeo y Rusia convertidas en sociedades abiertas, el único remanente de aquella época con el cual puede identificarse hoy Cuba es la deplorable y vetusta dinastía tiránica de Corea del Norte.
Los Estados Unidos maltrataron a Cuba durante largo tiempo, pero ese garrafal error estratégico terminó por convertirse en la única excusa del régimen para eternizarse en su rutina de víctima. Los gobiernos norteamericanos, desde Kennedy hasta el último Bush, son responsables de reiteradas torpezas y desplantes que funcionaron como argumento predilecto para que el gobierno comunista de la isla se haya abroquelado por décadas en su condición de pequeña nación agredida por un imperio voraz y agresor.
Pero hoy el principal bloqueo que sufre Cuba es el que se impone a sí misma con su propio sistema, un régimen estatal de partido único donde el adversario central de presidente Raúl Castro es la apatía lapidaria de su propio pueblo y el evidente desprestigio internacional que suscita.
Lo que padecen hoy los titulares del régimen ya no es la oposición aislada y sospechosa de derechas retardatarias y colonialismos ancestrales. A los Castro los enfrenta hoy la opinión democrática y progresista de Europa y América Latina, que expresa su hartazgo por un sistema que se repite en su letanía de victimización recurrente.
Cuba es hoy una sociedad pobre y atrasada, aislada del mundo, melancólico vástago de una era perimida. Sus problemas cotidianos no derivan de la crueldad del capitalismo extranjero sino de la decrepitud de un socialismo autoritario y paranoico. Tras medio siglo ininterrumpido en el poder, el gobierno de los Castro no pudo evitar que el país dependa malamente del turismo, el níquel, las remesas de dinero de cubanos de la diáspora y la venta de servicios médicos a extranjeros que pagan en divisas fuertes. Nada estructuralmente decisivo e irreversible ha cambiado desde que al capitalismo dependiente previo a 1959 que gobernaba esa isla fue reemplazado por la revolución.
Los enemigos de las primeras dos décadas ya no existen o carecen de peso especifico. No hay invasiones mercenarias, sabotajes de la contrarrevolución, atentados terroristas, ni intentos de envenenar a Castro, como los hubo durante los primeros lustros. A Cuba no la amenaza nadie desde el exterior hace décadas.
Les ha sucedido a los Castro lo que no imaginaban. Si bien es cierto que el embargo comercial norteamericano hacia la isla se perpetúa y la perjudica (decisión norteamericana de torpeza incomprensible, solo explicable por el extorsivo poder electoral de la colonia cubana en la Florida), nada le impide a La Habana comerciar con Canadá, Europa, Rusia, Japón, China y América Latina.
La peregrina idea de que el embargo es un “bloqueo”, pretende tapar el sol con un dedo: los problemas de Cuba son esencialmente internos y derivan de su estatismo perimido y de la completa liquidación de los estímulos individuales, liquidados en nombre de un comunismo primitivo que predica un retórico hombre nuevo, mientras consolidaba el poder omnímodo una vigorosa nomenclatura burocrática. Esto se consumó en el contexto de un océano de controles y restricciones cuya ineptitud funcional se pudo ver claramente tras la demolición del comunismo europeo desde adentro de su propia sociedad.
Pero este presente de Cuba asume nuevas proyecciones expresivas ante la naturaleza cambiante que exhiben las circunstancias. Señoras de edad que se visten de blanco y caminan por la calle para protestar pacíficamente por sus familiares presos, hacen eco a hombres a los que el poder llama despectivamente (con indudable connotaciones racistas) “elementos antisociales”
Al gobierno de Fidel Castro le jugó a favor durante muchísimos años la beligerancia grosera del exilio de Miami, cliente de décadas de varios gobiernos de los Estados Unidos. Como dice con lógica impecable un ex jefe guerrillero de El salvador, Joaquín Villalobos, Castro “ahora no puede culpar al imperialismo por el heroísmo de los opositores, ni pelearse contra las ganas de bailar de los cubanos luego de haberlos hastiado con medio siglo de consignas políticas”.
La importancia que tiene para la Argentina y America Latina lo que sucede en Cuba, proceso fascinante y doloroso cuyo desenlace es imprevisible, es que la senectud aquel régimen proyecta sombras gruesas sobre otros dominantes experimentos populistas en un continente donde le habían surgido a los Castro aliados como nunca antes.
Sin embargo, sectores determinantes de la izquierda siguen viendo a Cuba como paradigma de la dignidad moral de America Latina, aunque su completo enfeudamiento a la Unión Soviética, plasmado en 1960, solo terminó en 1990 y solo por la desaparición del régimen comunista en Rusia. Villalobos dice con filosa lucidez que Cuba ha sido durante medio siglo una especie de “Vaticano revolucionario”.
Pero si las izquierdas extremas, marxistas o nacionalistas, no conciben distanciarse de las aristas autoritarias y dictatoriales de lo que ha sido el sistema castrista, el centro-izquierda democrático de América Latina siente terror de cuestionar al régimen de los Castro. No lo hacen en la Argentina personalidades como Hermes Binner, Elisa Carrió, Ernesto Sanz, más allá de predicar una vaporosa solidaridad con la democratización de la isla. Es como si pensaran que censurar a un régimen de partido único y sin garantías individuales básicas equivaliera a cometer una blasfemia capital contra el dogma y sus misteriosas verdades incuestionables.
La inexorable modificación que tendrá lugar en el interior de Cuba generará repercusiones inevitables. Los sobrevivientes del primigenio equipo con el que gobernó Castro desde mediados del siglo XX ya no estarán.

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