martes, 24 de marzo de 2009

Preguntas incómodas. Por Yoani Sánchez


(La autora es cubana y sostiene un blog que recomendamos. A partir de ahora reproduciremos sus notas que nos pintan la realidad cubana un poco mejor que el Gramma)

Bordeo mi edificio, evitando pasar por debajo de los balcones, pues los niños lanzan preservativos llenos de orine para matar el aburrimiento. Un hombre con su hija lleva una bolsa que gotea una mezcla de grasa, agua y sangre. Vienen de la carnicería, donde la larga cola anuncia que algún producto racionado llegó en la mañana. Los dos suben felices las escaleras llevando el trofeo cárnico. Es probable que la madre ya esté cortando las cebollas, mientras suspira aliviada de que la proteína reaparezca, después de varios días de ausencia.

Voy detrás de ellos y alcanzo a oír como la niña pregunta: “Papi ¿Cuántos pollos tú te has comido en la vida?” Percibo la cara desconcertada del padre, que ha llegado al piso seis sudando por todos los poros. Su respuesta es un tanto brusca: “¿Cómo voy a saber eso? Yo no saco cuentas con la comida.” Pero la niña insiste. Evidentemente está aprendiendo a multiplicar y dividir, de ahí que quiera desmontar el mundo y explicarlo –totalmente– con puros números. “Papi, si tú tienes 53 años y cada mes recibes una libra de pollo por la carnicería, sólo tienes que saber cuántos meses has vivido. Cuando tengas ese número lo divides entre cuatro libras, que es más o menos lo que pesa un pollo normal”.
Me descubro siguiendo la fórmula matemática desarrollada por la chica y calculo que he devorado unos 99 pollos en estos 33 años. El hombre interrumpe mi cuenta y le dice “Mi´ja, cuando yo nací los pollos no eran por la libreta”. Caigo en cuenta de que yo sí crecí con el grillete del racionamiento ajustado a ambos tobillos, pero gracias al mercado negro, el desvío de recursos, las tiendas en pesos convertibles, el canje de ropa por comida y un montón de caminos paralelos, no sé la suma exacta de lo que he digerido. Apuro el paso y escucho la frase recelosa de la pequeña Pitágoras: “Ay Papi, tú me quieres hacer creer que antes, en las carnicerías, te vendían todo el pollo que quisieras…”.

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